Esta semana hemos tenido la oportunidad de escuchar al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez afirmar que el Estado somos todos. No puedo por menos que recordar las enseñanzas del catedrático Dalmacio Negro que ha dedicado su vida a explicar, entre otras muchas cosas, la diferencia entre el Estado y el Gobierno.
Dice el profesor: “La acción humana tiende a adaptarse a las instituciones y éstas condicionan el pensamiento de lo concreto. Y tanto el Gobierno como el Estado segregan cada uno su propia manera de pensar. No es lo mismo actuar y pensar políticamente, cuando la institución de lo Político es el Gobierno o es el Estado. Basta tener en cuenta el hecho de que el Estado monopoliza la política y, por ende, monopoliza o condiciona la libertad política”.
Una cosa es el Gobierno como forma de mando personal instituida espontáneamente en virtud del principio de la división del trabajo, porque en una sociedad es necesario que alguien asuma el rol de organizar la vida en común. El Gobierno está compuesto por hombres concretos que mandan, y a quienes se les puede (y debe) pedir responsabilidades.
Y otra cosa es el Estado, una forma de mando impersonal, en cuanto que es puramente técnica, que organiza burocráticamente la función de mandar y legalmente la vida colectiva. Son dos conceptos muy diferentes. El Estado está compuesto por instituciones burocratizadas que han sido diseñadas históricamente, con el fin, en principio, de organizar las sociedades modernas, pero cuya forma más desarrollada es, sencillamente una tecnocracia totalitaria que se ocupa, no ya de organizar, sino de controlar a los ciudadanos.
Vivimos en un Estado burocrático ineficiente, en manos de los partidos políticos, que han puesto a funcionar la máquina estatal a su servicio. En estos momentos, el Estado no somos todos. Lo que sí somos todos es la nación, el pueblo soberano a quien, en teoría, debería servir el gobierno y todas las instituciones del Estado.
Vivimos en un Estado burocrático ineficiente, en manos de los partidos políticos, que han puesto a funcionar la máquina estatal a su servicio
Estas semanas trágicas para las regiones afectadas por la gota fría (que es como se ha llamado hasta ahora a la DANA) nos han mostrado tanto la ineficiencia del gobierno como el deterioro del Estado de las autonomías. Porque si ha faltado algo es coordinación y comunicación eficiente. Y por eso andan los organismos e instituciones responsables echándose las culpas unas a otras.
El gobierno autonómico falló y Mazón, junto con las consejerías correspondientes son responsables. Pero ante una catástrofe de tamaña magnitud, otras instituciones del Estado deberían haberse puesto en marcha y no lo hicieron por mezquinos cálculos políticos de quienes, más que trabajar para el pueblo, trabajan para su partido político, y para sí mismos. El Gobierno de España también falló. Y son todos ellos responsables de no evitar lo que sí se podía haber evitado.
Dos semanas más tarde, con más de 220 muertos y muchos desaparecidos que faltan por encontrar, el Gobierno “cuela” en el decreto que propone el segundo paquete de ayudas, una reforma que venía persiguiendo desde hacía meses, para perpetuar en su puesto al actual jefe operativo de la Policía.
Además, el presidente del Gobierno ha afirmado claramente que, dado que en sus Presupuestos Generales habrá partidas especiales para ayudar a las regiones afectadas (que, como hemos visto, es innecesario porque basta un decreto), rechazarlos es negar esa ayuda. Una ignominia.
En la misma semana, los socios del gobierno llegan a un acuerdo para subir el IVA a la sanidad privada y los funcionarios amenazan con manifestarse porque quieren que, de disolverse MUFACE, su seguro sea privado. Hay que recordar que Muface es el acrónimo de Mutualidad General de Funcionarios Civiles y que, hasta ahora, los servicios sanitarios de estos funcionarios eran concertados con tres aseguradoras privadas: Adeslas, Adisa y DKV. Al no llegar a un acuerdo con ellas, el Gobierno pretende que la sanidad de los funcionarios pase a ser cubierta por la Seguridad Social.
El Gobierno de España también falló
Se trata de un millón y medio de personas que tendrían que ser atendidos por una Seguridad Social deficitaria, con excelentes profesionales pero medios insuficientes. En la base del problema está la consigna populista de que lo privado es malo per se y hay que erradicarlo.
Los seguros sanitarios privados descargan a la sanidad pública y facilitan que la atención médica sea mejor para todos los ciudadanos. Cualquier gobernante se daría cuenta. Cualquier gobernante no ideologizado. Los nuestros van a subir el IVA de la sanidad privada un 21% y van a sobrecargar, aún más, la maltrecha sanidad pública. Porque nadie se cree que el aumento de la recaudación vaya a aliviar la falta de recursos de la sanidad pública. Ojalá. Sin embargo, todos sabemos que esta medida responde a la necesidad de presentar unas cuentas saneadas en Bruselas.
Los ciudadanos, la nación, es expoliada para que un presidente y un partido en el gobierno, sigan utilizando las instituciones del Estado a su servicio. Pero no sólo eso. La politización y “domesticación partidista” de las instituciones que conforman el Estado las está dejando huecas, desprovistas de propósito, excepto el de servir a su señor. Ya hemos llegado a esa tecnocracia totalitaria de la que hablaba el profesor Dalmacio Negro.
Dicen que no hay pruebas de que Luis XIV pronunciara la famosa frase “Yo soy el Estado”. Si las hay de que, en su lecho de muerte, afirmara “Muere el rey, pero el Estado sobrevive”. Una frase que expresa el nacimiento del Estado como ente independiente de cualquier forma de gobierno.
Los españoles estamos asistiendo a la reversión de esas palabras. Cada día que pasa hay más motivos para mirar a Sánchez a los ojos y decirle: “¿Qué es el Estado? Me preguntas clavando tus impuestos sobre mi cartera. El Estado eres tú”.
Cuando Pedro Sánchez se vaya, porque algún día se irá, lo que deja a su paso es terrible: una economía empobrecida, si nos fiamos del PIB per cápita, de la escasa inversión, de la dificultad para desarrollar un modelo productivo basado en la ciencia y la innovación que aporte valor añadido; unas instituciones ideologizadas; un Estado hueco y burocratizado. Y cientos e asesores personales en el paro.