El pasado miércoles, en la sección “Economía de bolsillo” de La Tarde de COPE con Pilar García Muñiz, en el que colaboro desde septiembre, tuvimos un invitado especial, Álvaro Gallego, que nos trajo el juego de simulación en formato de juego de mesa “MoneyLands”. Este juego pretende ayudar a suplir el déficit de formación financiera básica de adolescentes, familias y ciudadanos, en general.
Reflexionando sobre qué debería saber de finanzas personales un españolito de a pie, qué se debería enseñar en los colegios, o en los hogares, llegué a la siguiente conclusión. No es tanto la información financiera de los libros o los blogs especializados lo que nos hace falta, sino lugar contra el miedo a tomar decisiones.
MoneyLands es, básicamente, un modo de entrenar tu capacidad para tomar decisiones financieras, salvaguardando tu independencia y dignidad financieras. En mi experiencia con el juego, da un poco de vértigo jugarte los cuartos y perder. Es la naturaleza humana. Sin embargo, la vida consiste en tomar decisiones, a veces basándote en el ensayo y error, a veces imitando el comportamiento exitoso de los otros.
Pero, en esas ocasiones en las que te enfrentas a lo desconocido, nos cuesta cada vez más asumir errores y equivocaciones. Aprender a perder y rectificar es básico para la supervivencia. Asumir las consecuencias de nuestros actos, que es donde reside la verdadera libertad, también cuando las acciones que emprendemos no son las mejores, es una de las habilidades que están cada vez más en desuso, en nuestra España del siglo XXI.
Mi explicación está relacionada con la delegación de nuestras responsabilidades, por un lado, y con los incentivos con los que nuestros dirigentes “educan” al pueblo.
La vida consiste en tomar decisiones, a veces basándote en el ensayo y error, a veces imitando el comportamiento exitoso de los otros
Respecto a la delegación de nuestras responsabilidades, es decir, de la toma de decisiones, esto viene de largo, y es una cuestión que he señalado muchas veces. Y no he estado sola en ese empeño. Pero merece la pena insistir en ello.
Nos han convencido de que las decisiones tomadas por el individuo son siempre desastrosas, o al menos, mucho peores que las que toman las autoridades públicas, en lo que respecta a cuestiones individuales. Por ejemplo, la educación de tus hijos, cómo gestionar las tareas de la casa, qué se debe estudiar, qué debes pensar, que frases no debes pronunciar.
La mujer debe estudiar carreras STEM a ver si por fin cuadran los números, y las tareas de la casa deben ir al 50% para no caer en la opresión heteropatriarcal. Los inmigrantes son siempre bienvenidos, aunque sean delincuentes, y decirlo en alto te convierte en xenófoba, fascista de ultraderecha.
Parece una exageración, pero es el día a día en redes sociales. El señalamiento lleva a que la gente normal ya no tenga claro qué se puede decir o no. Elegir en libertad es anatema. Y también afecta a la economía.
Expresar una firme defensa de la propiedad privada, rechazar el exceso impositivo que está destrozando la clase media, defender el libre mercado o a las empresas privadas dispuestas a competir, son cuestiones que se encuentran, inmediatamente, con dos tipos de oposición: quienes te niegan todo con datos cocinados en la mano y quienes, directamente, te insultan. También sucede al revés. Si tu opinión no gusta al otro bando, criticas el intervencionismo de Franco, por poner un ejemplo, aparecen los dos mismos tipos de oposición.
De manera que la palabra “debate” pierde su sentido y la conversación se torna imposible. ¿Cómo tener pensamiento propio si en cualquier caso vas a ser avasallada por unos y por otros? Y de esta manera, mucha gente, confusa, prefiere ni pensar y delegar en los cabecillas de cada bando. También en economía.
Por otro lado, tenemos los incentivos perversos con los que se encuentra la ciudadanía. Un anónimo decía en una red social que en España se paga para trabajar y se cobra por no trabajar. Es una triste realidad. Los trabajadores autónomos van a pagar más este año. Los autónomos, que no representan a los más ricos del país, que son los sufridores permanentes, los trabajadores invisibles que tienen que seguir y seguir a sabiendas de la exigua pensión que les va a quedar.
Yolanda Díaz anuncia que va a hacer un “tour” para explicar a la gente eso de la jornada laboral de cuatro días. Puede estar de gira un año entero, pero los números son los que son y los efectos de la reducción de la semana laboral en un país con el sistema económico de España va a ser contraproducente. Van a pagar, precisamente, los trabajadores. No sería la primera vez que una ley que pretende proteger a un grupo (las mujeres, por ejemplo) logra el efecto contrario. Pero no importa. Ella se ha propuesto pasar a la historia como la ministra de trabajo que el 1 de mayo salía a la calle a protestar contra el ministerio de trabajo y así va a ser.
No sería la primera vez que una ley que pretende proteger a un grupo (las mujeres, por ejemplo) logra el efecto contrario
Las empresas, mayoritariamente pymes y microempresas, que ya se ven ahogadas porque no llegan los fondos europeos, porque el coste laboral sigue subiendo, porque los impuestos les asfixian, van a hacer lo necesario para compensar ese sobre coste y va a recaer, antes o después, sobre los hombros de los trabajadores. Lo mismo que la probable subida del salario mínimo interprofesional.
Sin embargo, se repiten los mantras contra los ricos, los empresarios, el consumismo, y se nos cuela por el desagüe el pilar fundamental de nuestra democracia: el Estado de derecho.
Porque los mismos que te meten miedo y castran tu capacidad de elegir libremente mediante manipulaciones de todo tipo, tienen a media familia investigada, mienten descaradamente, colocan en sus chiringuitos a “los suyos”, y te miran con una sonrisa de medio lado, afirmando que los otros también lo harían y que son todos iguales. Y así, confundiendo a los ciudadanos, se aseguran que su elección política va a estar guiada por el miedo. Y van a ganar. Porque nadie como ellos sabe meter miedo a la gente.