La amenaza de sequía no es algo nuevo en nuestro país. El cambio climático y unos años hidrológicos cada vez más secos han llevado a que el debate de la gestión del agua cada vez fuera más frecuente.
Sin embargo, la actual situación de emergencia en Cataluña ha puesto sobre la palestra una evidencia: o empezamos a trabajar ya para evitar o, al menos, minimizar una situación de escasez generalizada en el futuro o el impacto que pueden tener futuras sequías puede ser irreparable para nuestro país, no solo en términos medioambientales sino también socioeconómicos.
La reserva hidráulica nacional almacena tan solo un 51,1% de su capacidad, marcando mínimos históricos, por lo que la gravedad de esta situación ha abierto un debate en torno a las desaladoras.
La optimización de las desaladoras no es simplemente una cuestión técnica; es un desafío económico que requiere soluciones innovadoras y una visión a largo plazo.
Tras la declaración de emergencia decretada por la Generalitat, han sido muchos los que me han preguntado que cómo en un país con miles de kilómetros de costa y más de 700 desaladoras repartidas por todo el territorio no podemos solucionar el problema. Y es precisamente aquí donde debemos abrir el debate y trabajar ya en vías de mejora y optimización para estar preparados ante la próxima emergencia.
Es cierto que las desaladoras cuentan con gran capacidad para convertir agua de mar en una fuente potable, pero el principal hándicap es que el proceso de desalinización conlleva elevados costes de energía y mantenimiento. Esta realidad ha limitado durante estos años su uso y crecimiento, dejando potencial sin explotar y, sobre todo, a comunidades sin acceso a esta fuente recurrente de agua estable.
La solución pasa por la combinación de una optimización de la gestión hídrica actual y minimizar el desperdicio de agua, además de ampliar el parque de desaladoras de agua de mar de que disponemos.
Debido a que la construcción de una desaladora conlleva un proceso desde su concepción hasta su puesta en marcha de varios años, y un coste de entre 50 y 200 millones de euros, una de las claves para superar esta cuestión en el corto plazo radica en apostar por la innovación tecnológica en las desaladoras ya existentes.
La investigación y desarrollo en técnicas de desalinización más eficientes y económicamente viables pueden marcar la diferencia. Acompañadas de la implementación de sistemas energéticos renovables, como solar y eólico, pueden reducir significativamente los costes operativos y hacer que las desaladoras sean más sostenibles tanto desde el punto de vista económico como medioambiental. Y, sobre todo, esa solución a corto plazo que empieza a ser más que apremiante.
Nuestra experiencia en países donde la desalinización es la única opción para obtener agua por su clima y orografía, como es el caso de Abu Dhabi o Emiratos Árabes Unidos, las desaladoras de ósmosis inversa han demostrado que son mucho más eficientes que las que se construían hace unos años, con lo que se consigue que sean mucho más sostenibles económicamente, además de ser capaces de eliminar hasta el 99% de las sales disueltas, partículas o bacterias.
Acompañadas de sistemas energéticos renovables, como solar y eólico, pueden reducir significativamente los costes operativos y ser más sostenibles, económica y medioambientalmente.
Si se combinan con plantas solares fotovoltaicas, el coste por metros cúbicos se reduce aún más al reducirse su consumo eléctrico de la red.
Y acompañando a derivada más tecnológica, las políticas gubernamentales desempeñan un papel vital. La creación de incentivos fiscales y programas de financiación para proyectos de desalinización pueden allanar el camino para conseguir esa optimización tan necesaria de las desaladoras existentes y la construcción de nuevas.
Al apoyar financieramente la investigación y la implementación de tecnologías más eficientes, se puede estimular la adopción generalizada de desaladoras y, al mismo tiempo, reducir los costes para los consumidores finales.
En definitiva, la optimización de las desaladoras no es simplemente una cuestión técnica; es un desafío económico que requiere soluciones innovadoras y una visión a largo plazo.
Al abordar los altos costes de producción, no solo garantizamos el acceso vital al agua en situaciones como las que ahora mismo se encuentra medio país, sino que también abrimos la puerta a un futuro donde las desaladoras desempeñen un papel crucial en la seguridad hídrica mundial.
Superar las barreras económicas es esencial para desbloquear el potencial completo de estas instalaciones y garantizar un suministro de agua sostenible para las generaciones futuras.
*** Miguel Ángel Fernández, CEO de Abengoa Water.
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