Esta pasada semana nos dejaba el psicólogo, economista del comportamiento, Daniel Kahneman. Sus estudios cuestionaron el famoso supuesto de la sacrosanta racionalidad económica de los agentes. No nos comportamos como nos dijeron que lo hacíamos. Somos humanamente irracionales. Este desafío le valió un premio Nobel de economía, que ganó en el año 2002 con otro grande: Vernon Smith, padre de la economía experimental del siglo XX y un auténtico titán.
El mundo de la economía está de luto por Kahneman y no me resisto a rendirle un minúsculo tributo, para lo que él se merece. Así que estoy leyendo su último libro, Ruido, un error en el juicio humano (2021), escrito junto a Cass R. Sunstein y Olivier Sibony.
En él establece dos componentes importantes del error en el juicio humano: el sesgo, que define como la desviación sistemática, y el ruido, entendido como la dispersión aleatoria. Los juicios son “ruidosos”, por ejemplo, cuando las personas que se espera que esté de acuerdo, terminan en puntos muy diferentes, alrededor del objetivo. Esa dispersión, independientemente del objetivo en sí, es el ruido que nutre y forma parte de los errores humanos. Los ejemplos que ofrece son muy claros: los diagnósticos médicos pueden ser ruidosos, cuando cada médico diagnostica una cosa diferente.
Los economistas emitimos predicciones ruidosas cuando, no solamente discrepamos, sino que la variabilidad de éstas de unos economistas a otros es considerable. Las interpretaciones de la realidad económica son ruidosas, y, además, polarizadas.
¿De dónde viene el ruido? ¿Qué lo alimenta? Pues múltiples factores ambientales y psicológicos, como el estado de ánimo. Y es ahora cuando entiendo el epíteto de “cenizos” que nos dedican a algunos economistas quienes creen que interpretamos los hechos con gafas pesimistas. Nos imaginan tristes y amargados porque no nos dejamos llevar por sus gafas optimistas, y en ocasiones, gafas marca ACME subvencionadas por el Gobierno de turno. Por el que toque, que cada cual tiene su clac.
Las interpretaciones de la realidad económica son ruidosas, y, además, polarizadas
Pero sin duda, uno de los términos que más me ha llegado (y me falta por leer aún) es el de “ruido de ocasión”, que consiste en “la variabilidad en los juicios de un mismo caso, hechos por la misma persona o el mismo grupo, en ocasiones diferentes”. Las personas no juzgamos de la misma manera siempre. Y no se refiere a la habilidad para vestir una burda mentira con el disfraz de un inocente cambio de opinión.
Kahneman nos desvela también una característica de nuestro tiempo. La bullshit receptivity o capacidad para tragarse las necedades más gordas. Son muchas las personas que cada día escuchan o leen un pensamiento aparentemente profundo, pero sin sentido, vacío, y lo aplauden, lo interiorizan como suyo, lo repiten hasta la saciedad. Y me da la sensación de que nuestros políticos lo saben y se aprovechan de ello.
Ya no es que una mentira repetida mil veces se convierta en una verdad, como sentenció Göbbles. Se trata de soltar una frase grandilocuente pero vacía y que las personas con alta receptividad a la necedad la hagan suya, la repitan y la difundan con absoluta convicción. No se está señalando al que maquilla los datos del desempleo, al que no incluye a unos, pero contabilizan a otros para que el titular sea siempre positivo, nunca negativo. De lo que hablamos es de quien lee un titular, por ejemplo “España mantendrá el liderazgo económico también en 2025”, lo da por verdad absoluta y blande su espada contra quien diga lo contrario. Porque España no tiene ningún liderazgo económico. ¡Ya me gustaría a mí!
En estos casos, es imposible convencer al interlocutor de su error, ni de la malicia de quienes tratan y comunican los datos, o del inventor del titular. No importa que le expliques que entre 1959 y 1973 la tasa de crecimiento del PIB español era de un 7% de media y no éramos de ninguna manera una superpotencia, a pesar de que solamente Japón tuvo una tasa media de crecimiento del PIB mayor.
Tal vez, los mensajes triunfalistas de los gestores políticos calman el vértigo que produce la constatación de que el poder adquisitivo de los ciudadanos va de mal en peor. O que hay un lío importante con los Fondos Europeos Next Generation. O que no vamos a cobrar una pensión que nos permita sobrevivir. O que la deuda pública es un polvorín que nos va a estallar en la cara antes o después. La mentira siempre cala más en quienes depositan ciegamente su confianza en algo o alguien.
Porque España no tiene ningún liderazgo económico
También hay que apuntar la confianza en la intuición como uno de los acicates de esta característica tan común en nuestros días. Es más receptivo a las necedades grandilocuentes aquellos que no tienen una mente analítica y se dejan llevar por lo intuitivo. Porque de esa manera es mucho más fácil ofrecerse a uno mismo argumentos válidos. Y la economía, como siempre me han dicho mis maestros, es contraintuitiva. Hay que tener en cuenta lo que se ve y, especialmente, lo que no se ve.
Las ideologías, la fe ciega, la falta de pensamiento crítico, la eliminación del maravilloso mundo de los matices de nuestros análisis y discursos son motores de esta capacidad para conferir sentido a las mayores idioteces o necedades, vengan de donde vengan.
No basta con estudiar economía. Hay que asegurarse de que se lee de todo, se consideran todas las variantes de cada teoría, de cada propuesta. Y, finalmente, es necesario tener coraje para delatar la mentira, la manipulación y el bullshit de todos los colores, para deshacer nudos gordianos, y aclarar un poco el ambiente.
Desde la distancia intelectual que nos separa, también comparto con Kahneman un enorme escepticismo respecto a la posibilidad de cambiar la opinión de los demás. Y, como él, humildemente, seguiré intentándolo.