Siempre hay un instante. Un momento, una circunstancia. El fuego de la calle suele prenderlo un mechero, y no la explosión de un camión de gasolina. La rebelión del barrio de Salamanca es la historia de un estudiante cuya buena intención fue corrompida por la necedad del rebaño.
Esta noche, la multitud ha desbordado a la Policía. Centenares de personas insultan al Gobierno y se garbean ante la pasividad de los agentes, que se limitan a identificar a un par de personas. El río de la inconsciencia recorre la calle Núñez de Balboa.
Prietos en la pandemia. Carteles que pasan de mano en mano. El antónimo de la distancia de seguridad. La prueba de que el “Movimiento” -así lo llaman sus inspiradores- ya ha adquirido el rasgo más preciado de toda protesta: la cotidianidad.
En un arrebato de megalomanía, algunos entonan el homenaje al “10-M”, el 10 de mayo que acogió la primera revuelta. Esa fecha está a punto de incrustarse con mayúsculas en el manifiesto de los promotores. Pero, ¿quiénes son? ¿Dónde empezó todo?
Es viernes y ya no hay una mesa de mezclas encendida en esa balconada que casi hace esquina con la calle Ayala. Allí, “DGC” -iniciales de un joven de diecinueve años que prefiere no revelar su nombre- solía pinchar música para sus vecinos. Cada día a las ocho, justo después de los aplausos.
Con oficio en discotecas y bodas, diluía a golpe de bafle la apatía del confinamiento. Que si “Love generation”, que si el mítico “eo, eo, eo” de aquel concierto de Freddy Mercury… Empezaron a llegar las peticiones de los vecinos, los cumpleaños felices a las cajeras del supermercado, los bailes de la policía y el Samur…
Lo recuerda en una conversación con este periódico: es la voz de un chaval agobiado que bracea entre la niebla de las causas para encontrar un motivo. “Yo no buscaba esto, de verdad, yo no buscaba esto”, repite en varias ocasiones.
Radiografía del barrio
El distrito de Salamanca aloja a unos 150.000 vecinos. La renta media por hogar está en torno a los 50.376 euros anuales, mientras que la media nacional ronda los 28.400. En esta calle, en concreto, el Partido Popular cosechó casi el 50% del voto en las pasadas elecciones generales. Vox se hizo con un 23% y Ciudadanos con un 6,7%. El PSOE no rebasó el 6% y Unidas Podemos ni siquiera alcanzó el 1%. Este es el mapa de la revuelta.
La cacerola en manos del burgués es la imagen del vuelco. Con Unidas Podemos en el Gobierno, los acomodados han emergido como “antisistema”. Consideran la ley injusta y la incumplen. Se definen como “movimiento anticomunista” y dicen “no aceptar injerencias extranjeras”, al más puro estilo años treinta. La tienda de campaña y el pañuelo palestino han cambiado por la Barbour y el galgo envuelto en la bandera nacional. El origen de esta rebelión anida en la contaminación de la idea de “DGC”.
“Llevaba poniendo música desde el 14 de marzo. Pinchaba el himno de España, igual que hacían en Italia. La gente aplaudía un montón”, describe este estudiante de Administración y Dirección de Empresas (ADE). A su madre, que se une a la conversación, le pedían canciones cuando iba a la compra: “También llamaban al timbre y nos dejaban mensajes”.
El domingo pasado no era un día alegre para esta familia. Los abuelos y un tío de “DGC” -explican al otro lado del teléfono- “estaban ingresados”: “No iba a poner música esa tarde, pero mi madre me dijo que no podía fallar a todos esos vecinos, algunos de ellos mayores, que habían pedido sus canciones”.
En aquel momento, en ese instante, sin quererlo ni buscarlo, prendió la mecha de lo que se convertiría en una revuelta que ya ha cumplido una semana y se autodenomina “Movimiento de Resistencia Democrática”.
Prende la mecha
Permitidos los paseos, el público de “DGC” ya no era sólo el de los balcones, sino también el que rondaba por la calle. Aquel 10 de mayo, comenzó a congregarse gente junto a su portal. Él, desde su terraza, era ajeno a lo que sucedía. Como puede comprobarse en la fotografía que ilustra este artículo, unas tablas tapan cualquier visión hacia abajo. “Es que tenemos vértigo, por eso las pusimos”, sonríe el DJ.
