El pasado lunes tuve la suerte y el privilegio de presentar el libro “Maleducados” de Berta Rivera. La autora se plantea hasta qué punto los padres hemos traicionado a nuestros hijos, haciendo de ellos una generación desconsiderada, omni-ofendida y, en general, maleducada. Dejando a un lado al sistema educativo, que, por desgracia depende de demasiadas cosas, en quienes recae la responsabilidad de la educación es en los padres.
En efecto, los jóvenes van al colegio expuestos a que el ministerio de turno decida qué contenidos y métodos son los mejores para ellos. Para todos. El enfoque, tinte político, aproximación al conocimiento, todo queda en manos de personas ajenas al entorno, valores familiares y necesidades de los niños.
Durante la presentación, una vez expuestos los palos en las ruedas que encuentran niños y padres en el camino de la educación, Berta Rivera, que además de una buena persona es una buena amiga, me preguntó qué es lo nos encontramos los profesores universitarios.
No seré yo quien ataque a mis alumnos. Como a mi maestro, Carlos Rodríguez Braun, a mí tampoco me gusta hablar mal de los alumnos como si los profesores fuéramos inocentes, o como si no pudiéramos hacer nada. Siempre se puede. Todos necesitamos referentes y los adoptamos allá por donde vamos. Y los alumnos perciben la honestidad y el entusiasmo.
Pero volviendo a la pregunta de Berta, en las facultades de economía y empresa, según mi experiencia, a menudo nos encontramos con jóvenes que no saben muy bien dónde están. Eligieron esa carrera porque quieren trabajar en una empresa, pero no saben muy bien qué hace falta estudiar para lograrlo. Un estudiante de medicina, al menos, sabe que disciplinas como biología y anatomía van a ser muy importantes. Uno de económicas sabe que “hay muchas matemáticas”, pero nada más. Y en primer curso se chocan con asignaturas a menudo abstractas, un lenguaje propio, lógica, estudio del entorno y sí, muchas matemáticas. Creo que les falta entender por qué y para qué es necesario todo eso. ¿Cómo se podría hacer? Por ejemplo, poniéndoles en contacto con la empresa, el mercado y el mundo financiero desde el principio.
Uno de económicas sabe que “hay muchas matemáticas”, pero nada más.
A pesar de todo, tras la lectura de “Maleducados” y de la charla con Berta, me doy cuenta de que la asignatura pendiente de verdad es la curiosidad. Berta explica que para animar a los niños a leer es condición necesaria, pero no suficiente, que tengan curiosidad. Leemos para responder preguntas, para descubrir lugares, para “desfacer entuertos”. Y para ello, el paso previo es tener una actitud de búsqueda. Y ahí está el agujero negro, también en economía.
Lo que nos llega a la universidad son jóvenes deseosos de tener éxito, aprobar, encontrar un trabajo. Por supuesto, también buscan socializar y divertirse. ¡Sólo faltaría! ¡Qué jóvenes tan raros serían si no fuera así!
Lo que cuesta más es es despertar su curiosidad. Su actitud no es activa, sino pasiva. Y no es su falta. Es el hábito que les han inculcado. Pero también es la actitud que ven en los mayores. Quienes deberían ser sus referentes, ante un problema, buscan que otro les provea la solución. Ellos se sientan en sus pupitres dispuestos a tomar apuntes, en el mejor de los casos, para memorizarlos. Ante una pregunta lanzada al aire, eligen el silencio, incluso cuando saben la respuesta. E insisto, no son ellos. Son los incentivos.
Nuestros jóvenes universitarios son inteligentes, racionales, responden a los estímulos. Por eso les aburren los textos: les enchufan a las pantallas desde muy pequeños. No leemos con ellos. Les obligamos a leer. No diseñamos una estrategia para que adquieran una práctica tan revolucionaria como la lectura. Es decir, si leer es una obligación y no un descubrimiento, cuando se enfrenten al estudio no lo vana hacer con la actitud adecuada..
No es nada extraño que contemplen los problemas económicos y la economía, en general, como un libro de recetas, de manera que si pasa A entonces aplicas B y sanseacabó. Paradójicamente, no se enseña desde bachillerato las bases de las finanzas personales, cómo hacer que sus ahorros rindan y, sobre todo, lo duro que es ganar dinero sin tener más que tus manos. Llegarían a primer curso con una predisposición diferente.
No es nada extraño que contemplen los problemas económicos y la economía, en general, como un libro de recetas, de manera que si pasa A entonces aplicas B y sanseacabó
Un punto muy importante que también surgió en la charla de presentación de “Maleducados” fue la importancia de enseñarles a contemplar la incertidumbre como una compañera de viaje, no como un mal a evitar. Especialmente porque nuestro cerebro está preparado para apartar de nosotros el incómodo cáliz de decidir sin controlar el resultado. El problema es que solamente con una actitud de aceptación de la incertidumbre uno se plantea preguntas y aprende a amar la búsqueda y el descubrimiento. Y eso se entrena desde pequeño. Sin embargo, nuestra sociedad está atrapada en el control. Un control que es ficticio y adictivo porque nos crea la ilusión de que se puede domar la incertidumbre como un vaquero en un rodeo. No les preparamos para la frustración, para el error.
En este final del primer semestre desde que me incorporé en febrero, después de año y medio en la cuneta, no he parado de plantearme la verdadera función de mi labor, de las facultades de economía y empresa, de la universidad. Especialmente en tiempos en los que todos sabemos que la tecnología GPT avanza de manera acelerada, pero no tenemos claro exactamente hacia dónde, me planteo por qué no nos anticipamos a la obsolescencia anunciada de la función del profesor universitario tal y como la conocemos, y tratamos de prepararles para lo que parece que se van a encontrar en cuatro años. Siento una enorme curiosidad.