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Opinión

COP29: avances y desafíos en la lucha contra el cambio climático

Ricardo Pedraz González
Publicada

La COP29, celebrada en Bakú, Azerbaiyán, dejó algunas señales positivas, aunque también evidenció lo lejos que estamos de cerrar la brecha entre lo que se necesita y lo que realmente se logra. En un contexto donde los impactos del cambio climático son cada vez más tangibles, las discusiones giraron principalmente en torno a cómo financiar la mitigación, la adaptación y la gestión de pérdidas y daños. La financiación climática se reafirma como un eje crítico para cualquier avance significativo.

La realidad es que, a pesar de las buenas intenciones, las emisiones globales siguen aumentando debido a nuestra dependencia de los combustibles fósiles. El objetivo de limitar el calentamiento global a 1,5°C parece cada vez más inalcanzable. Esto plantea preguntas incómodas sobre el papel de estas reuniones multilaterales y nos lleva a pensar si alternativas como una apuesta por los mercados, la tecnología y la presión ciudadana, pudieran ser los verdaderos motores de cambio en los próximos años.

El impacto económico del cambio climático no es un tema teórico: las pérdidas por desastres naturales están aumentando a un ritmo preocupante. Según datos recientes, estas pérdidas se han disparado en las últimas décadas, con miles de millones de euros en daños anuales. La Encuesta Climática del Banco Europeo de Inversiones muestra que más del 85% de los europeos considera urgente invertir en adaptación climática, algo que tiene sentido financiero. Por cada euro invertido en prevención, se ahorran entre cinco y siete euros en reparaciones futuras.

Sin embargo, este enfoque preventivo choca con una realidad preocupante: la financiación actual está muy por debajo de lo necesario. La COP29 intentó abordar este problema al establecer un nuevo objetivo colectivo de financiación climática: 300.000 millones de dólares anuales para 2035.

Aunque es un paso adelante, sigue siendo solo una fracción de los 1,3 billones de dólares anuales que los expertos consideran necesarios para limitar los daños y avanzar en los objetivos climáticos.

Los fenómenos meteorológicos extremos, como olas de calor, tormentas y sequías, se están convirtiendo en la nueva normalidad, con impactos devastadores. El Fondo de Pérdidas y Daños, creado en la COP27, recibió un nuevo impulso en Bakú, aunque sigue siendo una promesa más que una realidad operativa. Aquí, el gran reto será garantizar que el dinero realmente llegue a los países más vulnerables, que a menudo enfrentan enormes barreras para acceder a los fondos.

En este contexto, los países desarrollados han propuesto aumentar los flujos financieros con una mezcla de fondos públicos, préstamos concesionales y co-inversiones del sector privado. Además, surgieron ideas para diversificar las fuentes de financiación, como impuestos al plástico, a vuelos frecuentes o incluso a las criptomonedas.

Sin embargo, la falta de claridad sobre qué se considera “financiación climática” y la ausencia de compromisos detallados siguen generando dudas sobre la eficacia de este acuerdo.

Los fenómenos meteorológicos extremos, como olas de calor, tormentas y sequías, se están convirtiendo en la nueva normalidad, con impactos devastadores

La COP29 también dejó avances en los mercados de carbono, que están comenzando a recuperar algo de credibilidad tras años de escepticismo. Las nuevas reglas aprobadas buscan aumentar la transparencia y la eficacia, evitando la doble contabilidad y asegurando que los proyectos respeten los derechos humanos. Estas medidas permiten que los países y empresas compren créditos por reducir o evitar emisiones en otras jurisdicciones, integrando estas acciones en sus compromisos climáticos.

El sector privado desempeña un papel crucial en estos mercados. Aunque históricamente han enfrentado críticas por falta de resultados tangibles, el creciente interés empresarial y las nuevas reglas pueden convertirlos en una herramienta más sólida para canalizar inversiones hacia proyectos de mitigación.

Más allá de los compromisos gubernamentales, las iniciativas público-privadas están ganando peso. Propuestas como la Declaración Green Digital Action o la Declaración de Hidrógeno Verde destacan el potencial de la tecnología y la colaboración para reducir emisiones y transformar sectores clave. Aunque estas iniciativas no tienen el peso de los acuerdos multilaterales, ofrecen un camino interesante para movilizar recursos y fomentar la innovación climática.

La COP29 dejó un sabor agridulce: algunos avances importantes, pero muchas promesas que aún deben materializarse. El desafío ahora será convertir esos compromisos en acciones concretas que realmente marquen la diferencia. La próxima COP, en Brasil, será una prueba clave para medir el progreso y ajustar las estrategias globales.

Como suele decirse, "eppur si muove" (y sin embargo, se mueve). El esfuerzo colectivo avanza, aunque no al ritmo necesario. Quizás lo que queda más claro es que, mientras los gobiernos definen marcos generales, el mercado y la tecnología tendrán que liderar gran parte del cambio transformador que tanto necesitamos.

*** Ricardo Pedraz González es profesor de Afi Escuela en materia de finanzas sostenibles.