Queridos españoles: tenemos un problema, y muy serio. La industria nacional por excelencia, el turismo, está entrando en crisis, y además, es una de esas crisis de las peores, de esas que no se perciben hasta que explotan. 

Las crisis te pueden afectar de muchas maneras: lo normal, lo más habitual, a lo que solemos llamar incremental aunque en realidad debería conocerse como decremental, es que vayas viendo descender la demanda de tu producto o servicio hasta que languidece y llega a un punto en el que ya no sostiene los costes, momento en que la industria empieza a desintegrarse. 

En otros casos ocurre de manera súbita: los estudiosos de la innovación solemos conocerlo como “disruptivo” —aunque las fronteras entre lo incremental y lo disruptivo son, posiblemente, una de las discusiones académicas más aburridas y estériles de la Historia— y consiste en un cambio brusco de tendencia, en la llegada de algún tipo de discontinuidad que hace que lo que hasta entonces funcionaba de una manera, simplemente deje de funcionar, y el refuerzo social del cambio de tendencia haga que te caigas con todo el equipo, sin tiempo para reaccionar. 

Eso es exactamente lo que está pasando en el turismo. Años y años de crecimiento han llevado a un nivel de hartazgo tal, que en cualquier momento vamos a ver un cambio de tendencia brutal, un “turismo sí, pero no así” que deje nuestros aeropuertos, hoteles, playas y puertos vacíos. 

Todo crecimiento tiene un límite. La llegada de los cruceros, auténticos rascacielos tumbados que mueven varios miles de personas de puerto en puerto en condiciones próximas al hacinamiento y que provocan espantosas alteraciones en la vida de las ciudades en las que atracan, ha llevado a que cada vez sean más los puertos que se plantean directamente prohibirlos.

"Una cosa es favorecer el comercio local, y otra son oleadas de turistas creando verdaderos problemas en todas partes"

Una cosa es favorecer el comercio local, y otra son oleadas de turistas creando verdaderos problemas en todas partes y corriendo para hacerse el selfie de turno delante del monumento de turno, o intentando como sea comer en el restaurante de turno. 

Pero el verdadero clavo en el ataúd de nuestro modelo turístico ha sido el low cost. Que sí, que todos somos muy democráticos y todos vemos teóricamente muy bien que los beneficios del turismo puedan ser alcanzados por más capas de la sociedad, pero la realidad es que la transformación del sector aéreo se ha convertido en una absoluta pesadilla, y las condiciones de muchos destinos hacen que cada vez sean más los turistas que abominan de su experiencia y llegan a su casa de vuelta con la sensación de que habrían hecho mejor en no salir de ella. 

Sí, no cabe duda de que la industria ha aprovechado el boom. Ahora tenemos muchos más hoteles, que unidos a la oferta de pisos turísticos y de viajes baratos son capaces de inundar España todos los años con muchos más turistas que habitantes tiene.

Lo mismo pasa en otros muchos destinos turísticos: si esperas tener alguna experiencia mínimamente parecida a las que podías tener hace un par de décadas, como llegar al delicioso Castelo de São Jorge en Lisboa y encontrarte a una señora portuguesa tranquilamente cantando un fado en uno de los bancos exteriores.

"Si propones acabar con los vuelos low cost, que únicamente viven por la irregularidad de un mercado dispuesto a subvencionarles el combustible y las tasas aeroportuarias"

También dar una tranquila vuelta y pararte a cenar en uno de los pequeños restaurantes de la zona, ahora te encontrarás con que si te aventuras a subir hasta lo alto de la montaña, no podrás entrar en el castillo, te encontrarás una descomunal cola de turistas esperando para comprar una entrada que antes no era necesaria, los restaurantes se han convertido en locales de sangría y en kebabs.

La señora del fado supongo que habrá muerto porque ya hace veinte años tenía una edad, pero si estuviera viva, se tiraría por el mirador solo de la pena. 

Obviamente, no hay soluciones fáciles. Si propones acabar con los vuelos low cost, que únicamente viven por la irregularidad de un mercado dispuesto a subvencionarles el combustible y las tasas aeroportuarias, te acusarán de elitista. Si pretendes imponer cupos de viajeros, te dirán que esa es una medida parapolicial, además de insultarte por tratar de hundir a una parte de la industria local.

Poco puede hacerse con una situación que cada vez se corresponde más, en realidad, con un “entre todos la mataron y ella solita se murió”. 

Pero la realidad es esa: por mucho que los cruceros estén a rebosar porque siempre pueden engañar a un pardillo más, y por mucho que las aerolíneas low cost sigan encontrando destinos que las subvencionen, la verdad es que cada vez son más los turistas que no encuentran en el viaje la experiencia que buscaban, y que terminan sus vacaciones con la sensación de haber tirado el dinero sin haberse ni siquiera aproximado a lo que tenían en la cabeza, a los planes con los que soñaban. 

"Deberíamos ser, por nuestras condiciones y tipo de experiencias que ofrecer, el primer país interesado en proponer un cambio radical del modelo turístico"

Y eso, a un país que literalmente vive del turismo, debería preocuparle. Deberíamos ser, por nuestras condiciones y tipo de experiencias que ofrecer, el primer país interesado en proponer un cambio radical del modelo turístico, en cancelar los acuerdos con las hordas de ingleses que ven nuestro país como un destino barato, con alcohol a un precio que consideran imbatible y que aparecen pastoreados por infinitos tour operadores a precios de saldo. 

Por prohibir las escalas de trasatlánticos de tamaño demencial que inundan las ciudades con una marea de personas que jamás estarán mínimamente cerca de tener una experiencia del destino en el que han atracado, además de hacer la vida miserable a todos sus habitantes. Por plantearnos que demasiado de cualquier cosa, termina por matar. 

O reaccionamos, o tendremos un problema serio más pronto que tarde. Y mucho me temo que para la mayoría de los que viven de esta industria, será además un problema que nunca vieron venir. 

*** Enrique Dans es Profesor de Innovación en IE University.