Carmen cumplió 100 años la semana pasada. Un siglo sobre la faz de la tierra. Nació durante el reinado de Alfonso XIII y, desde entonces, ha vivido el reinado de su nieto y su bisnieto, dos dictaduras, una república, una guerra civil y otra mundial, la Transición y los siete presidentes que la siguieron. Carmen conoció un mundo sin televisión, sin rock n’ roll y hasta sin penicilina, es decir, sin antibióticos.
Lejos de estar en una silla de ruedas o sufriendo deterioro cognitivo, esta mujer centenaria entrena —al menos— tres veces por semana en el Gimnasio Okinawa de Alcorcón. Ahí recibe a Madrid Total y responde a esta entrevista mientras pedalea en una bicicleta estática. Lleva 42 de sus 100 años entrenando.
“Tenía 58 años cuando empecé a venir al gimnasio. Pero yo antes andaba mucho. Kilómetros y kilómetros”, explica Carmen. “Mi padre paseaba desde la calle Arrieta hasta la Casa de Campo y me decía: ‘Si te vienes conmigo, luego te invito a un churro’”. Esa promesa culinaria despertó en nuestra protagonista el instinto de moverse, de no parar quieta en todo el día.
Eso, unido a que jamás se ha acercado a un cigarrillo, puede ser la clave de que esta conversación tenga lugar en la segunda década del siglo XXI. Por si acaso, conviene preguntar.
—Carmen, ¿cuál es su secreto para haber llegado a los 100 años?
—Chico, no lo sé. Soy la mujer más corriente que te puedas imaginar. Andar mucho y moverme. Como no sea eso, no sé.
Pañuelos para las Brigadas Internacionales
Carmen Miranda Nogeira nació el 24 de enero de 1923. “Nací en Madrid y en el mismo sitio donde todavía tengo un piso: en la calle Arrieta”. Siendo ella un bebé, se instauró la dictadura de Miguel Primo de Rivera en España y, siendo una niña, vivió la proclamación de la Segunda República.
“Me acuerdo perfectamente. Me acuerdo de ir de la mano de mi padre con el gorro frigio [prenda asociada a la libertad desde la Revolución Francesa] por la Plaza de Oriente. Nos abrazábamos todos. No nos conocíamos, pero daba igual. Se había proclamado la república. Fue precioso aquello”.
“La guerra nos pilló veraneando en El Escorial”, es decir, en zona republicana. “No tuve más remedio que hacer tonterías, como coser pañuelos. Íbamos a la 34ª Brigada y los intercambiábamos por jabón. Estaban en el monasterio. Eran alemanes, franceses, rusos, de todas partes”.
“Yo era bien pequeñita y llevaba una caja de cartón con pañuelitos bordados por mí. Unos tenían la hoz y el martillo, y otros la bandera de la CNT, que era roja y negra. Me decían, con su acento: ‘¿Cuánto moneda?’, y yo les decía que no, que queríamos aceite o jabón. Mi padre medio se pudo librar de combatir, pero mi hermano sí combatió. Y era un niño, tenía 17 o 18 años”.
—¿Estuvo en la Quinta del Biberón?
—Esa, exactamente. La quinta del 41.
“Una vez terminada la guerra estuvimos un mes o mes y medio en El Escorial todavía. Cuando llegamos a casa, nos encontramos todo aquello desvalijado, nada de muebles… Todo como un patio, igual. Mi padre había muerto y madre nos sentó a los tres hermanos y nos dijo: ‘Hijos míos, aquí tiene que trabajar todo el mundo y nos tenemos que levantar’. No te preocupes, mamá. Mis hermanos se marcharon a trabajar fuera y yo puse el tinte”.
Nació así la tintorería familiar que ha sido el sustento de Carmen toda su vida: Tinte Miranda, en la calle Arrieta. “Compré libros, miré cómo se quitaban las manchas y aprendí a hacer las cosas. Le decía a mi madre: ‘El mejor tinte de España, tu hija’ (risas). Quitaba las hombreras, los botones, hacía de todo. Al final, llegué a tener cinco empleadas”.
