Donald Trump y Kamala Harris

Donald Trump y Kamala Harris Reuters

Opinión

A pocos días de celebrarse las elecciones en EEUU, el déficit fiscal sigue siendo el “elefante en la habitación”

Luciana Taft
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A pocos días de celebrarse las elecciones en EEUU, el próximo 5 de noviembre, la incertidumbre sobre quién será el presidente electo es máxima. Las encuestas de intención de voto nacional arrojan una mínima ventaja de Harris sobre Trump (un punto porcentual).

Por otro lado, los mercados de apuestas dan la victoria a Trump (58%, si bien con cuestionable capacidad predictiva). No hay, por tanto, apenas claridad. El resultado se dirimirá en los siete estados “bisagra” (estados sin una tendencia clara de voto, que pueden variar entre unas elecciones y otras). En dichos estados, las encuestas se sitúan dentro del margen de error estadístico, impidiendo realizar una predicción fiable sobre el desenlace.

Los programas económicos electorales de ambos candidatos divergen en áreas clave, como impuestos, comercio y energía. Harris propone mayores impuestos corporativos y personales para financiar programas sociales. En cambio, Trump busca profundizar su agenda de recortes fiscales, desregulación y proteccionismo.

En todo caso, los programas de ambos implican un aumento de calado del déficit fiscal y de la deuda pública en los próximos años. Unos números rojos que se añaden a las cifras ya de por sí preocupantes, incluso si no hubiera ningún cambio de políticas. Las proyecciones de la Oficina Presupuestaria del Congreso (CBO por sus cifras en inglés; agencia independiente dentro del Congreso, que ayuda a formular los presupuestos a través de su análisis y proyecciones) sitúan la deuda pública en más de 50,7 billones de dólares en 2034, o 122% del PIB si nada cambiara (20 puntos más que en la actualidad). 

Por su parte, el Comité para un Presupuesto Federal Responsable (CRFB, otro órgano de control independiente) ha estimado, en base a los anuncios de campaña, en cuánto se incrementaría el déficit dependiendo de quién gane las elecciones (asumiendo una adopción completa de las medidas). En el caso de un gobierno demócrata, se generarían 3500 billones de dólares adicionales de déficit a lo largo de los próximos diez años.

Los programas de ambos implican un aumento de calado del déficit fiscal y de la deuda pública en los próximos años

Es decir, un punto de PIB más por año, sobre el 6% de agujero fiscal si nada cambiase. En el caso de aplicarse el programa fiscal de Trump, la cifra ascendería al doble, 7500 billones de USD. El aumento de tarifas arancelarias que propone el candidato republicano en su estrategia proteccionista se queda muy corto en relación de la rebaja de impuestos y aumento de exenciones fiscales a las empresas.

Son números, cuanto menos, alarmantes para cualquier economía. Un riesgo evidente, que no parece ser la prioridad de discusión, al menos en la esfera política: “el elefante en la habitación”. La gestión política de las cuestiones fiscales es un problema viejo conocido en EEUU El Congreso nos tiene acostumbrados a las discusiones de última hora de prórroga temporal de presupuestos (para evitar un shutdown o cierre del gobierno), o para aprobar un nuevo límite de deuda (debt ceiling) que evite un escenario de impago de las obligaciones federales.

Lo cierto es que se trata de una práctica habitual del Congreso estadounidense, que refleja un claro problema de gobernanza política. Estas discusiones al límite y resoluciones de último minuto no han supuesto, hasta ahora, largas disrupciones de financiación, pero sí han generado una fuerte volatilidad de tipos de interés y hasta han costado una rebaja de la calificación de deuda soberana en el año 2011. 

En medio de esta encrucijada fiscal, más allá de quién se proclame presidente el próximo día 5, el control del Congreso será un factor clave. La formación de un gobierno dividido (ninguno de los dos partidos se hace con la Casa Blanca y ambas Cámaras) resultaría en una política fiscal algo menos expansiva.

El mercado interpreta un Congreso dividido en clave de moderación de las expectativas de cambios bruscos en la política económica, lo que ayudaría a reducir la volatilidad a medio plazo. La deriva deficitaria, y posiblemente más inflacionista, de un gobierno republicano (incluso con gobierno dividido) generaría un movimiento alcista en tipos de largo plazo con apuntamiento de las curvas, al menos en el corto plazo. 

*** Luciana Taft, profesora de Afi Escuela.