Pretender tratar como simples problemas que son, por su naturaleza, muy complejos es siempre una mala idea, porque para cada problema complejo hay no una, sino muchas soluciones claras, simples… y equivocadas.
El intento fallido de crear un sistema de verificación de la mayoría de edad para el acceso a la visualización de contenidos en internet presentado el pasado martes por el ministro Escrivá es simplemente eso, un intento fallido. Una forma de poder decir “hemos hecho algo” a la presión social de quienes protestan por el fácil acceso de los jóvenes a la pornografía. Simplemente, echar balones fuera… a costa del dinero de todos, y para que no sirva para absolutamente nada. Y peor aún: sabiendo desde el minuto cero que no va a servir para absolutamente nada.
Empecemos por el principio: cada vez que vea un intento de solucionar este tipo de problemas a nivel de país, desconfíe automáticamente: le están tomando el pelo. Internet es global y transnacional por definición, y no existe solución posible desde el ámbito nacional. Es perder el tiempo. La mayoría de las páginas pornográficas más populares están radicadas en el extranjero, no estarían obligadas a adherirse a ningún estándar, y es simplemente ridículo, cuando no patético, pensar en bloquearlas todas.
Segundo tema, y muy, muy importante: no se fíe jamás, y repito, JAMÁS, de una solución que depende del bloqueo de contenidos —sean pornografía o lo que sean— ejercido por proveedores de servicio y sin orden judicial. La tutela judicial es fundamental, debe existir siempre y no puede relajarse, o normalizaremos algo que, en manos de según qué gobierno, puede ser peligrosísimo. Ninguna página debe cerrarse si no lo ha dicho un juez.
La idea de la medida propuesta por el Gobierno es intentar evitar el consumo de pornografía en edades muy tempranas, consumo que, según algunas asociaciones, se produce de manera cada vez más habitual y con acceso, según ellos, a contenidos cada vez más violentos. Algo que, se mire como se mire, no es bueno, ni saludable, ni mucho menos educativo.
Internet es global y transnacional por definición, y no existe solución posible desde el ámbito nacional
Que los menores interpreten la pornografía como una referencia o una forma de aprender para sus experiencias sexuales es algo aberrante, porque muy poco de lo que aparece en la pornografía es real: obviamente, no está diseñado para el disfrute de los actores sino para el del espectador, y generalmente, buscando la exhibición de cuantos más trozos de piel de los que generalmente no se exhiben en público, mejor.
Las posturas que se ven en la pornografía no pretenden ser placenteras ni servir para lo que debe servir el sexo, sino generar ángulos buenos para ver tetas, culos, o para mostrar una vagina a un nivel de detalle que se diría más propio de un tratado de ginecología. Si los adolescentes toman la pornografía como referencia, corren el riesgo de ser muy infelices en sus futuras relaciones de pareja, y eso ya sin entrar en comportamientos con fortísimos sesgos con respecto a papeles de dominación o sumisión, o de comportamientos directamente aberrantes, o incluso abiertamente delictivos.
Dicho esto, la idea de que los adolescentes buscan contenidos pornográficos violentos es falsa. Es un mito, y hay numerosos estudios que lo demuestran. La pornografía que más se consume no es la violenta, sino la que podríamos calificar como de más convencional. Lo más satisfactorio, sobre todo para personas que se inician en ese mundo, es lo más habitual, no las extravagancias ni las aberraciones violentas.
Pero en cualquier caso, sigue sin ser nada bueno. La apreciación de que la pornografía es cada vez más accesible y que la edad de consumo ha descendido sí es real. Sin embargo, hay que hacer un esfuerzo por intentar entender la naturaleza de internet, y las múltiples formas que existen de acceder a la pornografía.
Las páginas pornográficas solo son una de esas formas, y si se intentan bloquear, se generará más consumo a través de otros canales, como la mensajería instantánea, y mediante el uso de redes privadas virtuales (VPN) que, además, no suelen ser las más fiables (cuando alguien quiere una VPN para consumir pornografía, no paga por una VPN de calidad, sino que se mete en la primera que encuentra gratuita… que suele serlo precisamente porque se dedica a comercializar los hábitos de sus usuarios).
