Europa, la Unión Europea, la Comisión Europea, los países europeos, nadie sabe quién de manera precisa, parece estar dispuesta a emanciparse de la tutela norteamericana en materia de Seguridad y Defensa.

Al mismo tiempo, la imposición de aranceles a las importaciones provenientes del Viejo Continente contribuye y contribuirá a deteriorar el clima económico entre ambas orillas del Atlántico.

Ese divorcio-separación, cuya duración es imprevisible, sea temporal o definitiva, no es resultado de una decisión propia. Ha sido América quien de decidido debilitar-romper la relación euroatlántica.

Sea una decisión acertada o errónea, la Administración Trump ha llegado a la conclusión de que los costes de aquella son superiores a sus beneficios. 

Ante este panorama, como siempre, se alzan numerosas y entusiastas voces proclamando llegada la hora de Europa, el momento de que reaccione y vuelva a ocupar el lugar que le corresponde en la escena global.

Se dice también que el Continente siempre ha reaccionado en los momentos difíciles y las admoniciones a la resurrección culminan con un dramático: “Está en juego la supervivencia de la civilización europea”.

Esta retórica cuasi de tragedia clásica tiene razón en parte y sus fines son loables, pero su plasmación práctica resulta de una extraordinaria dificultad.

La Administración Trump ha llegado a la conclusión de que los costes de romper la relación con Europea es superior a mantenerla

En términos económicos y desde una perspectiva agregada, Europa está inmersa en un escenario de estancamiento con riesgo de recesión. Aunque sus problemas son más profundos y de naturaleza estructural.

La economía del Viejo Continente, a similitud de Gulliver en el país de los enanos, está atenazada por un sin fin de regulación y burocracia, por una fiscalidad muy elevada y por un gasto público excesivo que lastran su capacidad de crecer, innovar y, en consecuencia, de aumentar la productividad.

Esos factores, imperantes a escala nacional, se han visto reforzados por la actuación cada vez más intervencionista y dirigista de la Comisión Europa, convertida en el Gobierno paralelo, con una clara tendencia a aumentar su poder a costa del de los Gobiernos nacionales.

A ello se une la realidad de un continente envejecido y, por tanto, conservador de un status quo que beneficia de manera evidente a un porcentaje de la población creciente y, en consecuencia, con un peso electoral muy superior al de las cohortes de edad inferiores.

La jefa de la Comisión, Ursula von der Leyen, y el presidente del Consejo, António Costa, durante la rueda de prensa final de la cumbre de emergencia en Bruselas

La jefa de la Comisión, Ursula von der Leyen, y el presidente del Consejo, António Costa, durante la rueda de prensa final de la cumbre de emergencia en Bruselas Unión Europea

Esto ha engordado de manera sustancial los programas del Estado del Bienestar y continuará haciéndolo en los próximos años absorbiendo recursos que no pueden destinarse a recursos más productivos o necesarios.

En paralelo, muchos europeos, no sólo los jubilados, perciben rentas públicas. Europa representa el 14,8 por 100 del PIB global pero casi el 50 por 100 del gasto total mundial.

Imagínense a cualquier gobierno o partido europeo con deseos de mantener el poder o entrar en él planteando un recorte de las transferencias para fabricar “cañones”. Parece obvio esperar que los beneficiarios de esa situación ofrezcan una enorme resistencia a esos cambios.

Por otra parte, la UE está dividida como nunca en el aspecto político. Las diferencias ya no son las clásicas Norte-Sur, centradas alrededor de cuestiones financieras.

La UE está dividida como nunca y las diferencias ya no se centran sólo en cuestiones financieras 

En el centro-este del continente han ganado el poder Gobiernos no sólo críticos, con razón, de los excesos de la Comisión Europea, sino hostiles en buena medida a los principios de la democracia liberal y pro-rusos porque, al margen de otras cosas, consideran a Putin un estandarte de los valores conservadores.

De igual modo, en Europa occidental, partidos de esa naturaleza tienen una influencia y un peso considerable.

Esta constelación de fuerzas hace muy complicado lograr un consenso básico entre los estados miembros de la UE sobre cual ha de ser la evolución del proyecto europeo y sobre una política común en materia exterior, de seguridad y de defensa. 

Para finalizar, los dos grandes estados de la UE, Francia y Alemania, atraviesan una situación muy inquietante.

El Hexágono se ha vuelto ingobernable, la fractura social en él es brutal y su economía tiene un encefalograma plano, una posición macro muy delicada y unos problemas estructurales acumulados desde hace décadas.

Alemania contempla el final del modelo social-económico consolidado durante los últimos veinte años y el posible Gobierno de Merz, un político sólido con ideas claras, tendrá dificultades para poner en marcha las reformas que el país precisa para salir de la crisis.

Sin el eje franco-alemán es muy difícil impulsar el proyecto europeo por falta de liderazgo.

¿Esto implica ser pesimista? No, sólo supone ser realista y señalar que, si bien, Europa tiene o, para ser precisos, tendría la oportunidad de llenar el hueco dejado por Estados Unidos en el Continente, no está nada claro que lo haga por las razones señaladas y/o que lo haga con el empuje y la dimensión necesarias. 

Sin el eje franco-alemán es muy difícil impulsar el proyecto europeo por falta de liderazgo

Por añadidura, el ideario de la nueva Administración norteamericana y las potenciales concesiones a Rusia en Ucrania, que supondrían una victoria para Putin, fortalecen las posiciones de las fuerzas políticas iliberales y, por tanto, debilitan la posibilidad de desplegar una ambiciosa política europea en los campos descritos.

¿Reaccionará Europa? Nadie lo sabe. Lo que sí parece es que algunos estados quieren intentarlo.