La entrada a Marabú (en la calle de Ponzano, número 37) no se diferencia mucho de la de cualquier cervecería que lo rodea en esta animada vía de la capital. Unos ventanales grandes muestran un interior con mesas altas donde la gente se divierte tomándose alguna bebida y algo de picoteo, en una animada charla, que no indica lo que pasa detrás de la barra.
Y es que a la derecha del local, en una entrada casi clandestina, con unas puertas pesadas que parecen que llevan a la cocina o a un almacén directamente, el camino conduce a la gigantesca trastienda, al auténtico Marabú, donde todo cambia de repente: la decoración de terciopelo, el color, la luz, los camareros, las mesas y hasta un escenario vacío que espera que arranque el show.
De hecho, show y dinner, es decir, comida y espectáculo, son las dos palabras clave para entrar en Marabú antes de que den las 12 de la noche porque después, a la hora más bruja, todo vuelve a cambiar.
El local se va llenando de parejas, grupos de amigos y amigas que buscan, sobre todo, diversión y que esperan la sorpresa que se subirá al escenario. Es sábado por la noche, por lo que toca una banda de música pop con derecho a dedicatorias y karaoke para los clientes más animados.
Pero no es la única opción: cada jueves este espacio clandestino tiene programado un espectáculo participativo inspirado en el mítico concurso de televisión Furor, mientras que los viernes es el momento del show cubano con un grupo en directo.
Además, esos tres días, a partir de las 12 de la noche, Marabú levanta sus mesas para dar la bienvenida a una pista de baile que la transforma en una de las discotecas más solicitadas de Madrid, con su DJ y el objetivo de que nadie se quede al margen de la diversión. Es la ley de Marabú.
En cuanto a la cena, la carta ofrece una amplia propuesta gastronómica con platos como usuzukuri de pez mantequilla, flores de alcachofa confitadas o zamburiñas. Para los más carnívoros destaca el steak tartar de solomillo, el sándwich de cachopo y aguacate, uno de los platos más solicitados, y su entrecot de vaca vieja madurado.
Si prefieres algo del mar, el tartar de atún rojo de almadraba o los langostinos tigre en tempura se presentan como las mejores opciones.
El consejo que te dan nada más sentarte es que dejes un hueco para los postres (tarta de queso, torrija de croissant con helado de vainilla...) pero, sobre todo, que no te entretengas mucho con la comida porque cuando se acerca la medianoche, todo el local enciende bengalas como si fuera una metáfora de lo que viene. ¡Fiesta!
Tras las campanadas, casi como Cenicienta, el espacio clandestino vuelve a cambiar y esta vez hasta las cinco de la mañana. Se recogen los platos, se pliegan las mesas, se apilan las sillas y todo se convierte en una discoteca donde cualquiera puede pasar hasta completar aforo.