En la Ribera de Curtidores hay un lugar que parece congelado en el tiempo. Los árboles han crecido frente a su fachada y sus locales comerciales han ido cambiando de manos, pero su estructura sigue intacta desde 1850, año de su construcción.
Este edificio es una rara avis en la capital, un vestigio de la España de la picaresca que permanece inmutable al paso de los años en la calle donde todos los domingos se celebra El Rastro.
Este edificio es lo que se conoció como una “casa a la malicia”, un delito urbanístico cometido entre los siglos XVI y XIX para saltarse una ley promulgada por Felipe II. Para entenderlo hace falta retrotraerse al año 1561, cuando el monarca trasladó la capital española de Toledo a Madrid.
El traslado de la Corte no fue sencillo. Por aquel entonces, Madrid era como un pueblo grande y ni de lejos se parecía a la capital de un imperio. Sin embargo, Felipe II se empeñó en hacer el cambio efectivo en solo un mes. En esta situación, los funcionarios de la Corte vieron que tenían un problema: no tenían dónde alojar a todo el personal al servicio de la corona.
Nació entonces el edicto de “Regalía de aposento”, una ley que obligaba a todos los vecinos de Madrid a “alojar a un funcionario del rey en la mitad de la superficie útil” de sus casas.
En otras palabras, Felipe II iba a meter por la fuerza trabajadores de la Corte en casa de los madrileños. Todas las casas que tuvieran más de una planta debían ceder la superior a quien la Corte considerara oportuno, por lo general, séquito o servicio real. Y gratis, por supuesto.
Imagínese, querido lector, que el presidente del Gobierno le obliga a ceder la mitad de su casa a un funcionario de un ministerio. Exacto, a los madrileños no les sentó nada bien la medida y se devanaron los sesos para evitarla.
Es en este contexto donde nacen las “casas a la malicia”, construidas precisamente para engañar a las autoridades municipales y saltarse esa ley. Estas casas estaban construidas de manera que su interior parecía estrecho e incómodo para albergar a nadie. Muchas de ellas tenían doble fachada en el interior, pero solo una exterior, como la que nos ocupa en el número 9 de la Ribera de Curtidores.
"Por muchas manos"
Actualmente, este edificio alberga tres locales comerciales (dos exteriores y uno interior) y tres viviendas de modesto tamaño. El único local con actividad es el de la espiritista y tarotista Elisabeth Brito, que lleva 10 años en este rincón. “Yo hablo con los espíritus y me cuentan muchas cosas”, explica Elisabeth. De los lugares donde ha ejercido esta peculiar profesión, este es el mejor, asegura.
El otro local comercial exterior está actualmente cerrado y a la venta. La última tienda que acogió fue El Rincón del Rastro, dedicado a la compra-venta de antigüedades. “Antes de nosotros era una tienda de chinos y, antes de eso, otra igual. Ha pasado por muchas manos”, asegura el anterior inquilino en conversación telefónica. La tienda estuvo abierta desde el 2015 al 2022. Ahora, este local espera la llegada de otro negocio.
Todavía quedan en Madrid varios ejemplos de “casas a la malicia”. Uno de los más notables es la famosa Casa Museo de Lope de Vega en la calle Cervantes. También en la calle del Rollo o en la calle de los de los Mancebos esquina con Redondilla. Estas casas picarescas son cada vez menos habituales, fruto de la constante transformación urbanística de Madrid.
Esta picaresca, realmente, no es puramente castiza y se ha dado en otras capitales europeas con casos similares. En el siglo XVII, en Estocolmo, las autoridades quisieron subir los impuestos a los propietarios de las casas de mayor tamaño. Cuantas más ventanas, más tributos pagaban los propietarios. El resultado es que a día de hoy hay muchas casas grandes con ventanas visiblemente tapiadas en la capital sueca.
También en Ámsterdam quisieron hacer lo mismo, pero en función del ancho de las fachadas. Actualmente, las casas estrechas y altas son un elemento muy característico de la capital holandesa.