Valor de las acciones en bolsa

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La tribuna

La idea más tonta del mundo

12 mayo, 2024 03:00

Jack Welch, el legendario CEO de General Electric, sentenció en cierta ocasión que gestionar las empresas bajo el principio de que el objetivo de los directivos debe consistir en la maximización del valor de las acciones de las compañías, pues así se logra satisfacer el interés principal de sus propietarios, tal vez fuese "la idea más tonta del mundo".

Una reflexión lapidaria, esa de Welch, que certificó su honestidad personal e intelectual, toda vez que tal idea, la más necia del planeta a su juicio, se puso de moda entre los altos ejecutivos de las empresas cotizadas en Wall Street, allá a principios de la década de los ochenta, tras haber sido creada, teorizada, avalada y difundida por… Jack Welch.

Así las cosas, no sé yo qué pensaría aquel Pablo de Tarso de la creación de valor para el accionista si estos días estuviera vivo y cayese en sus manos el último comunicado remitido por el Banco de Sabadell a la CNMV, un papel donde se da conocimiento al regulador del rechazo de la entidad nominalmente catalana a la opa amigable promovida por el BBVA.

Y es que ahí se anuncia, además de modo casi solemne, que la decisión de repudiar la opa se inspira en que "la estrategia del Banco de Sabadell como entidad independiente generará un mayor valor para sus accionistas". Un propósito a resultas del cual el consejo acaba de anunciar que repartirá de forma inmediata, durante el presente ejercicio y a lo largo de 2025, un monto aproximado de 2.400 millones de euros entre los tenedores de títulos de la sociedad. 

Un muy generoso dispendio de recursos del balance consolidado de la entidad con destino a los bolsillos de particulares en el que no hubiera sido necesario incurrir si el Banco de Sabadell dispusiese, como no resulta ser el caso, de un significativo núcleo duro de accionistas estables e inmunes a los cantos de sirena procedentes de la competencia; un cinturón de seguridad para situaciones de emergencia similar al que posee el otro gran banco de origen catalán, Caixabank, gracias al 30% de la propiedad en poder de la Fundación La Caixa de modo permanente.

Enfrentamiento teórico más contraintuitivo de la historia entre dos de los grandes pensadores económicos de la época clásica, Adam Smith y Karl Marx

La naturaleza ambivalente de las sociedades anónimas, en tanto que la fuente de grandes virtudes pero también de grandes defectos del sistema capitalista, es lo que llevó al enfrentamiento teórico más contraintuitivo de la historia entre dos de los grandes pensadores económicos de la época clásica, Adam Smith y Karl Marx. 

Frente al criterio escéptico del padre intelectual del libre mercado, que siempre fue contrario a la figura de la sociedad anónima y se opuso con fuerza a su autorización, Marx se reveló desde muy pronto como un entusiasta apologista de aquella novedosa fórmula jurídica que permitía movilizar grandes volúmenes de capitales merced a la garantía legal que aseguraba a sus dueños un límite del riesgo personal equivalente al dinero desembolsado.

Smith había comprendido con claridad que en ese tipo de compañías, al estar radicalmente separada la figura de los gestores de la de los propietarios, constituyendo estos últimos una masa ingente e inconexa, el sesgo hacia el empleo demasiado ligero del dinero ajeno entre los administradores estaría siempre presente en el escenario. 

Célebre sería la siguiente sentencia suya al respecto: "Como los directores de semejantes compañías no manejan más que el fondo ajeno sin tener parte inmediata en sus intereses, no cabe prometerse que pongan en su negociación la vigilancia que cualquier miembro de una empresa que vela por su caudal propio".

Por su parte, Marx había comprendido, y con pareja lucidez, que solo ese nuevo tipo de organizaciones podrían llevar a la realidad tangible la capacidad de favorecer el desarrollo de las fuerzas productivas que está asociada a la naturaleza del modo de producción capitalista. Por lo demás, los dos, tanto Smith como Marx, tenían razón. Y la siguen teniendo, por cierto. 

Modificar los derechos políticos de las acciones por la vía de condicionarlos a la antigüedad en la empresa de sus tenedores, ese es el camino

Porque aquella ambivalencia contradictoria, la propia de las sociedades anónimas en su instante germinal, sigue siendo a día de hoy una fuente idéntica de conflictos de intereses. Idéntica. ¿Cómo considerar en serio propietarios y responsables de las empresas a sus accionistas cuando en el Reino Unido, uno de los grandes países desarrollados del mundo, el periodo promedio de la tenencia de títulos de propiedad en unas mismas manos sobre sociedades cotizadas en bolsa apenas roza hoy los doce meses?

Si el grueso de los accionistas de las compañías ya ni tan siquiera aguanta un año con los títulos de propiedad en su poder, ¿qué sentido lógico tiene seguir suponiendo que están interesados de modo prioritario por garantizar la continuidad y la solvencia a largo plazo de las empresas, más allá del rendimiento financiero inmediato que pudiesen obtener de la posesión de las acciones? 

Y lo mismo se puede decir de los directivos, cada vez más presionados en el proceso de toma de decisiones estratégicas por el creciente apetito cortoplacista de dividendos a toda costa que se va imponiendo en las juntas generales de accionistas. El éxito del capitalismo durante los dos últimos siglos en tanto que orden económico y social no se basó en el principio de “coge el dinero y corre”, sino en todo lo contrario, a saber: en la constante subordinación de las posibles ganancias fáciles e inmediatas frente a las inversiones en equipos materiales cuyos réditos sólo se podrían disfrutar tras largos periodos temporales de maduración.

He ahí la diferencia ontológica entre el genuino capitalismo y los juegos de mesa. Modificar los derechos políticos de las acciones por la vía de condicionarlos a la antigüedad en la empresa de sus tenedores, ese es el camino. Porque Welch estaba en lo cierto.

*** José García Domínguez es economista.

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