Ana María Knezewich desapareció el pasado 2 de febrero sin dejar rastro. Desde un principio su desaparición resultó sospechosa, puesto que tenía un viaje a Barcelona programado para los siguientes días y nunca ha habido precedentes de algo similar. Los detalles que se han conocido posteriormente hacen sospechar el peor de los escenarios.
La última comunicación de la desaparecida fue el día 2 a las 11:30 horas. Una amiga suya le escribió ese mismo día. No hubo respuesta, tampoco al día siguiente. Preocupada, le llamó por teléfono sin éxito.
Era muy extraño que no le contestara porque el 5 de febrero viajaban juntas a Barcelona para asistir a un evento y Ana María "estaba muy ilusionada con ello". De hecho, llegó a ir en vano a la estación de Atocha por si acaso hubiera perdido el móvil.
A las 13 horas del día 3, esta amiga -y otra que vive en otro punto de Europa y que iba a visitar en breve a Ana María a su casa de Madrid- recibieron un mensaje idéntico en WhatsApp.
Les decía que "había conocido una persona maravillosa y que se había ido con ella a una casa de campo situada a dos horas de Madrid, pero que allí hay mala señal, por lo que ya contactarán con ellas cuando regresara". Aunque provenía del móvil de la desaparecida, no creen que lo hubiera escrito ella.
Nunca más han recibido mensaje alguno de ella. Además, tanto las destinatarias como la familia de Ana María no creen que lo escribiera ella, ya que no es su forma de hablar ni de escribir. "Parece como si le hubieran pasado un corrector", explica Joaquín Amills, presidente de SOS Desaparecidos.
Casa vacía y cámaras tapadas
Alarmada, la amiga española acudió al domicilio de la desaparecida, en la calle Francisco Silvela. Al no responder nadie a la puerta, llamó a los servicios de emergencias. Tras contarles lo ocurrido, los Bomberos entraron al piso por una ventana y comprobaron que no había signos de violencia ni desorden, sino lo normal en estas estancias.
Una vecina afirmó que había visto luz en la vivienda la madrugada del sábado 3. Y que en ese fin de semana intentaron robar en el edificio (aunque no hay denuncia alguna al respecto) y que por ello unos desconocidos taparon con un espray negro la cámara del teléfono de la entrada y la de seguridad junto al ascensor.
Ante todo ello, el pasado día 4 de febrero formalizaron una denuncia por su desaparición en la comisaría de la Policía Nacional del distrito de Salamanca, que lleva ahora la investigación de los hechos.
En los días posteriores, los investigadores revisaron las cámaras de seguridad del edificio y vieron que un hombre con un casco de moto entró a las 21 horas en el edificio.
Los investigadores no pueden, por el momento, establecer una correlación directa entre este individuo y la desaparición. Recordemos que días antes había habido intentos de robo en el edificio. Todas las hipótesis permanecen abiertas, y Ana María sigue sin aparecer.
Un divorcio complicado
Tanto la amiga como los familiares aseguraron a los agentes que no encaja con la forma de actuar de Ana María que desapareciese de esa manera, dejando colgadas a las personas tan allegadas con la que había hecho planes.
Tampoco les cuadra que abandonara Madrid de repente, una ciudad cuya vida cultural le encantaba y en la que quería rehacer su vida. No creen que fuera ella la que escribiera los mensajes, por lo que temen que están con alguien en contra de su voluntad.
Amills afirma que su desaparición "presenta unos rasgos muy preocupantes desde el primer momento". "Es de los pocos casos en los que no hemos recibido ninguna noticia", ha indicado.
Ana María tiene 40 años, mide 1,50, es delgada, con pelo castaño y ojos marrones. La mujer es de origen estadounidense y colombiano y se instaló hace pocos meses en Madrid para pasar un difícil divorcio. La mujer vivía en Miami, donde residen sus hermanos y su madre, y donde casó con un ciudadano serbio, cogiendo su primer apellido, siendo el de soltera Henao.
Pero pronto tuvo problemas en su matrimonio, por lo que optó por el divorcio, un proceso que comenzó en enero y se tornó "muy duro y complicado, hasta el punto de pedir ayuda médica por depresión", según ha explicado Amills.
Para poner tierra de por medio, Ana María llegó en diciembre Madrid, donde vive una amiga de la infancia, y se instaló en un piso cuyo alquiler caducaba en marzo. El día antes de la desaparición, ambas estuvieron mirando una nueva vivienda. El último mensaje que recibió la amiga era, precisamente, que esa casa no le gustaba.