Me he pasado muchos años de mi vida profesional dedicado a estudiar los mercados y el comportamiento humano en momentos relevantes, cuando hay que tomar decisiones importantes que no nos hagan seguir al resto de los inversores sin pensar bien qué estamos haciendo.
2024 está siendo un año muy interesante en muchos aspectos y tras las elecciones en Estados Unidos aún plantea más incógnitas para el año que viene.
Tomar decisiones de inversión, sean pequeñas o grandes, en momentos donde la geopolítica está demasiado presente es siempre complicado, porque, a la impredecibilidad y aleatoriedad de los mercados, hay que sumar los efectos combinados de una mala interpretación de lo que un gobierno diga, quiera y pueda hacer en materia de política monetaria o política exterior.
Se han escrito ya ríos de tinta (sobre todo virtual) sobre las elecciones en Estados Unidos. Y he tenido la oportunidad de leer no pocas veces que la victoria de Trump en las elecciones presidenciales de Estados Unidos ha podido sorprender por la contundencia del resultado, pero que la reacción del mercado era la esperada.
Albergo serias dudas de que “los mercados” tuvieran todo descontado porque, más allá de lo que ha ocurrido en los días posteriores, al día siguiente bolsas, el dólar y hasta el bitcoin repuntaron notablemente, mientras que la rentabilidad de los bonos ascendía en previsión de una política fiscal más laxa y mayor inflación futura.
Voy a tratar de resumir las implicaciones de esta nueva era de Trumpismo 2.0 en tres grandes áreas: la monetaria, la fiscal y la del comercio exterior.
En relación con la política monetaria, empiezo por la Reserva Federal, porque la semana pasada bajó ya sólo cuarto de punto, después de reducir medio punto los tipos en la reunión del mes de septiembre, y no queda nada claro que sigan bajando en la reunión de diciembre.
La credibilidad de cualquier banco central estriba en la independencia de sus decisiones, que, además de estar en el manual fundacional, ha de demostrar con una política monetaria que vele por el control de los precios y, en el caso de los Estados Unidos, del crecimiento económico. Pero, seamos sinceros, no está clara la reelección de Powell al frente de la Reserva Federal en 2026 o si por el camino y en un contexto de expectativas de inflación, de nuevo más altas, la retórica de bajadas de tipos podría volverse de nuevo mucho más laxa.
En materia de política fiscal, el nivel de rigor presupuestario siempre depende de si hay un gobierno más o menos dividido. Pero un control absoluto de las cámaras muy probablemente nos depare reducciones impositivas, desgravaciones fiscales y, desde luego, una prolongación de la Tax Cuts and Jobs Act de 2018.
Tomar decisiones de inversión, sean pequeñas o grandes, en momentos donde la geopolítica está demasiado presente es siempre complicado
Promulgada entonces por el mismísimo Trump, y ya muy criticada en su momento por las muchas reducciones de impuestos, la ley incluía tramos impositivos más bajos, deducciones en el impuesto sobre la renta más altas y un aumento al crédito tributario por hijos, entre otros muchos cambios.
Entre 2025 y 2028 expiran muchos de los recortes y, aunque su eficacia no ha quedado del todo demostrada, sí condujo a una mayor inversión empresarial, pero también a un aumento de la deuda federal. En compensación, a menos ingresos habrá menos gastos en ayuda exterior, cambio climático, energías limpias e inmigración.
Respecto al comercio exterior, el nuevo presidente ha centrado mucho la atención de su campaña en la política arancelaria y se han barajado aspectos como establecer un arancel básico universal, incrementar fuertemente los aranceles a productos provenientes de China o imponer tasas de importación al sector automovilístico, que harían prácticamente imposible exportar un coche a EE.UU. fabricado fuera de sus fronteras.
Es pronto aún para evaluar las consecuencias de estas medidas, pero la beligerancia arancelaria en el contexto económico actual no es especialmente buena, en general, y para economías emergentes, en particular, menos aún.
Es posible que esto termine, incluso, con que China tenga que redoblar mucho sus esfuerzos para impulsar su economía con estímulos fiscales para contrarrestar los efectos sobre el comercio exterior.
¿Uno de los grandes perdedores de todo este juego de tributos? La divisa. Si dependiera de Trump, estoy seguro de que prefiere un (muy) dólar debilitado para contrarrestar los efectos de una política monetaria más fuerte y, desde luego, de un contexto económico más fuerte, pero no sé si el mercado valorará más un crecimiento más alto.
Sea como sea, promete ser una legislatura apasionante, cargada de titulares y de imágenes que quedarán grabadas para el recuerdo.
Tengo muy claro que una cosa es hacer campaña y otra desde el despacho oval poner todo “patas arriba” cuando el contexto económico es bueno, las empresas ganan dinero, la inflación está razonablemente controlada y donde todo el mundo prefiere que las bondades del actual ciclo económico se alarguen lo más posible y en ese viaje que la bolsa siga subiendo. Aun así, si tengo que apostar por algo hoy, es por poner “American First!” en
sus carteras.
***Álvaro Galiñanes Franco es director de Inversiones de Santander Private Banking Gestión.