Uno de los mejores medios informativos del mundo, The New York Times, acaba de anunciar la adopción de un gran número de herramientas de inteligencia artificial dentro de su redacción, y ha afirmado que animará a todos sus trabajadores a utilizarlas para tareas como sugerir cambios y ediciones, proponer titulares y plantear preguntas para hacer durante las entrevistas.
El uso de herramientas de inteligencia artificial generativa para ese tipo de cuestiones es, si se hace con los planteamientos adecuados, un avance potencialmente enorme, que redundará en un medio no solo más eficiente o con menores costes, sino de todavía mejor calidad de la que ya tiene. Y es así porque, cuando las herramientas se incorporan a los procesos de la manera adecuada, se pueden lograr mejoras muy significativas.
Mi experiencia personal es clara: como persona que lleva veintidós años escribiendo como mínimo un artículo al día, la incorporación de herramientas de inteligencia artificial generativa ha sido una constante, no solo porque como profesor de innovación considero que debo probar exhaustivamente las tecnologías de las que hablo en mis clases y conferencias, sino también porque me parece que mejoran en gran medida la calidad de mi trabajo.
¿Las uso para que escriban mis artículos? No, sería completamente absurdo considerando que me encanta escribir y que, aparentemente a tenor de los resultados y aunque esté mal que sea yo quien lo diga, no debo hacerlo del todo mal. Comencé utilizando inteligencia artificial generativa para ilustrar esos artículos en mi página —cosa lógica dado que no es una tarea para mí prioritaria ni a la que quiera dedicar demasiado tiempo, y con resultados, a mi juicio, muy superiores que los que obtenía cuando usaba imágenes de repositorios o procedentes de búsquedas.
De ahí pasé a utilizarla, cada vez más, para editar mis artículos en busca de errores tipográficos o gramaticales, y de ahí, ya para recopilar información interesante, para plantear puntos de vista en cada vez más temas, o para imaginar objeciones a mis puntos de vista. ¿Alguien se plantea que mis artículos sean ahora “menos míos”, que se hallan “despersonalizado” o que de alguna manera tengan “menos valor”? Aparentemente, en absoluto.
El uso de herramientas de inteligencia artificial generativa para ese tipo de cuestiones es, si se hace con los planteamientos adecuados, un avance potencialmente enorme
Pero fundamentalmente porque mis artículos siguen siendo míos, los sigo escribiendo yo, y simplemente tengo ahora una potente herramienta que me permite hacer más cosas, como cuando empecé a utilizar un teclado en vez de escribir a mano, o a hacer búsquedas en internet en lugar de acudir a una biblioteca.
Es importante plantearse para qué debemos utilizar una nueva tecnología de un propósito tan general como la inteligencia artificial generativa. Lógicamente, planteándonos que no es perfecta, que no es infalible, y que está determinada en sus resultados tanto por su proceso de entrenamiento, como por la censura posterior que se quiera plantear en ella. Si “sublimamos” la herramienta y la creemos perfecta, estaremos dando los primeros pasos para utilizarla mal.
Pero además, debemos plantearnos cuestiones como la complejidad de la tarea: los humanos aún manejamos mejor que los algoritmos muchas tareas complejas, y crear un artículo suele serlo. Tiene distintas fases, entrelazadas entre sí, con dedicaciones y habilidades diferentes implicadas en cada uno de ellos, y con numerosos pasos iterativos en los que hay, en muchas ocasiones, etapas que se recorren hacia delante y hacia atrás en varias ocasiones. Hay párrafos de mis artículos que borro y reescribo muchas veces porque no me convence como han quedado. No le pidas eso a un algoritmo generativo.
Además, debemos considerar cómo de frecuente es la tarea. Las tareas más frecuentes y que proporcionan más retroalimentación son mejores a la hora de ser desempeñadas por un algoritmo, y tienden a generar resultados que, además, pueden, en manos de una máquina, mejorar más con el tiempo.
También es importante considerar las dependencias e interconexiones. En mi caso, si hago una mala selección de fuentes —siempre, invariablemente, me lleva más tiempo seleccionar fuentes que escribir— la consecuencia será, seguramente, un artículo pobre o limitado en sus conclusiones. Un algoritmo generativo no itera repetidas veces sus búsquedas iniciales si no se lo pides, pero yo sí lo hago, y muy a menudo. Si no lo tengo en cuenta, terminaré con una visión limitada del tema, y no por mí, sino por un problema tecnológico.
Finalmente, debemos plantearnos la criticidad de la tarea. Para mí, un artículo es un producto importante. Si “subcontratase” su redacción, podría encontrarme con fallos evidentes susceptibles de afear una trayectoria que, como académico, es lo único que tengo para refrendar mi crédito. No lo hago porque me gusta escribir, pero tampoco lo hago porque no me fiaría del resultado, sabiendo como sé que, en estas cuestiones, las erratas son las últimas en abandonar el barco.
¿Alguien de verdad piensa que The New York Times va a pasar a ser un medio de menor calidad por el hecho de introducir esas herramientas en su redacción? Estoy segurísimo de que no va a ser así… pero que si quienes lo hiciesen fuesen determinadas publicaciones, como esas que generan las noticias de Taboola o de Outbrain, el resultado sería espantoso (de hecho, las utilizan hace tiempo).
No son las herramientas: es el cómo las uses, los criterios que te marques, y la disciplina que tengas para seguirlos. Y ante una tecnología tan potente como esta, no plantearse esa adopción es, simplemente, un error.
***Enrique Dans es profesor de Innovación en IE University.