Durante los últimos seis días, cientos de bomberos forestales se han jugado la vida para sofocar uno de los grandes incendios sufridos por la provincia de Málaga en las últimas décadas. Las casi 10.000 hectáreas quemadas de Sierra Bermeja y el Valle del Genal dibujan el territorio afectado por un fuego catalogado de sexta generación.
Este es el escenario en el que han combatido casi sin resuello los efectivos del Plan INFOCA. Suyas, junto a la colaboración de otros profesionales llegados de varias comunidades españolas y del propio Ejército, son las que han sido capaces de doblegar al fuego, hasta controlarlo.
Pero tras la entrega del guerrero se esconde una realidad menos conocida y lustrosa, una que pone en duda la manera en la que se trata a quienes se juegan el pellejo a escasos metros de las llamas. Con estos hombres y mujeres existe una deuda que no termina de ser pagada y que tiene que ver con sus condiciones laborales.
Juan, que tiene 33 años, suma ya diez temporadas como trabajador eventual. Es contratado para la campaña de mayor riesgo de incendio, que suele extenderse entre junio y mediados de octubre y, posteriormente, es cortado. Pese a la precariedad, acude a la llamada cuando es preciso.
"Yo soy de un pueblo chico, lo que he hecho siempre es estar en el campo y es lo que he vivido; éste es el trabajo que me gusta, aunque luego tengo que buscarme la vida", explica, con la esperanza de que en algún momento le hagan fijo.
¿Compensa jugarse la vida en estas condiciones, con un salario mensual de unos 1.300 euros? Juan no duda. "Compensa porque es lo que me gusta; sabemos los riesgos, uno va al incendio con ganas de trabajar y apagarlo lo más pronto posible; en el miedo al final no piensas tanto porque quieres darlo todo para apagarlo".
Esto que cuenta Juan es lo que oye casi a diario Francisco, indefinido en el INFOCA. Lleva en el organismo desde hace 23 años. "Cuando estás en el tajo da igual el contrato que tienes", recuerda. Los números indican que del orden de un tercio de los operarios de la campaña de verano es eventual.
"Los que son eventuales, hasta que no sale una oferta de empleo público, pueden tirarse cuatro, cinco, seis o más años; les da coraje cuando pasan estas cosas. 'Hay que ver que somos eventuales, ahora pasa todo, ya nadie se acuerda de nosotros, nos echan a nuestras casas y hasta el año que viene'", reproduce Francisco de las conversaciones con algunos de sus compañeros.
Pese a ser un privilegiado desde el punto de vista laboral, es sensible a la demanda. "Es normal porque están todo el verano al pie del cañón y llegan a finales de octubre y hasta el año que viene". A su juicio, una manera de prolongar su actividad sería destinarlos a las labores de prevención del monte.
En esto coincide Juan. "No es necesario que nos corten a mediados de octubre cuando hay tantísimo trabajo por hacer, porque los incendios se apagan también en invierno; ahora cuando llegue octubre el INFOCA se queda desmantelado, porque está envejecido; hay retenes que se quedan con dos o tres personas", explica.
"Ahora se nos pone en los altares, pero viene el invierno; los políticos ahora nos aplauden mucho, pero al final se queda todo en saco roto"
"Al final te sientes un poco utilizado porque durante todo el año se necesita personal y mantener el operativo al 100% para seguir haciendo trabajos preventivos; eso ayuda a prevenir incendios y que los que haya no sean tan extensos", añade.
A la queja de los eventuales se suma la que también tienen los indefinidos. Sobre ello, Francisco recuerda que hay personas "que se van a jubilar y no cobran antigüedad; el que entra ahora como fijo cobra lo mismo que el que lleva 30 años".
José Luis, de 43 años, lleva trabajando en el INFOCA desde 2004. Adquirió la condición de indefinido en 2008. "Llevamos pidiendo mejoras de las condiciones laborales desde hace tiempo; es verdad que tenemos mucha repercusión coincidiendo con los incendios, pero luego se nos olvida, pasamos desapercibidos", dice.
"Ahora se nos pone en los altares, pero viene el invierno, se van lo eventuales, se queda la plantilla a un un 40% o 50%; los retenes que son de siete se quedan en tres o cuatro personas; los políticos ahora nos aplauden mucho, pero al final se queda todo en saco roto", denuncia.