A los 25 años, ya con el negocio en marcha, se casó con “el hombre más bueno y más inteligente del mundo”: Francisco Martín Hernán. “Estaba en la compañía Telefónica. Terminó el bachiller y quería estudiar una carrera pero sus padres no tenían dinero para los estudios. Pues entró a la Telefónica y llegó a tener una buena posición. Era muy listo, una persona muy inteligente”. El matrimonio tuvo dos hijos y cinco nietos. Los bisnietos, por el momento, no han llegado.
“La envidia de todas”
Carmen es un personaje célebre en la zona del Parque de Lisboa de Alcorcón, donde se instaló a los 58 años. Desde entonces va al gimnasio, concretamente, a este que toma el nombre de una isla japonesa, famosa por películas como Karate kid o Kill Bill. Está en el Club Social Deportivo Parque Lisboa, punto de encuentro de los deportistas de la zona. “Somos casi como una familia”, afirma Javier, el encargado del gimnasio. A Carmen la saluda todo el mundo con enorme entusiasmo. “Es la envidia de todas”, bromea otra anciana de menor edad.
Tras 20 minutos de bicicleta estática, Carmen toma posición en las máquinas de musculación. Suele hacer press de remo, polea para trabajar el tríceps y la máquina de abductores. “Pesas hacía, pero ya no”.
“Hoy en día hay muchos centenarios”, afirma con naturalidad, mientras trabaja los brazos. “Pero la gente hoy en día es muy comodona. Llegas a cierta edad y te pones delante de la televisión, sentadita y paseas un poco. Y terminas… pues eso…”
Ella en cambio, se considera un “culo inquieto”. Desde siempre. Cuando regentaba la tintorería, era incapaz de quedarse sentada tras el mostrador. “Hace mal efecto que la dueña de un establecimiento esté sentada. Sin embargo, si me ven que estoy de pie o haciendo cosas, los clientes piensan que aquí se trabaja”.
Tinte Miranda vivió toda la dictadura, la Transición y las primeras elecciones democráticas. Carmen votó a Adolfo Suárez y lo expresa con orgullo. También vivió el intento de golpe de estado del 23 de febrero de 1981.
“Cuando lo del Tejero… Estaba la calle que era un desierto. Pensé que era raro. Ni un alma en la calle Arrieta. Entonces puse la radio y ya me enteré del lío. Mi marido llegó enseguida y me dijo que nos fuéramos a casa. Por cierto, los Armada eran clientes míos. Vivían en la calle de la Bola y venían al tinte. Las hermanas eran bellísimas personas. A él [el general Alfonso Armada, artífice del levantamiento] nunca le conocí”.
¿Jubilación?
“A mi marido le jubilaron y me dijo: ‘Carmencita, ya. Vamos a estarnos quietos’. Pues todavía le embarqué y pusimos una casa de decoración. Tenía que abrir conmigo todas las mañanas en la calle Arrieta, cuando ya vivíamos en Alcorcón. Me decía: ‘Anda que tener que madrugar yo tanto porque tú quieras…’”. Y ella se defendía respondiendo: “Yo tengo que seguir trabajando”.
Carmen y su marido nunca fumaron y apenas bebieron. “Beber, en alguna boda o algo. Pero en mi casa no entraba una gota de alcohol”. Y así sigue siendo a día de hoy. Desde que enviudó, Carmen ha vivido sola y feliz con ello. Sus análisis son de libro: sin colesterol ni dolencias graves. “Solo me duele un poco aquí”, y se toca las lumbares. “Y bueno, tomo algunas pastillas”.
Hace dos semanas, sus hijos insistieron en ponerle una asistenta para ayudarla en su día a día. Ella aceptó, pero insiste en seguir llevando las bolsas de la compra. El físico, pese a la edad, no es para ella un problema.