El fallecimiento de César Alierta deja en mí un vacío que nada ni nadie podrán ocupar. César ha sido alguien muy importante en mi vida y con su marcha pierdo un referente. Un compañero del alma, como dejó escrito el poeta. Alguien con el que he compartido, no sólo innumerables proyectos profesionales, sino, sobre todo, una relación personal que me ha marcado y enriquecido profundamente a lo largo de muchas décadas. Alguien con quien he compartido grandes ideales.
Con un empuje y una personalidad arrolladora y magnética, César ha sido, sin ningún género de dudas, uno de los ejecutivos más brillantes de nuestra historia empresarial. Inteligente, creativo, visionario, inconformista y vital, forjó a golpe de esfuerzo una formación excepcional que desde su Zaragoza natal lo catapultó al éxito.
Un trabajador incansable que sentó las bases de la Telefónica que hoy conocemos. Promovió con su gran equipo la expansión internacional, la diversificación y la digitalización del negocio, y proyectó a la compañía a la categoría de operador de referencia global que hoy tiene. Lo hizo con enorme determinación y audacia, sin ningún tipo de complejo y con un marcado sentido y sentimiento de país.
Todas las palabras se quedan cortas para calificar su legado en una de nuestras compañías de bandera a nivel mundial. Antes ya había dado muestra de su talento en el Banco Urquijo, en la sociedad Beta Capital que el mismo fundó o en Tabacalera. Allá dónde estaba, César deslumbraba.
En el plano humano, fue siempre una persona de profundas convicciones morales e irrenunciable compromiso social. Su carácter genuino y sus maneras recias eran la antesala de un corazón colosal y delicado. Recuerdo hoy, con especial cariño, el viaje en que nos embarcamos juntos para dar respuesta a una petición personal del Papa Francisco en una audiencia que tuvimos el privilegio de mantener.
Su ejemplo y su legado son un tesoro que todos debemos esmerarnos en preservar.
Con su tono directo y su campechanía habitual, César preguntó al Papa cuál era su mayor preocupación. La educación de los niños sin posibilidades en los países en vías de desarrollo fue la respuesta. En aquel preciso momento, César me cogió del brazo y se comprometió con el Papa a dejarse la vida en el empeño.
De aquella conjura nació en 2016 la Fundación Profuturo, un proyecto que Alierta lideró personalmente desde sus orígenes y que ha permitido ya la alfabetización digital de millones de niños vulnerables de todo el mundo. Un proyecto al que se consagró después de su retirada de la primera línea. Porque César fue también un hombre de consensos, alguien capaz de aglutinar todas las sensibilidades al servicio de los fines más nobles.
Fue un marido extraordinario. Tuvo la desgracia de no tener hijos, pero también la inmensa fortuna de compartir su vida con una excelente esposa. Ana fue el centro de su vida. El amor con el que la cuidó durante los años de su enfermedad, resultó una impagable lección de vida para todos los que lo vivimos. Fue un amigo leal, siempre predispuesto, de afectos férreos y sinceros. Alejado de artificios y cumplidos, siempre podías contar con él.
Su ejemplo y su legado son un tesoro que todos debemos esmerarnos en preservar. La huella que César deja en mi corazón es eterna y profunda.
César, te echaré de menos y espero que nos encontremos en la eternidad. Descansa en paz.
*** Isidro Fainé es presidente de la Fundación "la Caixa"