A tan solo unas horas de las elecciones presidenciales en Estados Unidos, el escenario no podría estar más igualado. Con un empate técnico en las encuestas, la polarización extrema de la sociedad norteamericana sigue siendo una realidad, y el resultado de estos comicios tendrá repercusiones a nivel mundial.
Uno de los temas cruciales de esta contienda es el impacto de las políticas comerciales estadounidenses en el contexto global. Trump y Harris representan posturas opuestas en el tono, aunque sus propuestas podrían ser continuistas en términos de contenido. Ambos reconocen la importancia de gestionar la influencia de China en el mercado internacional, pero con enfoques distintos. Trump ha propuesto imponer un arancel del 60% a los productos provenientes de China y hasta un 20% a las importaciones de otros países, una medida que incrementaría significativamente el proteccionismo económico y, con ello, las tensiones comerciales.
Recientemente, Trump elevó aún más la apuesta al amenazar con imponer un arancel del 100% a los productos fabricados en México, lo cual pondría en riesgo el acuerdo comercial que su propia administración negoció con Canadá y México. Este enfoque no solo plantea una ruptura con la dinámica actual del comercio norteamericano, sino que podría desencadenar represalias y una escalada de proteccionismo global, afectando a las cadenas de suministro internacionales y aumentando los costes para los consumidores.
Por su parte, Harris apuesta por un enfoque colaborativo, con una agenda que busca sumar esfuerzos en áreas como el cambio climático, el narcotráfico y las enfermedades globales. Aunque promueve la cooperación internacional, la demócrata no es ajena a los desafíos que plantea China y propone una vigilancia estricta de sus prácticas comerciales, aunque sin recurrir a medidas tan drásticas como los aranceles masivos. Sin embargo, ambos candidatos coinciden en que China representa un desafío que debe ser gestionado con precaución, aunque con estrategias notablemente diferentes.
La política de seguridad internacional también es un aspecto clave en esta elección. Harris promete fortalecer la relación con la OTAN y otras organizaciones multilaterales, mientras que Trump, aunque apoya ciertos acuerdos estratégicos, prefiere un enfoque más pragmático y transaccional. Harris aboga por fomentar el consenso y la diplomacia, frente al estilo unilateral y de “América Primero” que ha caracterizado a Trump.
Para Europa, una presidencia de Trump podría significar una OTAN debilitada y menos apoyo en la contención de amenazas emergentes, como las de Rusia. Sin embargo, este enfoque también podría incentivar a Europa a asumir un papel más activo en su propia defensa. La visión de Trump es que Europa debe cumplir con su “parte justa” en la defensa común y no depender exclusivamente de Estados Unidos como “hermano mayor”. Es probable que Trump insista en que los países europeos aumenten sus contribuciones financieras a la OTAN, algo que todavía no se ha cumplido plenamente.
Independientemente de quién ocupe la Casa Blanca, EEUU y Europa seguirán interconectados. Sin embargo, la naturaleza de esa conexión dependerá del rumbo que elijan los votantes norteamericanos
El futuro de las políticas ambientales de Estados Unidos es otro tema crucial, especialmente para Europa y España, que han apostado firmemente por el desarrollo de energías renovables. La Ley de Reducción de la Inflación (IRA, por sus siglas en inglés) impulsada por la administración Biden ha sido un hito en la transición energética estadounidense y podría continuar bajo el liderazgo de Harris. La candidata demócrata ha manifestado su compromiso con una agenda climática ambiciosa, aunque ha moderado algunas de sus posturas, como la prohibición del fracking, considerando los efectos económicos.
Por otro lado, una presidencia de Trump podría suponer un retroceso en estas iniciativas ambientales, con un posible retorno al impulso de los combustibles fósiles. Este cambio generaría incertidumbre en las empresas energéticas europeas, que ya están tomando decisiones estratégicas a la espera del resultado electoral en Estados Unidos. Para Europa, este dilema es crucial, ya que podría limitar las alianzas estratégicas en el desarrollo de tecnologías limpias y la cooperación internacional en temas ambientales.
En última instancia, estas elecciones estadounidenses representan un cambio transformador en las relaciones internacionales. La posible reelección de Trump, con políticas proteccionistas agresivas, podría presionar al euro, agudizando su depreciación frente al dólar y complicando la respuesta del Banco Central Europeo (BCE) ante un posible debilitamiento económico en Europa. En respuesta, la Comisión Europea ya ha formado un grupo especial de trabajo para anticipar y mitigar el impacto de un segundo mandato de Trump, particularmente en comercio, apoyo a Ucrania y seguridad transatlántica.
Este equipo de funcionarios se dedica a evaluar las vulnerabilidades de la UE y desarrollar estrategias de comunicación en caso de un drástico giro de la política estadounidense hacia Europa. A medida que el panorama electoral en Estados Unidos se vuelve cada vez más polarizado, Europa se enfrenta al desafío de mantener su resiliencia, adaptar sus estrategias y, potencialmente, asumir un rol de liderazgo más activo en un mundo donde la cooperación con Washington ya no es un hecho garantizado.
Independientemente de quién ocupe la Casa Blanca, Estados Unidos y Europa seguirán interconectados. Sin embargo, la naturaleza de esa conexión dependerá del rumbo que elijan los votantes norteamericanos y de la capacidad de Europa para reaccionar, adaptarse y liderar en un mundo que enfrenta cambios profundos y rápidos.
*** Carlos Ochoa es responsable de Public Affairs de FTI Consulting en España.