El 3 de julio era un día como otro cualquiera para Concha, la encargada de una tienda de ropa de toda la vida situada en el número 4 de la Plaza de Tirso de Molina. A las 13:25 horas, cuando la comerciante estaba a punto de echar el cierre para irse a comer, un hombre de 58 años entró en el local. Su intención, robar en el conocido establecimiento. Pero el robo acabó en tragedia.
El asaltante acumulaba antecedentes por robo con violencia. En su encontronazo con la "dulce" y "amable" Concha acabó convirtiéndose en un asesino. La mujer se resistió y el atracador respondió con varias puñaladas, al menos una de ellas en el abdomen, que resultaron fatales.
El delincuente huyó de la tienda salpicado de la sangre de su víctima. Concha, aún con vida, consiguió salir de la tienda para pedir socorro. Los primeros en llegar a la escena del crimen fueron los agentes de la Policía Nacional, que como cualquier otro día, controlaban esta zona por los habituales incidentes que se producen en ella.
A su llegada, los sanitarios del Samur-Protección Civil continuaron con el trabajo, pero ya era tarde. Solo pudieron certificar la muerte. La noticia corrió como la pólvora entre los vecinos de su barrio, que al principio no tenían claro la identidad de la víctima. Poco a poco, a través de conversaciones entrelazadas de WhatsApp, los peores presagios se fueron confirmando: la asesinada era Isabel, la mujer de José Miguel, un conocido empresario de Lavapiés de toda la vida. "Son trabajadores, honestos y buena gente", aseguraba un comerciante que conocía a la pareja.
Lavapiés forma parte de Embajadores, uno de los barrios que conforman el distrito Centro. Sus vecinos están acostumbrados a los problemas de delincuencia, de menudeo de drogas e, incluso, de los robos. Pero un asesinato, y más a plena luz del día, son palabras mayores.
La consternación por la trágica muerte de Concha se palpaba esa misma tarde en Tirso de Molina. La Policía Nacional precintó el local, pero no pudo evitar que se acumularan alrededor, curiosos, vecinos y medios de comunicación. El propio José Miguel y sus dos hijos, familiares y amigos esperaban desolados y entre lágrimas en la entrada de un bar pegado a la tienda.
Mientras tanto, más de una decena de agentes de la Policía Nacional custodiaban la escena del crimen. Los agentes de la Científica salían y entraban por la puerta del comercio, también vigilado por agentes del Cuerpo Municipal de Policía. En esas primeras horas, la información sobre el presunto autor era confusa. Un testigo afirmó que se cruzó con el delincuente y se fijó en su camiseta a cuadros ensangrentada. Otras personas lo describieron como una persona alta y delgada. Al principio, también se especuló en redes sociales sobre su país de procedencia.
La realidad es que los agentes del Grupo V de Homicidios de la Policía Nacional ya estaban manos a la obra. El asesino huyó a pie y su 'caza' era inminente.
Detención silenciosa
La Plaza de Tirso de Molina está a pocos minutos a pie de la Puerta del Sol. Es un lugar muy céntrico, transitado y por el que a lo largo del día pasean miles de ciudadanos y turistas. Lejos de lo que se pudiera imaginar, el asesino ni siquiera había huido del barrio. Los agentes lo detuvieron poco más de 24 horas después, en la calle Atocha, esquina con Relatores. O lo que es lo mismo: a sólo 260 metros de la escena del crimen.
La operación fue discreta y pasó muy desapercibida para producirse en pleno centro de Madrid. El autor de los hechos se encontraba en la calle. Se trata de un ciudadano español de 58 años. No opuso resistencia a la Policía. Ni él, ni otra mujer de 56 que también fue arrestada por su presunta implicación en el crimen, aunque la Policía no reveló qué grado de implicación tiene esta persona en el homicidio.
El móvil principal que manejan los investigadores de homicidios es el robo. Ambos arrestados tienen antecedentes por robo con violencia.
La detención pone punto y final al nerviosismo y al temor de los vecinos de Lavapiés que se desató un día antes. Aunque la pena por la víctima, Concha, perdura en la Plaza de Tirso de Molina. Vistebien permanece desde entonces cerrado. Al pie de la tienda, se concentran los ramos de flores y velas que recuerdan a una vecina del barrio a la que segaron la vida cuando estaba a punto de echar el cierre para marcharse a comer.
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