Antídotos ante el declive de Europa
La UE sigue retrocediendo frente a las otras grandes potencias, evidenciando la urgencia de una mayor integración económica y un proyecto social.
La construcción europea se enfrenta al riesgo de declive económico frente a las otras grandes potencias. La UE apenas ha avanzado un 2,5% desde antes de la pandemia, la mitad que EE UU. También estamos perdiendo terreno con respecto a China: a principios de siglo nuestra renta per cápita era casi 11 veces mayor, y para este año el diferencial habrá descendido hasta 2,2 veces. Retraso que se visualiza en el caso del vehículo eléctrico, sector en el que corremos el riesgo de desaparecer por falta de competitividad.
Este declive no ayudará a disipar el euroescepticismo que se ha ido adentrando en el escenario político. Las últimas elecciones europeas se saldaron por una participación a la baja, especialmente entre los más jóvenes y los ciudadanos con rentas más bajas. En España, el cuarto país que más escaños aporta al Parlamento Europeo, se situó en tan sólo el 49,2%. Las clases medias se han empobrecido como consecuencia de la inflación y de la globalización, exacerbando los temores antes la transición tecnológica y el cambio de paradigma energético. Todo ello se refleja también en el rechazo creciente ante la inmigración.
Uno de los factores que explican el declive europeo la carencia de una capacidad fiscal y económica para abordar las cuestiones económicas y sociales que atañen al conjunto de Estados miembros. Tras la creación del euro, el pilar monetario de la UE se ha reforzado, sin que se hayan dado pasos significativos hacia una política económica europea de una envergadura suficiente para afrontar los dilemas de nuestros tiempos.
Además, la cesión de soberanía de los distintos estados miembros a estructuras transnacionales no ha ido acompañada de mayor participación democrática por parte de los ciudadanos. El poder del Parlamento es limitado frente a un Consejo que es realmente quien adopta las decisiones críticas. El modelo europeo de gobernanza adolece de unos débiles sistemas de rendición de cuentas, de control democrático y de mandato popular. Ese déficit democrático es caldo de cultivo para un creciente euroescepticismo.
Es, por ello, necesario avanzar hacia una unión política plena. Con una mayor democratización de las instituciones europeas revisando la composición del Parlamento Europeo, para dar igual voto a todos los ciudadanos europeos, y eligiendo de forma directa al presidente de la Comisión Europea, que debería evolucionar hacia un gobierno europeo elegido por el Parlamento Europeo.
El proceso de integración europea se enfrenta al dilema de seguir ampliando indefinidamente el número de Estados comunitarios o apostar por la profundización. Ampliar el número de Estados permite maximizar los intercambios económicos, pero a la vez, dificulta la federalización política, porque más miembros se traduce en más complicaciones para decidir. Mientras que profundizar en la integración política supranacional permite asentar aquella sobre bases más firmes.
A largo plazo es previsible que la UE pase de los actuales 27 Estados a quizás 35. Los nuevos Estados en su mayor parte presentan abismales diferencias económicas con la Europa occidental y problemas territoriales aún no resueltos.
Ante este panorama, la UE tiene que llevar a cabo profundas reformas institucionales y financieras. En primer lugar, conseguir la unión fiscal plena, para poder movilizar los recursos públicos necesarios para acometer las inversiones que, con justicia social y reparto equilibrado de los costes, permitan la transición verde y situarnos competitivamente respecto a la Inteligencia Artificial. A ello habría que añadir el incremento de recursos necesarios para reforzar las capacidades de defensa europea. Distintos informes, como el Dragui o el Letta, han estimado que el presupuesto europeo debería superar el 3% del PIB comunitario y financiarse con verdaderos recursos propios de la Unión.
La semilla de la unión fiscal reside en las subvenciones directas de los Fondos Next Generation, transferidas a los Estados. Los siguientes pasos son poner en marcha un Tesoro de la zona euro, y disponer de ingresos percibidos directamente por la UE.
En tercer lugar, el impulso público no será suficiente, por lo que el ahorro europeo debería canalizarse hacia Europa. En la actualidad el ahorro europeo no encuentra proyectos de inversión en nuestro continente, y la exportación neta europea de capital se eleva a 300 mil millones de euros anuales – según estimaciones del Informe Letta-. La europeización de los mercados de ahorro solamente se conseguirá con las uniones bancaria y del mercado de capitales.
La unión bancaria no ha avanzado tanto como se esperaba. Falta aprobar el Esquema Europeo de Garantía de Depósitos, para garantizar los depósitos de los europeos con independencia de la jurisdicción donde se encuentren. La homogeneización de los regímenes de insolvencia nacionales y dar facilidad a las operaciones transfronterizas reforzarían esa unión.
Sin embargo, la unión de los mercados de capitales es un reto pendiente que pasa por eliminar las barreras a la movilidad del capital en Europa, pero con normas supervisoras y controles suficientes a escala comunitaria. Para avanzar en la armonización de los mercados de capital y crédito, España ha propuesto minicoaliciones entre los mercados de capitales de los Estados de la UE con ideas afines en un esfuerzo de integración.
Todas estas reformas hacia una mayor integración sólo tendrán apoyo ciudadano si se acompasan con el fortalecimiento de la cohesión social de la UE. Nuestro estado del bienestar europeo es ejemplo en el mundo, pero la amenaza de un deterioro de las condiciones de vida de las clases medias obliga a consolidar nuestro proyecto social europeo, para seguir ofreciendo estabilidad institucional y bienestar para todos los ciudadanos.
*** Mónica Melle Hernández es profesora de Economía de la UCM.