El pasado martes tuve el placer de cerrar el seminario dirigido por Gregorio Luri “Después de la orgía”, en la Fundación Tatiana. Me correspondía enfocar el tema desde la economía y hablé del final del plan. Un tema que puede resultar chocante, especialmente en un mundo donde no paramos de hacer planes, de utilizar aplicaciones en el móvil para planificar los pasos que caminamos, las reuniones que tenemos, las comidas, cenas, copas, conciertos, salidas al campo. Todo está sometido a un plan, a una agenda cuyo incumplimiento nos trae muchos dolores de cabeza.

De las múltiples acepciones de la palabra “plan” que aparece en el Diccionario de la R.A.E., la que nos interesa es “modelo sistemático de una actuación pública o privada, que se elabora anticipadamente para dirigirla y encauzarla”. Desde el punto de vista que me compete, un plan económico o un plan empresarial se refiere a esa modelización anticipada en el ámbito de la economía o en el seno de una empresa.

Pienso en el Plan de Estabilidad y Crecimiento del 1959, con sus luces y sus sombras y en los Pactos de la Moncloa de 1977. Una de las principales diferencias entre ambos era que mientras que el entorno internacional en los años 60 era de estabilidad y crecimiento, en 1977 estábamos al borde de la segunda crisis del petróleo, la de 1978, justo después de la primera en 1973. Los potenciales beneficios de los Pactos de la Moncloa se vieron truncados. ¿Qué habría pasado si el entorno económico en los años 60 hubiera sido de recesión económica? ¿O si la crisis de 1978 no hubiera tenido lugar?

Los planes económicos tienen muchas sombras. También así los planes empresariales. Hay tres razones comunes que explican este problema: los desfases entre el diseño del plan y su ejecución, los problemas de cálculo que llevan a la falta de recursos para ejecutar los planes y la asunción de valores fijos, es decir, estáticos.

Efectivamente, y tenemos un ejemplo palmario en los Fondos Europeos Next Generation, mientras que el plan sobre el papel luce fantástico, ponerlo en práctica conlleva retrasos, imprevistos, en general, bajar a tierra la carta de los Reyes Magos. Porque, por desgracia, planificar, en nuestros días significa más bien, poner por escrito lo que nos gustaría que sucediera.

No hemos leído lo suficiente el cuento de la lechera. No sería tan grave si no fuera porque se ha contado con los efectos positivos del dinero inyectado por los Fondos para planificar otras cosas, que afectan a la economía de todos los españoles. 

Pero, además, está la visión estática de la economía, que lleva a los economistas a hacer previsiones “si todo sigue como va”. No es exclusivo de los analistas económicos. Los empresarios también hacen previsiones considerando que las condiciones del mercado, o las preferencias de los consumidores no van a cambiar. Y ese es, desde mi punto de vista, uno de los problemas más graves de los planes, y también, la razón por la que creo que los planes, tal y como los conocemos, están llegando a su final. 

Los empresarios también hacen previsiones considerando que las condiciones del mercado, o las preferencias de los consumidores no van a cambiar

Porque el plan se elabora anticipadamente y la economía y la sociedad, están en permanente cambio. Como siempre, ¿no? Cierto, pero resulta que los cambios económicos y sociales se han acelerado. El cambio tecnológico iniciado hace cuarenta o cincuenta años está dando sus frutos y ha traspasado los centros de investigación para difundirse en la sociedad. Como sucedió con el teléfono móvil, la aplicación de la IA a nuestras vidas será cada vez más barato y aprenderemos sobre la marcha, como hemos aprendido a hacer bizum.

Las leyes, que siempre llegan después, tendrán que encargarse de que la libertad y la seguridad de los ciudadanos está a salvo. Y, de nuevo, también veremos detractores de la IA financiados por intereses creados y defensores de la IA financiados por intereses creados. En medio, como siempre, los ciudadanos.

Hay que pensar, por ejemplo, que si la radio tardó 38 años en tener 50 millones de seguidores, y la televisión tardó 13 años, internet tardó solamente cuatro años en alcanzar 50 millones de seguidores, Twitter (hoy X) nueve meses y el famoso juego Pokemos Go, apenas seis días. ¿Quién puede hacer previsiones con esos plazos?

Vivimos en una sociedad que necesita afrontar la incertidumbre como algo positivo, de lo que se puede aprender, y que puede ser un factor a favor. Pero para ello es necesario abandonar el plan rígido que alivia el miedo, y abrazar la adaptación, entrenar las habilidades que se requieren para “pivotar”, para plantearse diferentes escenarios y saber que, incluso si se idea una solución para cada uno de ellos, el futuro, cada vez más reciente, nos puede traer lo inimaginable. En ese caso, hay que estar preparados para gestionar los recursos de la empresa de manera que el coste de la adaptación sea mínimo. 

¿Y qué hacemos con la economía? Abandonar los viejos patrones que llevan a que nuestro mercado de trabajo esté encadenado a unos bajísimos niveles de productividad, soltar lastre, como el insostenible volumen de deuda pública, olvidarnos de la planificación indicativa que vivimos, vía subvenciones y privilegios, y por encima de todo, afrontar los problemas de nuestra economía como lo que son, sin inyectarles el veneno de los intereses partidistas. Porque no se trata de si la economía y la política van de la mano, sino de que la vida política y el sentido de Estado ha desaparecido para dar paso a la partitocracia. 

En el programa del seminario de Luri se incluye la siguiente frase: “La vida humana siempre se ha vivido al borde de un precipicio, decía T.S. Elliot, si los hombres hubieran pospuesto la búsqueda de conocimiento y de belleza hasta que estuvieran seguros, la búsqueda nunca habría comenzado”. Una frase que hoy en día adquiere una especial relevancia. No esperemos a estar seguros para iniciar el cambio, cada cual en lo suyo, y todos, el cambio de mentalidad que el futuro (muy) próximo nos demanda.