El presidente de Argentina, Javier Milei.

El presidente de Argentina, Javier Milei. Europa Press

La tribuna

Lo que Milei ignora de Elon Musk

5 febrero, 2024 01:51

Se requiere algo más que simple audacia intelectual para adquirir un billete de avión en la capital de un país periférico, agrícola y subdesarrollado, amén de al borde mismo de la suspensión internacional de pagos, a fin de acudir a Davos con la intención pedagógica de impartir una lección magistral a los máximos directivos de las principales empresas del mundo sobre lo mal que gestionan sus negocios. Y ello por incurrir en relaciones incestuosas de muy surtida índole con los sectores públicos de los distintos estados nacionales donde operan sus compañías.

Pero justo eso fue lo que se le ocurrió al presidente de Argentina, Javier Milei, para conseguir su minuto de gloria en todos los informativos de televisión del planeta. Así, tras dejar caer ante su selecta audiencia alpina sentencias tan definitivamente extravagantes como que la Argentina rural de finales del XIX -un país que no poseía casi ninguna industria manufacturera digna de tal nombre- había sido la nación más rica del mundo, pasó a denunciar a los "parásitos que viven del Estado". Un grupo, ese al que él se suele referir con el término de empresaurios, que contrapuso sin demasiado pudor al de los "héroes" que tenía delante de su atril en aquella sala de conferencias suiza.

"No se dejen amedrentar por la casta política. No se entreguen a una clase política que lo único que quiere es perpetuarse en el poder y mantener sus privilegios (...). No cedan al avance del Estado. El Estado no es la solución. El Estado es el problema mismo". De tal guisa, épico, prometeico e iconoclasta, concluyó su celebrada intervención.

Ninguno de los denostados 'empresaurios' argentinos a los que tanto desprecia ha soñado jamás con poder llegar a obtenerla de los contribuyentes

Al tiempo, mientras el mandatario porteño verbalizaba su airado vademécum anarcocapitalista en un rico y exquisito rincón de Europa, Luis Caputo, el muy convencional y nada utópico ministro de Economía argentino, respiraba hondo tras haber conseguido del Fondo Monetario Internacional (FMI) un crédito-puente de 4.700 millones de dólares, suma que se destinará de modo íntegro a pagar parte de la deuda que el país tiene contraída con el propio FMI.

4.700 millones de dólares constituyen, en verdad, una cifra enorme de dinero. Tan enorme resulta esa cantidad que ninguno de los denostados empresaurios argentinos a los que tanto desprecia Milei, los célebres parásitos que viven del Estado, ha soñado jamás con poder llegar a obtenerla de los contribuyentes de su país. Y es que esas cifras desmesuradas de dinero público, destinado a proyectos empresariales privados, sólo consiguen alcanzarlas los grandes magnates globales, como Elon Musk, el supremo héroe mitológico de Milei.

Es probable que el mandatario de moda todavía no lo sepa, pero Elon Musk resulta que se ha embolsado a lo largo de su brillante carrera empresarial mucho más dinero de los contribuyentes estadounidenses en concepto de transferencias, pero mucho más, que esos 4.700 millones de dólares que el FMI acaba de prestarle a él para evitar que Argentina no se declarase en quiebra técnica antes de concluir su primer mes como presidente de la República.

En concreto, y sólo hasta una fecha ya tan lejana como 2015, el periódico Los Ángeles Times contabilizó subsidios directos y otras ayudas varias del Gobierno de los Estados Unidos con destino final a las muchas compañías propiedad de Elon Musk por un monto agregado de 4.900 millones de dólares.

¿Qué pensará de sus ídolos el pobre Milei si algún día llegase a tener noticia de tales bailes de cifras?

Unos generosísimos favores gubernamentales que incluían subvenciones a fondo perdido, desgravaciones fiscales, ayudas a la construcción de instalaciones productivas, préstamos con tipos de interés blandos y condiciones de retorno mucho más favorables que las del mercado, además de subsidios medioambientales, entre otros. Si los directivos del FMI trataran con el mismo cariño paternal a Argentina, la angustia agónica del Ejecutivo de Milei para tratar de evitar el default ya sólo sería a estas horas un mal recuerdo del pasado.

Pero los mimos y favores de los contribuyentes estadounidenses al icono del inquilino de la Casa Rosada no terminaron, ni mucho menos, por aquellas fechas. Así, un año después, en 2016, el Estado de Nueva York regó con 750 millones de dólares salidos de sus arcas a SolarCity, un complejo energético propiedad de Musk.

Cuatro años más tarde, cuando la irrupción es escena de la panadería, el propietario de Tesla no opuso ningún reparo a la posibilidad de beneficiarse de una parte de los 600.000 millones de dólares que el Tesoro estadounidense transfirió a las empresas privadas del país en concepto de ayuda para compensar las pérdidas empresariales derivadas de la crisis sanitaria.

Elon Musk se ha embolsado más dinero de los contribuyentes estadounidenses en concepto de transferencias

Ese mismo 2020, otra empresa controlada por Musk, Space X, especializada en lanzamientos al espacio, obtuvo otro cheque de 653 millones de dólares con cargo a los contribuyentes. Una cantidad de dinero público a la que habría que sumar los 2.890 millones de dólares adicionales que un ente estatal, la NASA, ingresó en sus cuentas bancarias como pago del contrato de servicios que acababa de establecer con la firma espacial de Musk. Suma y sigue. ¿Qué pensará de sus ídolos el pobre Milei si algún día llegase a tener noticia de tales bailes de cifras?

El capitalismo ha demostrado constituir una extraordinaria máquina de creación de riqueza gracias, entre otros rasgos que le son propios, a la colaboración público-privada que posibilita el que empresarios visionarios, sin ir más lejos el propio Musk, asuman inversiones multimillonarias en las que el rasgo dominante remite a la incertidumbre radical. Pues algo que también ignora el bisoño presidente argentino es la diferencia esencial que existe entre un genuino empresario y un conductor suicida.

Una diferencia que se materializa en la distinta medición del riesgo. Porque cuando el riesgo consustancial a cualquier iniciativa empresarial se aproxima a extremos que lindan con lo no mensurable, algo que sucede con muchas de las iniciativas de los actores económicos que tanto fascinan a Milei, la implicación activa del Estado resulta imprescindible para que la incertidumbre extrema no los convierta en locas aventuras temerarias. Tan simple como eso. Le queda tanto por aprender.

*** José García Domínguez es economista.

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