Vivimos un momento histórico importante: la caída de la hegemonía de los Estados Unidos en la economía y la geopolítica mundial, y el imparable ascenso de China, su sucesora.
Una potencia que si bien no coincide con nuestra mentalidad ni con muchos de nuestros principios elementales de gestión, está demostrando ser capaz de mantener actitudes mucho más edificantes que su predecesora en muchos sentidos.
En Estados Unidos, un tipo que sería en cualquier escenario razonable la caricatura de un presidente se dedica a hundir la economía, a buscar la confrontación con sus aliados históricos, a polucionar el mundo con combustibles fósiles y a ver cómo enfermedades que en todo el mundo civilizado están bajo control atacan a su población.
Lo hace, además, aliándose con unas big tech que han hundido la innovación a base de estrategias defensivas que buscaban que otros no innovasen, y que pretenden apalancarse en la figura de un presidente débil y patético que les permita hacer cualquier cosa que quieran hacer, sin limitación ni regulación alguna.
Mientras, China vive una época dorada: la apuesta del país por la educación que hizo que, entre los años 2000 y 2020, el número de ingenieros en el país pasase de 5.2 millones a 17.7 millones, ha generado un “dividendo ingenieril” que ahora hace posibles hazañas como la de Deepseek, Manus AI, Unitree Robotics y muchas otras compañías que se benefician del enorme repositorio de ingenieros brillantes disponible.
Mientras Donald Trump se dedica a fomentar absurdamente el uso de unos combustibles fósiles que son cada vez menos competitivos, China es líder absoluto e indiscutible en todas las tecnologías de futuro, desde paneles solares hasta aerogeneradores, pasando por baterías y vehículos eléctricos.
El número de ingenieros en el país pasase de 5.2 millones a 17.7 millones, ha generado un “dividendo ingenieril” que ahora hace posibles hazañas como la de Deepseek
El país alcanzó el año pasado el llamado peak oil, es decir, la demanda de combustibles fósiles ya está en rápido descenso, y su descarbonización la va a llevar ahora de ser el país con más emisiones, a convertirse en el que más rápido adopta el vehículo eléctrico.
Decididamente, si alguien quiere ver un adelanto del futuro, el país al que tiene que viajar es a China.
Y además, sin que tengamos que adoptar, blanquear ni aceptar ninguno de sus principios políticos: China se sabe una excepción en su forma de gestionar su sociedad, y no pretende imponerla al resto del mundo.
¿Son perfectos? En absoluto: ellos lo saben, y nosotros también. ¿Es China nuestro modelo? No, para nada, ningún occidental en su sano juicio se lo plantearía. Pero es que afortunadamente, tampoco tiene que serlo.
Las preocupaciones que marcaban a China, esas llamadas 3D que corresponden a demografía, deuda y deflación, parecen estar evaporándose. Sí, el país sufrió un tremendo desequilibrio demográfico, pero parece estar siendo capaz de encauzarlo y de convertirlo en una ventaja gracias a unas políticas que han sido las más exitosas de la historia de la humanidad en levantar a sus ciudadanos por encima del nivel de pobreza y, sobre todo, en facilitar su acceso a la educación.
Antes, las universidades chinas se dedicaban a enviar a sus futuros profesores al extranjero para que estudiasen, se doctorasen, aprendiesen las metodologías docentes y volviesen.
Las universidades chinas se dedicaban a enviar a sus futuros profesores al extranjero para que estudiasen
A otros estudiantes brillantes los becaban para que emigrasen a Europa, Japón, Australia, Estados Unidos o Canadá, emprendiesen, creasen compañías o trabajasen en las más punteras, y volviesen tras varios años a su país. Eran las llamadas “tortugas marinas”, que volvían a su lugar de nacimiento tras muchos años de migración.
Al retornar, pasaban a formar parte de una clase social propia exitosa, que los convertía en brillantes profesores universitarios, investigadores o emprendedores que no tenían ningún problema en convertirse en billonarios en un país que muchos creían erróneamente que era comunista y que veía mal el enriquecimiento personal.
Ahora, la mayor parte de los billonarios del mundo son chinos. Y si revisamos el curriculum de personas como Liang Wenfeng, creador de Deepseek; de Xiao Hong, fundador de Manus AI; de Wang Xingxing, fundador de Unitree Robotics y de muchos otros, encontramos una característica común: todos se han educado exclusivamente en universidades chinas.
El milagro chino parece cada vez más sostenible. Aprovechar la ventaja demográfica para crear un enorme pool de graduados e ingenieros brillantes que poner a trabajar para construir una ventaja comparativa como país.
China ofrece a sus estudiantes brillantes incentivos suficientes como para que no tengan que irse a ningún otro sitio, y construyan compañías innovadoras en un ecosistema fuertemente regulado que evita abusos competitivos.
En los Estados Unidos, innovar se ha vuelto cada vez más complicado: si destacas, las grandes compañías te comprarán, te copiarán o ficharán a tus mejores empleados, todo con el fin de que no innoves y no pongas en peligro su posición.
En los Estados Unidos, innovar se ha vuelto cada vez más complicado
Y además, esas mismas grandes compañías se han convertido en completamente inmorales, capaces de participar en manipulaciones electorales, en genocidios, en modelos de espionaje masivos o, incluso, de meterse en la cama con un auténtico dictador vocacional que pretende anular el sistema de contrapoderes de la democracia estadounidense como Donald Trump.
La Unión Europea está ahora en un momento de decisión importante: tiene su territorio lleno de bases militares de un país que se niega a defenderla, y que muchos ven cada vez más como un enemigo con actitudes claramente hostiles que como un supuesto aliado.
La Unión Europea participa en una OTAN que ya no responde a sus principios originales de defensa mutua, sino únicamente a un absurdo “America First” de un Trump más amigo de Putin que de unos supuestos aliados europeos a los que desprecia abiertamente.
Y comerciamos en unos dólares que hace mucho, mucho tiempo que sabemos que no funcionan como divisa de reserva, porque el país que los emite tiene la mayor deuda externa jamás acumulada… deuda que pretende que paguemos los demás. Comerciar en euros o incluso en yuanes tendría mucho más sentido.
Momento histórico, sin duda, que esperemos que no acabe como cada vez que ha habido un cambio en la divisa de reserva. Y la educación, como vemos, ha jugado en su desarrollo un papel fundamental. Mejor no descuidarla.
***Enrique Dans es profesor de Innovación en IE University.