Una de las cosas que todo el mundo occidental sabe de China es que es un país no democrático, un régimen dirigido con mano de hierro por un partido único, el Partido Comunista Chino, con un liderazgo no especialmente transparente y con procedimientos que nada tienen que ver con los que se consideran mínimamente “higiénicos”, como elecciones primarias, candidaturas alternativas, etc.
Por lo general, todo demócrata que vive en un país en el que puede ejercer su derecho al voto sin problemas, en ausencia de manipulaciones y con procesos electorales transparentes, tiende a considerar el sistema chino como no deseable, como una dictadura en la que el ciudadano carece completamente del derecho a decidir quien le gobierna, algo que consideramos fundamental.
Sin embargo, no se puede negar que el sistema chino tiene una cierta “ventaja” en una cuestión: al no tener que someterse a procesos electorales periódicos que pueden cambiar su liderazgo, su gobierno tiene la posibilidad de llevar a cabo una planificación a muy largo plazo, sin temores a que triunfe otra alternativa y trunque su estrategia.
Obviamente, lo de “ventaja” lo entrecomillo porque, como demócratas convencidos, jamás estaríamos dispuestos a sacrificar nuestra libertad a cambio de una mayor planificación, pero no cabe duda que China, ya que su sistema funciona así y su población parece aceptarlo desde hace generaciones, pretende convertirlo en una ventaja comparativa, que es como se denomina en macroeconomía, cuando hablamos de países o territorios, al conocido concepto de ventaja competitiva que utilizamos cuando en management analizamos compañías.
Pues resulta que esa capacidad de China para la planificación a largo plazo está consiguiendo algo inaudito: que el país, aparentemente, haya alcanzado su máximo de emisiones de dióxido de carbono y gases de efecto invernadero el pasado año 2023, y que las cifras de 2024, llevadas sobre todo por un incremento brutal en la instalación de energías renovables, sean no solo más bajas, sino que, aparentemente, vayan a marcar un punto de inflexión.
El país, aparentemente, haya alcanzado su máximo de emisiones de dióxido de carbono y gases de efecto invernadero el pasado año 2023
Si no te crees lo que estás leyendo, frótate los ojos: hablamos de China, el país con mayores emisiones del mundo, el que afirmó que su llegada al llamado Net Zero se retrasaría algunas décadas porque el país tenía derecho a consolidar su economía a nivel mundial quemando los combustibles fósiles que considerase necesarios, del mismo modo en que el mundo occidental lo había hecho en décadas pasadas.
El mismo razonamiento hace India: las economías que hoy consideramos desarrolladas se dedicaron durante décadas a emitir dióxido de carbono como si no hubiera un mañana, por tanto, nosotros debemos tener derecho a hacerlo al menos hasta que nuestras economías hayan llegado a un nivel similar de desarrollo.
Dado que hablamos de las dos economías más populosas del planeta, esa decisión resulta problemática, básicamente por una razón: todos vivimos sobre el mismo planeta, y está por ver que nuestra especie pueda seguir habitándolo en condiciones razonablemente seguras si las emisiones siguen creciendo. Poca broma. Y si de alguna manera te planteas algún tipo de negacionismo en este sentido, deja de leer este artículo, no hagas el ridículo manchando sus comentarios con tu ignorancia, y hazte el favor de formarte un poco antes de volver por aquí.
¿Qué está pasando en China? Pues que además de haberse convertido en líder tecnológico de largo en las dos tecnologías más estratégicas de cara a la descarbonización y la transición energética, los paneles solares y las baterías, ha decidido apostar plenamente por ellas y desplegarlas a una velocidad mucho mayor que la inicialmente planificada. ¿Por qué? Por la razón más sencilla de todas: son muchísimo más baratas.
Mientras una caterva de ignorantes en Occidente se preguntan estupideces de pata de banco como si los vehículos eléctricos son más caros, si generan más emisiones o si las baterías pueden reciclarse, en China los vehículos eléctricos ya no son el futuro sino el presente, se ponen paneles solares y aerogeneradores en todos los sitios donde razonablemente se pueden poner, y se instalan baterías para cubrir su intermitencia natural.
Todos vivimos sobre el mismo planeta, y está por ver que nuestra especie pueda seguir habitándolo en condiciones razonablemente seguras si las emisiones siguen creciendo
El resultado es el que es: el país que más contamina del mundo puede haber alcanzado su máximo de emisiones en 2023, y estar ya en la fase descendente. La expansión de la generación solar y eólica supuso que en marzo de 2024 esas fuentes cubriesen el 90% del crecimiento de la demanda de electricidad. Unido a una fortísima apuesta por hidroeléctricas, con algunas de las presas más grandes del mundo, estamos ante una apuesta que puede no solo asegurar todas las necesidades energéticas del país, sino además, hacerlo a unos costes significativamente más bajos.
Que China se haya convertido en el mayor exportador de vehículos eléctricos es, visto así, algo completamente lógico: es la lógica evolución de una economía planificada a largo plazo cuando entiende las ventajas en coste que proporciona la tecnología. Se guarda las espaldas, sí, proyectando más centrales de carbón o nucleares, pero deja de considerarlas su primera opción.
De considerar a China — o a India, que parece querer seguir una estrategia similar — los países más sucios del planeta y un verdadero problema, a empezar a verlos como estandartes de futuro y como modelo de transición energética (no todavía, aún queda mucho que demostrar… pero hablamos de modelos, no de hechos consumados).
A ver si va a resultar que quien tiene mucho que aprender en estos temas no son los países en vías de desarrollo, sino precisamente los desarrollados…
***Enrique Dans es Profesor de Innovación en IE University.