Durante años, los economistas de izquierdas y numerosos keynesianos de derechas han caricaturizado la denominada Curva de Laffer y negado tanto su solidez teórica como su soporte empírico. Para conseguir ese objetivo afirman algo jamás sostenido por el economista norteamericano; a saber, la idea conforme a la cual cualquier rebaja de impuestos se traduce en mayor recaudación para las arcas públicas.
A sensu contrario, ellos siempre han mantenido una posición falsa convertida en sabiduría convencional: todas las subidas impositivas se traducen de manera inexorable en un incremento de los ingresos del Estado. Y esta es la filosofía profesada por la coalición social comunista con una extraordinaria devoción.
La originalidad de la Curva de Laffer estriba sólo y exclusivamente en su expresión gráfica pero responde a viejas y eternas verdades. La tributación afecta a los incentivos de los agentes económicos y, en concreto, a sus decisiones de trabajo, ahorro e inversión.
Esto no es ninguna novedad ni responde a criterio ideológico alguno, sino a los principios básicos y elementales de la teoría económica. Ignorar este hecho es un error y, en consecuencia, puede llevar y lleva al diseño e implantación de políticas fiscales equivocadas con consecuencias negativas sobre la economía y el bienestar de los ciudadanos, incluida, una merma de la recaudación. Para entender este enfoque es preciso profundizar algo más.
A priori, si los impuestos son bajos, su aumento genera un crecimiento de los caudales públicos. Sin embargo, cuando aquellos alcanzan un determinado nivel y le sobrepasan, empiezan a tener rendimientos decrecientes. Llega un momento en el que la tasa de retorno de las actividades productivas comienza a reducirse de manera significativa.
A priori, si los impuestos son bajos, su aumento genera un crecimiento de los caudales públicos
En consecuencia, los individuos trabajarán, ahorrarán e invertirán menos y, de este modo, la economía también lo hará y, con ella, los ingresos obtenidos por el Estado caerán. No hace falta ser un macro economista sesudo para comprender esta sencilla idea.
En este contexto, el Instituto Juan de Mariana acaba de publicar una interesante investigación para determinar cual es el punto de no retorno de la Curva de Laffer, la situación a partir del cual un aumento adicional de la tributación arroja rendimientos recaudatorios decrecientes. Este trabajo complementa las brillantes y pioneras aportaciones sobre esta cuestión realizadas por el profesor José Felix Sanz hace unos años. Para realizar ese cálculo, los analistas del Instituto toman como referencia el tipo medio del IRPF para el conjunto de los trabajadores. ¿Cuáles son las conclusiones?
El tipo impositivo de equilibrio, esto es, el que maximizaría los ingresos procedentes del IFPF se situaría en el 10,77%, un 29% por debajo del vigente, 13,97%. En el caso de los rendimientos del trabajo, el punto de inflexión estaría en el 13,72% versus el 16,53% actual.
Esto implica que, en España, ese gravamen tiene un impacto negativo sobre la recaudación y, por tanto, su recorte tendría efectos positivos sobre ella. En la actualidad, los tramos del IRPF son del 19,24, 30, 37, 45 y 47 por 100. Si se bajasen al 14,5, 18,5, 23, 28,5, 34,5 y 36%, el Estado ingresaría 1.000 millones de euros más de los que recauda ahora.
Si se analiza lo acaecido entre 1995 y 2022, el tipo medio del IRPF se ha situado por encima del umbral que determina su punto de inflexión en 25 de los 28 años de ese período. Esto supone que la fiscalidad aplicada a las rentas de los trabajadores ha sido excesivamente alta sin que ello haya producido un incremento sino un decrecimiento de los ingresos públicos que se hubiesen conseguido con una imposición menor. Para decirlo con claridad: el sacrificio fiscal de los españoles ha sido inútil; no ha servido para otra cosa que para reducir su nivel de vida.
Si se analiza lo acaecido entre 1995 y 2022, el tipo medio del IRPF se ha situado por encima del umbral que determina su punto de inflexión en 25 de los 28 años de ese período
Por otra parte, esa fiscalidad ha de enmarcase en la Hipótesis de la Renta Permanente para evaluar su enorme coste en términos económicos a medio y sociales a largo plazo. Los individuos toman sus decisiones no sólo en función de los rendimientos presentes de su trabajo, de su ahorro y de su inversión, sino de la rentabilidad que esperan obtener de ellos en el futuro, esto es, de su renta permanente.
Si una imposición elevada reduce ésta, la propensión de los agentes económicos a ahorrar, trabajar e invertir disminuye y, en consecuencia, la tasa de crecimiento de la economía tenderá a ser inferior a la que se materializaría con una tributación más baja. En otras palabras, unos impuestos altos permanentes implican un bajo crecimiento permanente o, para ser precisos, por debajo de su potencial.
Esta visión muestra la pésima política fiscal imperante en España, su ignorancia-deprecio de los efectos de la tributación sobre las decisiones de los individuos, las compañías y de los inversores y la creencia de que la gente es idiota y acepta con impávida y con resignación la escalda de la carga tributaria que recae sobre ella. Eso no es así y, por tanto, la creciente voracidad tributaria de la coalición gubernamental tendrá dos efectos: primero, quien pueda irse fuera, lo hará; segundo, quien no tenga esa opción trabajará, ahorrará e invertirá menos.