Investigadores de la Universidad de Berkeley, que operan una red con docenas de sofisticados sensores en toda la zona urbana de la Bahía de San Francisco, han comprobado que entre los años 2018 y 2023, la contaminación disminuyó anualmente una media de un 1.8%, y que esa disminución se debe de manera prácticamente exclusiva al incremento en la difusión del vehículo eléctrico.
¿Es mucho? Obviamente, no. Frente al total de las emisiones de una zona urbana tan importante como la Bahía de San Francisco, un 1.8% anual no parece gran cosa, aunque se calcula que para cumplir los ambiciosos objetivos del estado de California, que consisten en una reducción del 40% sobre los niveles de 1990 en el año 2030, la reducción tendría que ser del 3.7% anual, algo más del doble.
Sin embargo, si la reducción obtenida se debe casi íntegramente a la adopción de vehículos eléctricos, la cuestión pasa a ser más esperanzadora: a pesar de que California en general y la zona de la Bahía de San Francisco en particular constituyen, dentro de los Estados Unidos, los lugares con mayor adopción de vehículos eléctricos (en un país vergonzosamente adicto a la gasolina y a los vehículos con cilindradas obscenas), hablamos de un total de 1.1 millones de vehículos eléctricos sobre un total de más de veintiocho millones, menos de un 4% (y eso, incluyendo los híbridos enchufables). Si se lograse, como ocurre en Noruega, que más del 90% de los vehículos nuevos adquiridos fuesen eléctricos, el potencial de mejora sería elevadísimo.
¿Qué supondría una adopción elevada del vehículo eléctrico en las ciudades? Aunque las ciudades únicamente cubren un 3% de la superficie del planeta, producen alrededor de un 70% de las emisiones contaminantes, lo que permite hacerse una idea de las posibilidades. Algo que, además, sabemos todos los que vivimos o trabajamos en una ciudad: no hay más que mirarse el cuello o los puños de una camisa blanca para saber que si el equivalente a eso se acumula en nuestros pulmones cada día, eso no puede ser nada bueno.
Los resultados del estudio, publicados en la revista científica Environmental Science & Technology, demuestran que la adopción del vehículo eléctrico es uno de los factores fundamentales a la hora de lograr los objetivos de descarbonización que necesitamos para evitar una emergencia climática que, cada día más, genera más catástrofes medioambientales: sequías descontroladas, inundaciones extremas, incendios forestales incontrolables, huracanes mucho más frecuentes y olas de calor cada vez más peligrosas.
Aunque las ciudades únicamente cubren un 3% de la superficie del planeta, producen alrededor de un 70% de las emisiones contaminantes
El transporte no es el factor más importante en las emisiones, puesto que corresponde a la generación de energía, pero sí da lugar a un tipo de emisiones que se producen de manera cotidiana y recurrente, y que además tienen lugar precisamente allí donde vive la mayor parte de la población.
Una reducción de las emisiones en las ciudades jugaría un papel fundamental no solo en el bienestar de los ciudadanos, sino además, en su esperanza de vida y en el consumo de recursos del sistema sanitario. Muchas de las que conocemos como “enfermedades de la vida moderna”, desde trastornos cardíacos a accidentes cerebro-vasculares, pasando obviamente por las enfermedades respiratorias e incluso, según estudios recientes, numerosas enfermedades mentales, tienen un origen relacionado con los cambios en nuestro entorno producidos por la emergencia climática.
No lo olvidemos: la emergencia climática no es más que un problema tecnológico: dos tecnologías, los combustibles fósiles y el motor de combustión interna, permitieron que las sociedades humanas alcanzasen una productividad y unos niveles de bienestar muy elevados e inauditos en la historia de la humanidad. Pero su factura oculta — o no tan oculta, dado que las compañías petroleras lo sabían fehacientemente desde los años ’70 — era precisamente lo que estamos viviendo ahora, y a lo que necesariamente tenemos que poner freno lo antes posible.
La emergencia climática no es más que un problema tecnológico: dos tecnologías, los combustibles fósiles y el motor de combustión interna
Ahora, la tecnología nos ofrece frenar la emergencia climática sin necesariamente perder calidad de vida. Los vehículos eléctricos son una muy buena prueba de ello: su tecnología es decididamente superior a la de sus equivalentes de combustión interna (mucha más eficiencia energética, mucho menos mantenimiento y prestaciones de conducción infinitamente mejores) y con un coste más barato si tenemos en cuenta que se alimentan de electricidad, muchísimo más barata que el combustible, y que no precisan prácticamente de revisiones ni mantenimiento.
España, en ese sentido, es especialmente torpe: que sea uno de los países de Europa con menor porcentaje de vehículos eléctricos demuestra, por un lado, que el españolito medio no tiene ni maldita idea de finanzas, y por otro, que la influencia de las empresas automovilísticas tradicionales, que aún no se han tomado ni mínimamente en serio la transición al vehículo eléctrico, llega a todas partes, incluido el gobierno. Todo ello, en un país en el que además, la electricidad puede provenir (y proviene ya buena parte del año) mayoritariamente de fuentes renovables
Solo es cuestión de dejarnos de discusiones estúpidas e intrascendentes (ninguno de los absurdos tópicos atribuidos al vehículo eléctrico eran ciertos), y ponernos las pilas. Literalmente. Cuanto antes, mejor.
***Enrique Dans es Profesor de Innovación en IE University.