La semana pasada, en el cónclave socialista de Benicasim, Sánchez sacó pecho de la economía española. Ha descubierto lo que algunos dijimos hace meses: que España tiene un potencial económico indudable. No solo lo ha descubierto, sino que está dispuesto a explotar algunos datos en provecho personal. Quiere ponerse medallas económicas que no le corresponden. Datos que se atribuye Sánchez, cuando en la realidad se producen a pesar de su “no gestión económica”. Los datos son:
“El crecimiento del PIB español en 2024 superará el 2,3% y se puede acercar al 2,5%. La bolsa, que ha mostrado una atonía durante casi dos años, se dirige a consolidar los 11.000 puntos en el Ibex 35 y más allá. 84 millones de turistas inyectarán el gasto privado y crearán puestos de trabajo, precarios pero abundantes, a partir de marzo. Las exportaciones de servicios no turísticos (17% del total) demuestran que no solo hay camareros, también hay ingenieros, informáticos, médicos, investigadores, profesorado, … talento que supuso el 7,5% del PIB de 2023. El viento y el sol reducirán la dependencia de las energías fósiles, lo que mejorará la balanza comercial. Aunque las inversiones no acaban de despegar, en particular la creación de vivienda, los fondos Next Generation ayudarán a través de los PERTES. Es verdad que su aplicación va lenta, pero con el paso del tiempo se van realizado y creando inversiones”.
Todo ello a pesar de que Sánchez no tiene presupuestos, o quizás gracia a ello. Es decir que el principal instrumento que un gobierno tiene para dirigir la economía está atascado.
Atascado porque para Sánchez prima mantener el poder político sobre cualquier otra consideración. Por eso es capaz de renunciar al instrumento presupuestario. No ha querido dar la imagen de una derrota parlamentaria. Diga lo que diga el Gobierno Sanchez, en política económica está de vacaciones.
Se lo acaba de decir la Comisión Europea, que le pide que reduzca deuda y déficit.
Una lástima, porque España está en una situación geo-económica para poder dar un salto económico definitivo sí: a) consolida y acelera el cambio de la producción energética hacia las renovables; entonces la rentabilidad de nuestras producciones se disparará por reducción de costes: b) sí, en contra de lo que solemos pensar, aprovecha su indudable talento empresarial, técnico e investigador, como lo demuestran ese 7,5% de servicios no turísticos; c) sí las universidades españolas se convierten en palancas de innovación empresarial como ya ocurre en determinadas especialidades como la ingeniería o la sanidad.
A pesar de las puyas del Gobierno, la empresa española puede dar un salto definitivo. Sus centros de desarrollo económico están a punto. Madrid, según la Oxford Economic Unit, se consolida como una de las ciudades de la “banana azul” (Londres, Paris, Frankfurt, Amsterdam, … ) las que acaparan la economía urbana de Europa. Cataluña sigue siendo una potencia empresarial, si no la destruye el independentismo insolidario. Malaga ya es en un centro de desarrollo tecnológico. Galicia construye multinacionales como Inditex. El País Vasco innova en industria, después de descubrir su vocación al turismo cultural con el Museo Guggemhein … Todo gracias al empeño del empresariado y algunos políticos innovadores de verdad, no como los demagogos de la izquierda woke que apoya al Gobierno.
La industria agroalimentaria española tiene una potencia que hay que aprovechar. Somos la huerta de Europa. Por eso es necesario desarrollar un plan hidrológico nacional que este gobierno es incapaz de liderar.
Hay una serie de proyectos nacionales que podrían ayudar a aprovechar este potencial. Son acuerdos de estado sobre la educación, el poder judicial, la política exterior y de seguridad, la financiación autonómica, la financiación de las pensiones, la vivienda, el agua … Acuerdos que deben firmar las grandes fuerzas políticas junto con todas las Comunidades Autónomas.
Todo un programa de gobierno sin el cual se desaprovechará, por enésima vez, el potencial de España, como tantas veces ocurrió, con la salvedad de la “Transición”. Una época que nos catapultó a metas entonces inconcebibles (la UE, el crecimiento económico, la democracia y las libertades, …). Una época bipartidista con sentido de Estado.
Cómo diría el autor de “Mio Cid”: “¡que grandes ciudadanos, si hubiera un buen gobierno!”.