Empecemos por el principio: soy un europeísta convencido. La contribución de la Unión Europea a mi país ha sido enorme e imposible de valorar con estándares convencionales.

España se ha beneficiado hasta tal punto de su pertenencia a la Unión Europea, que resulta prácticamente imposible imaginar cómo sería el país actualmente si no se hubiera integrado en ella en 1986, hace ahora casi cuarenta años. 

España ha recibido importantísimas inversiones, y se ha beneficiado no solo de ellas, sino también del orden y la estabilidad cambiaria resultante de pertenecer al euro.

La transposición de numerosas piezas de la legislación comunitaria ha contribuido a modernizar el país en todos los sentidos, y la necesidad de rendir cuentas ante los organismos comunitarios ha aportado un gran orden a nuestro sistema político. 

Sin Europa, hoy España sería un país completamente diferente, y sin duda, muchísimo peor en todos los sentidos.

La adhesión a la Unión tuvo lugar hace ya tanto tiempo, que varias generaciones no la valoran como se merece, porque es algo que siempre estuvo ahí.

Pero eso no quiere decir que no haya sido un elemento absolutamente fundamental en nuestra historia: como digo, imposible imaginar la España actual sin Europa. 

Sin embargo, es bien sabido que a todo comienzo de artículo como este le sigue algún “pero”.

Y el “pero”, en este caso, viene de la cada vez más fuerte deriva de la Unión Europea hacia regularlo todo, absolutamente todo, hasta el punto de crear un clima regulatorio no solo agobiante y asfixiante, sino además, y lo que es muchísimo peor, contrario a todo atisbo de progreso. 

La UE tiene una deriva cada vez mayor a regularlo todo, hasta el punto de crear un clima regulatorio agobiante

Porque si bien estamos de acuerdo en que el progreso debe ser convenientemente regulado y que la regulación es una herramienta muy potente, también debemos plantearnos que, al menos en sus primeros estadios de desarrollo, es extremadamente fácil que una excesiva regulación asfixie o incluso inhiba la innovación.

Y lo que es mucho peor, esa hipótesis tiene una demostración fácil: basta con ver la cantidad de innovación producida en las últimas décadas en la cada vez más ultra-regulada Europa frente a los Estados Unidos o China. 

Que un continente como Europa deje de innovar o lo haga con muchísimas más dificultades que otras regiones del mundo es un problema muy difícil de cuantificar.

Con varios cientos de millones de habitantes on un nivel de educación promedio mucho más alto que el de otras regiones, y un poder adquisitivo razonablemente más elevado y, sobre todo, más homogéneo gracias a décadas de políticas sociales, Europa debería ser una potencia mundial, un elemento fundamental a la hora de marcar la vanguardia del mundo.

Europa debería ser una potencia mundial, un elemento fundamental a la hora de marcar vanguardia en el mundo

Y sin embargo, todos sabemos perfectamente que eso no está ocurriendo: Europa consume cada vez más productos chinos y norteamericanos de todo tipo, porque simplemente no es capaz de innovar ni en el desarrollo de productos, ni en su fabricación… ni en prácticamente nada. 

Pero esto no es ya únicamente un problema de cara a un hipotético —y ahora aparentemente muy, muy lejano— liderazgo europeo del mundo, sino ya incluso una cuestión de índole práctica: los ciudadanos europeos, que de nuevo se encuentran entre la élite mundial en cuanto a nivel cultural, están fenomenalmente conectados, reciben no solo productos, sino también noticias del resto del mundo, y y descubren que, cada vez más, existen productos y servicios fuera del territorio europeo a los que no pueden acceder, o se ven obligados a hacerlo con una gran dificultad, teniendo que mentir o que hacer trampas. 

Si necesitas determinados modelos de inteligencia artificial, por ejemplo, vas a tener un problema, porque muchos de ellos, aunque puedan utilizarse con total normalidad en otros territorios, no son accesibles desde Europa.

¿Por qué? Simplemente, porque sus creadores temen a la regulación europea, por el temor a multas descomunales si tienen el atrevimiento de tratar a Europa como un país “normal”.

Los creadores temen la regulación europea y evitan lanzar aquí sus productos 

No, Europa no es “normal”. La tendencia a la ultra-regulación europea ha convertido al territorio en un lugar “especial”, donde las compañías deben evaluar cuidadosamente cada paso, ya que corren el riesgo constante de infringir alguna norma.

Si eres una compañía de electrónica de consumo, por ejemplo, ya no lanzas las últimas versiones de tus productos en Europa, porque seguramente contendrán funcionalidades que la regulación de la Unión Europea no acepta, y por las que te arriesgas a una fuerte multa. 

Si quieres adquirir un Tesla, por ejemplo, puedes hacerlo… pero tendrás que ver cómo sus capacidades más avanzadas de auto-conducción, perfectamente disponibles en los Estados Unidos y otros países hace tiempo, no están disponibles para ti, porque los reguladores europeos consideran necesario protegerte.

Y que en los Estados Unidos se haya demostrado que la conducción autónoma de esos vehículos es infinitamente más segura que la conducción humana convencional no importa: el regulador europeo tiene sus propias ideas sobre en qué consiste tu protección, y no oses llevarle al contraria. 

Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, está a favor de apoyar el automóvil.

Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, está a favor de apoyar el automóvil. Europa Press

De hecho, en ese caso, la conducción autónoma avanzada no es lo más preocupante: es que el regulador está obligando a Tesla a retirar cada vez más funcionalidades “por nuestra seguridad”.

Funciones que ya usamos y comprobamos seguras son eliminadas sin compensación alguna. Conducir un Tesla en Europa se está convirtiendo en un castigo, porque la estricta regulación europea obliga al vehículo a martirizarte cada pocos minutos para comprobar si llevas las manos en el volante o si estás despierto. Por favor… déjame en paz. De. Una. Maldita. Vez. 

Tesla es solo un ejemplo. Si eres europeo, estás destinado a encontrar cada vez más barreras para acceder a productos que, en poco tiempo, se verán como completamente normales en el resto del mundo. Y todo por una obsesión reguladora cada día más irracional, que pretende dictar cómo conducimos, qué compramos o qué leemos.

¿Puede alguien con un mínimo sentido común tratar de equilibrar la balanza regulatoria en la Unión Europea, por favor? Querida UE, por favor, deja de tratarme como si fuera completamente imbécil, y protégeme un poco menos. 

*** Enrique Dans es Profesor de Innovación en IE University.