El futuro de la inversión en Europa, con Trump en la Casa Blanca
Europa no está todavía en capacidad de aprovechar la vuelta de Trump como revulsivo para impulsar la inversión.
La victoria de Donald Trump en los Estados Unidos ha azuzado el temor a una nueva ola proteccionista. De hecho, al menos en la campaña electoral, ésta fue una de sus principales promesas para “Hacer grande a América de nuevo” (Make America Great Again, MAGA), y recuperar el tejido productivo y los empleos industriales perdidos, entre otras causas, por el déficit comercial de la economía norteamericana.
En el caso de Europa, ha prometido imponer aranceles a nuestras exportaciones de entre el 10 y el 20%. Veremos cómo se concretan dichos compromisos. Porque ahora que la inflación se está controlando y la Reserva Federal va relajando los tipos de interés, no parece muy oportuno iniciar ese endurecimiento de los aranceles, al menos de forma generalizada para todos los productos y países.
En teoría, Trump podría ser un revulsivo para que Europa se centre en aquellos sectores donde puede ser más competitiva, incrementando considerablemente la inversión. En primer término, es muy probable que durante los próximos cuatro años asistamos a un considerable incremento de la inversión en la industria de la defensa.
La victoria de Trump abunda en la reorientación general de los Estados Unidos hacia el Pacífico en detrimento de Europa y el hemisferio occidental, y una fijación con China como principal adversario. Por lo que se hace aún más evidente que la UE y sus Estados miembros no pueden fiarlo todo a la OTAN.
Pero la realidad va por detrás. En los últimos años hemos asistido a un aumento del gasto en defensa de los Estados miembros, pero aún muy insuficiente para llegar al objetivo del 2% del PIB marcado con un hito necesario.
En segundo lugar, para competir con EEUU y China -líderes en el desarrollo científico-tecnológico -, Europa debería invertir en la creación de un ecosistema de alto potencial innovador en Inteligencia Artificial, con gran ambición y de forma sostenida en el tiempo. La inversión pública y privada debería tener una dimensión de al menos 100.000 millones de euros (solo Arabia Saudí acaba de anunciar la creación de un fondo de 40.000 millones de dólares con un fin semejante).
Recursos tanto para inversiones en investigación básica y aplicada en IA; como para inversiones en infraestructuras en tres niveles -servicios de computación y almacenamiento en la nube en el más corto plazo, infraestructuras de “computación en la niebla” en un nivel intermedio, y por último, a futuro, infraestructuras en computación cuántica-; y para inversiones en infraestructura de datos federada que permita el almacenamiento seguro y el acceso y análisis de grandes volúmenes de datos. La UE en su conjunto puede ser una potencia mundial en datos asociados a sectores de especial interés y valor social y económico, con la garantía del respeto a la propiedad intelectual, la privacidad, la seguridad y los derechos fundamentales de las personas.
En este ámbito también será necesario hacer prueba de realismo. Entre las empresas que lideran el desarrollo y uso de la IA generativa a nivel global, no hay ninguna de la UE. Para que exista algún gigante tecnológico en Europa, debe existir una política que lo fomente, lo permita y la haga posible, lo cual puede estar en contradicción con la rigidez de las reglas europeas de la competencia. Esta es, probablemente la asignatura pendiente más importante para que Europa genere el ecosistema de IA que nos permita competir a escala global.
Finalmente, Europa dispone de una posición de vanguardia a escala mundial respecto a la descarbonización de la base de la economía. El “Pacto Verde Europeo” (“Green Deal”) fue formulado como la primera prioridad de la Comisión Europea para el período legislativo 2019-2024, convirtiéndolo así en el elemento clave de las políticas de la Unión. Con el objetivo de alcanzar la neutralidad climática en 2050, aumentar su soberanía energética, y a la vez, minimizar el impacto negativo en aquellas regiones y actores más afectados por esta transición.
Con la llegada de Trump, habrá que avanzar en la misma dirección, pero también evitar un deterioro de la competitividad, particularmente ante el riesgo de competencia desleal. Trump ha amenazado con eliminar la Ley de Reducción de la Inflación (IRA, por sus siglas en ingles), aprobada por los demócratas en la pasada legislatura para controlar la escalada de los precios, por la competencia que supone principalmente la apuesta decidida de China por las energías renovables.
Bien es cierto que las medidas contempladas en la IRA ya han echado a andar, por lo que dar marcha atrás a muchas de ellas puede perjudicar los intereses de los propios estados republicanos -el 60% de la producción de energías renovables en EEUU procede de estados gobernados por los republicanos, con empresas y miles de empleos en el sector-. Pero la administración entrante ha manifestado su querencia por las energías fósiles, dificultando la transición verde. Un desafío para Europa, y su avance en la reducción de emisiones, con un descenso del 29,7% entre 1990 y 2021.
Todo ello pone a prueba la capacidad de Europa de consensuar una estrategia coherente ante los desafíos geopolíticos que se avecinan. De momento estamos aún lejos de aprovechar el revulsivo que supone la vuelta de Trump.
*** Mónica Melle Hernández es profesora de Economía de la UCM.