La apreciación de que la pornografía es cada vez más accesible y que la edad de consumo ha descendido sí es real
Pero sobre todo, si el consumo de pornografía se deriva a la mensajería instantánea, en donde el control es mucho más complicado, no solo no habremos solucionado nada, sino que habremos empeorado el problema. Las medidas de control que se plantean son inútiles, y además, pueden empeorar el problema que pretendían supuestamente solucionar (aunque en realidad, lo único que pretendían era sacudirse la presión social ejercida por determinadas asociaciones y darles una larga cambiada).
Por otro lado, no existe ninguna pretendida solución tecnológica adecuada para esto. Ninguna. Si alguien le dice lo contrario, le está engañando, y habitualmente, para venderle algo. Al gobierno le han vendido que se puede usar una cartera digital y que es muy seguro, pero no lo es.
Existen formas de atacar este tipo de sistemas, de generar credenciales de manera prácticamente ilimitada y hasta de publicarlas en la red para que las use cualquiera, sea mayor o menor de edad. Y por supuesto, le digan lo que le digan, existe la posibilidad de que un ataque al punto adecuado permita revelar las identidades de quienes solicitan el acceso a páginas pornográficas, incluyendo cuánto uso hacen de ellas.
Los sistemas de control parental no son una buena solución, pero al menos, no privan de derechos a los adultos. ¿Funcionan? No, pero sobre todo porque los adultos creen que simplemente “subcontratando” la educación de sus hijos a un programa de software ya han cumplido con su deber de educar, y eso es cualquier cosa menos correcta.
¿De verdad alguien en el Gobierno cree que pedir a quienes quieran consumir pornografía que soliciten un “pajaporte” para ello es una buena solución? Lo único bueno que tiene es la enésima demostración de que el ingenio patrio es ilimitado: lo de “pajaporte” es realmente brillante, al que se le ocurrió tenía un día realmente inspirado. Pero no, no es una buena solución: de hecho, ni es buena, ni es, en realidad, una solución.
Sin embargo, esto no quiere decir que no se pueda hacer nada, o que no existan soluciones al problema. La cuestión es buscarlas en el lugar adecuado. Y el lugar adecuado no es el legislador, sino la educación. Al legislador habrá que pedirle, en primer lugar, que use el dinero público para lo que debe, y que no lo dilapide con soluciones rocambolescas. Pero sobre todo, que la administración no pretenda desarrollar software. Todo sabemos ya a estas alturas el resultado: lo hace especialmente mal.
Habrá que pedirle que dialogue con el sector, que pida que los contenidos sean separados y etiquetados en función de su nivel de tolerancia, que entienda que existe pornografía de muchos tipos, que colabore con la iniciativa privada en el desarrollo de filtros de contenidos, que —siempre con las garantías judiciales pertinentes— cierre las páginas que sean consideradas peligrosas, y sobre todo, que busque la cooperación internacional para un problema que es definitivamente de índole internacional. A quien busca pornografía, lo último que le importa es el idioma que hablan los actores.
¿Dónde está, por tanto, la solución? Es evidente: en la educación. En una educación bien planteada, que no reduzca el sexo a su componente reproductiva, que explique las cosas con una mentalidad abierta, que no recurra a estereotipos, y que parta de las actitudes adecuadas. Y quien habla de educación, no habla del colegio: habla de todo el entorno, con un papel enorme para los padres. Construir entornos en los que los adolescentes, que van a buscar pornografía sí o sí como lo han hecho toda la vida, puedan preguntar sus dudas, satisfacer su curiosidad y plantear lo que les parece extraño o peligroso.
Con precauciones obvias, pero sin obsesiones, sin actitudes extremas, sin tremendismos. Créanme, de verdad: no existe una solución tecnológica para este problema, y quien se la venda, le está engañando. Es el problema de las puertas y el campo. La única solución es la que es, la educación. No hay más. Dejémonos de “pajaportes”, de credenciales, de cifrados y de complejidad vestida de magia negra para ignorantes, y utilicemos la educación y el sentido común.
***Enrique Dans es Profesor de Innovación en IE University.