Alguien llamó a la policía y empezó a escribirse el prólogo de las manifestaciones. Es su madre, entonces, quien toma la palabra para explicar lo sucedido: “Un agente subió a casa, llamó a la puerta y me pidió mi DNI y el de mis hijos. Nos anunció una denuncia por alteración del orden público. Él creía que nosotros habíamos convocado aquella concentración, pero nada más lejos de la realidad. Intenté explicárselo”.
Una versión que encaja con la que fuentes policiales vierten a este diario. Ese fue el origen de la protesta. La madre de “DGC” narra: “Le insistí en que nosotros no éramos culpables y que si iba a multar a alguien que me multara sólo a mí. También me habló de una multa. Incluso de otra más por decibelios. Le expliqué que comprendía su trabajo, pero creía que no habíamos cometido ningún delito”.
La familia de “DGC” exhibe sentido común: le parecen absurdas las concentraciones en tiempo de pandemia. Bien sean las del 8-M o las del barrio de Salamanca. “No hubo manera de evitarlo, estamos esperando a ver si llegan las multas”, se resigna la madre del estudiante.
Algunos de los que se habían arremolinado en torno al portal, cuando vieron que la policía subía a casa de “DGC”, comenzaron a insultar a los agentes: “¡Policía traidora!”. Iban a dar las nueve, estaba a punto de empezar la tradicional cacerolada contra el Gobierno. Entonces se hizo el fuego: algunos de los oyentes musicales se convirtieron en revolucionarios y entonaron el insulto con más fuerza de la habitual. Esa concentración espontánea acababa de tornarse la primera de una ristra de manifestaciones.
“De verdad, yo no tengo nada que ver con esto. No soy siquiera de los que se asoman al balcón con la cacerola, que están en su derecho de hacerlo. ¡Soy hipocondriaco! Apenas he salido de casa desde que todo empezó”, lamenta “DGC”.
La policía que bailaba al ritmo de la música ha cambiado por los antidisturbios. Los bafles que hacían sonar a Freddy Mercury han sido sustituidos por los altavoces de los agentes, que piden a la gente que se marche a casa y respete la ley.
María Luisa y el "Movimiento"
Entonces apareció María Luisa. Una señora rubia que suele colocarse en medio de la calzada y grita: “¡Estamos uno! ¡Estamos todos!”. Licenciada en Derecho y autodefinida como “analista política”, es la autora de esos manifiestos que llaman a “consolidar el Movimiento” y a hacer del 10-M “algo histórico”. “Sí, sí, soy yo”, confirma al otro lado del teléfono.
Reconoce ser la portavoz de la plataforma recién fundada y asevera que la policía lo sabe: “Cuando me muevo hacia un lado, el helicóptero me sigue”. Está convencida de ello. Tiene 54 años. Participó en Sociedad Civil y Democracia, un partido que fundó Mario Conde y que nunca logró representación parlamentaria.
Curiosamente, en su manifiesto, los alborotadores del barrio de Salamanca cargan contra el Gobierno... ¡por no haber concienciado a la población de la importancia de respetar las distancias de seguridad!
María Luisa y los suyos llaman ahora a “usar la mascarilla” y “cumplir las normas”, pero son conscientes de que ninguno de los participantes consigue caminar liberado del tumulto.
-Oiga, ¿usted es vecina del barrio?
-No, pero tengo a mi padre ingresado en el Hospital del Rosario y suelo pasarme tras ir a verle.
-¿Cómo llegó usted a la revuelta?
-Llevaba tiempo pensando que había que crear un Movimiento. Un conocido me invitó a que lo viera. Era el caldo de cultivo ideal.
María Luisa ha escuchado la historia de “DGC” y su mesa de mezclas: “Sí, no conozco el asunto demasiado bien, pero todo esto empezó porque la policía fue a por ese chico por poner el himno de España”. El peligro del teléfono estropeado.
-Esto es un despropósito, se ha ido de madre. No hay manera de respetar las medidas de seguridad en esas concentraciones. ¿Va usted a pedir a toda esa gente que se vaya a su casa?
-Yo no soy la responsable. No puedo poner orden. Es una protesta espontánea.
-¿Y qué más va a hacer usted?
-He querido aprovechar lo que está pasando. Debemos canalizarlo para crear ese Movimiento. Siempre respetando las leyes. A mí no me maneja ningún partido.