El pasado 11 de diciembre se cumplieron 50 años del discurso de aceptación de Premio Nobel de Economía por Friedrich Hayek. El título de su discurso, La pretensión del conocimiento. En él señala lo presuntuoso de los economistas al querer compararse con otro tipo de ciencias, como las ciencias físicas, aunque no la biología, en las que “el investigador siempre es capaz de medir, sobre la base de una teoría prima facie, lo que considera importante”.
Para Hayek, en la economía, que estudia fenómenos esencialmente complejos, como el mercado, las cosas funcionan de otro modo, más parecido a la biología, porque se trata de “fenómenos de complejidad organizada”.
Eso significa que los fenómenos se explican, no solamente por la existencia de un gran número de variables, de las propiedades de estos elementos, o de las veces que interaccionan entre sí, sino también de la forma en la que lo hacen. Y, por supuesto, estamos hablando de decisiones, individuos, incentivos, factor humano y de un contexto en el que la incertidumbre impone sus condiciones.
Se trata de un discurso que mantiene su relevancia después de este medio siglo transcurrido
Desde mi punto de vista, se trata de un discurso que mantiene su relevancia después de este medio siglo transcurrido, a pesar de los enormes cambios que se han producido desde entonces. A los pocos años la economía global se veía inmersa en la crisis del petróleo de 1976 y su secuela de 1978, la, entonces, Comunidad Económica Europea se consolidaba, Estados Unidos se enfrentaba al fracaso en Vietnam.
Más adelante, España consolidaba su democracia y entraba en la Unión Europea, caía el muro de Berlín, se desmoronaba la temible Unión Soviética. Y más recientemente, hemos vivido crisis, pandemias, el ascenso de China como potencia económica (gracias a su controlada y limitada apertura a la creación de riqueza).
Sin embargo, sigue vigente el humilde reconocimiento de Hayek de que los economistas nos hemos enamorado del método y hemos dejado a un lado determinados factores que, a pesar de ser los más importantes porque determinan la acción humana en el mercado, al no ser cuantificables, son despreciados como “poco científicos”.
Alguien puede preguntarse: “¿Y qué sabrá un economista de fenómenos complejos? ¿Para qué meterse en camisa de once varas?”.
La última vez que me encontré a Hayek fue de manera involuntaria. Yo andaba leyendo un artículo sobre las aportaciones de Ilya Prigogine a la complejidad para un capítulo de un libro editado por el profesor Santiago Navajas, que verá la luz en los primeros meses de 2025. Pues ahí estaba Hayek, mencionado como pionero de la aplicación de la filosofía de la complejidad a los fenómenos económicos.
No en vano, él mismo cita en el discurso su artículo La Teoría de los Fenómenos Complejos de 1964. Han pasado 60 años y en ninguna universidad se contempla la economía desde el punto de vista de la complejidad, al menos en los estudios de grado.
Siempre recomiendo la lectura del libro del economista Marian L. Tupy, Superabundancia
También menciona, en tono muy crítico, el informe que el Club de Roma le encargó al MIT, coordinado por la magnífica Donella Meadows, Los Límites del Crecimiento, que se había publicado un par de años antes.
En él, y gracias a la simulación informática del programa Word3, creado por los autores, se llegaba a la conclusión de que si el crecimiento de la población mundial seguía como hasta entonces, y se mantenía la contaminación, la industrialización, la producción de alimentos y la explotación de los recursos naturales, los límites del crecimiento se alcanzarían en cien años, es decir en el año 2072.
Podemos afirmar sin temor a equivocarnos que es el mismo argumentario que defienden las instituciones internacionales para regular y controlar la actividad económica.
Hayek se lamentaba de que no se le hubiera dado la misma visibilidad al informe que a las “devastadoras críticas” que economistas tan relevantes como Solow o Haberler realizaron. Entre otras cosas, el informe (y sus revisiones posteriores) subestimaban las posibilidades de resolver los problemas medioambientales relacionados con el crecimiento porque no contaban con la aparición de nuevas tecnologías disruptivas.
Las tesis de Meadows, con todos mis respetos por la admiración que le tengo como científica, son claramente occidentalistas
En este sentido, siempre recomiendo la lectura del libro del economista Marian L. Tupy, Superabundancia (Deusto, 2023). La incertidumbre esconde los peores escenarios y también los mejores. Y la evolución de las nuevas tecnologías puede darnos sorpresas agradables.
Por otro lado, las tesis de Meadows, con todos mis respetos por la admiración que le tengo como científica, son claramente occidentalistas, que no tienen en cuenta que nuestras economías del “primer mundo” representan una parte menor de la población mundial, y que la industrialización, que elevó nuestro nivel de vida, también es la solución para África y las partes más pobres de Asia.
El cómo importa y mucho. Pero los discursos apocalípticos a veces lesionan a los sectores menos favorecidos y parecen condenarles a la miseria para siempre. Cada vez parece más claro que las medidas medioambientales de la Unión Europea, que están lesionando nuestra economía y relegándonos a la dependencia económica de China y Estados Unidos, no tienen impacto en el medioambiente mientras China y otros países, sigan sin someterse a estas restricciones.
Quisiera acabar con una reflexión de Hayek, el homenajeado de hoy.
hay científicos que hacen más de lo que “realmente” está en su mano para favorecer a los políticos
“Aún cuando todos los verdaderos científicos reconocen las limitaciones de la ciencia el ámbito de los problemas humanos, mientras la gente espere más de ella, habrá siempre alguien que, tal vez sinceramente, pretenda hacer más de lo que realmente está en su mano para satisfacer las demandas populares”.
Un párrafo que resulta todavía más estremecedor, si cabe, si sustituimos la gente por el poder político. Efectivamente, por desgracia, hay científicos que hacen más de lo que “realmente” está en su mano para favorecer a los políticos, quienes depositan sus esperanzas en la ciencia (también en la económica) para satisfacer sus intereses de partido y también personales.
Lo único que queda es leer a Hayek y seguir aprendiendo de sus palabras y sus enseñanzas, imperecederas.