España ha escrito una nueva página en la historia de la pandemia. De una forma simbólica y fechada, hoy se inicia una etapa distinta con el fin de la obligatoriedad de mascarillas en interiores. A la entrada de un bloque de viviendas en Carranque, un vecino habla con el portero sobre la noticia del día. "¡Por fin!", le comenta con alegría. "¡Sí! Estamos más guapos ahora que se nos ve la cara", le responde entusiasmado. Acto seguido, cada uno continúa con sus labores, convencidos de que han cumplido con la coletilla mañanera de la jornada.
El ambiente que se respira por las calles de la ciudad durante las primeras horas del Día D no es muy diferente a cualquier otra jornada de la Semana Santa. Durante la Pasión, el cubrebocas ha sido un artículo casi minoritario presente solo entre algunos hombres de trono y espectadores. De forma premonitoria, ha servido para anticiparse a unos hechos que ahora se consolidan en todos los espacios.
Las sensaciones quizá son algo diferentes en unos grandes almacenes situados en calle Hilera. Atravesar el dintel de la puerta sin ninguna barrera entre la cara y el resto del espacio hace pensar que se está incumpliendo con la norma. Pero no, no se trata de un atisbo de rebeldía, sino de la costumbre asentada durante 700 días y sus tantas noches. Basta con dar un primer paseo por la planta de tecnología para apreciar que la panorámica poco ha cambiado con la que se podía contemplar ayer mismo.
La proporción de desmascarillados frente a los que siguen optando por la quirúrgica o FFP2 es de uno a cuatro. Algo similar ocurre en las iglesias: "Aquí viene mucha gente mayor, por lo que casi todos la llevan", dice el sacristán de una parroquia del barrio de El Perchel.
Sin embargo, esos números comienzan a variar en el Mercado de Atarazanas. Los turistas se fusionan con el ciudadano de a pie, que parece que entre puestos de pescado y frutas, se ha envalentonado algo más y va al descubierto. En el estand de Miguel Ángel, un hombre que destripa sardinas no duda a la hora de dar su opinión sobre la noticia: "La gente lo está asumiendo bien. ¡Es una alegría! Se nota en las caras, aunque no en la caja del día, porque aquí solo hay alegría en Semana Santa y Feria. Hasta el momento, pocos clientes. La mayoría son guiris, que no la usaban ni cuando era obligatoria", afirma.
Desde el escaparate de una librería de calle Nueva también se aprecian las sonrisas tras el cristal. Una trabajadora del establecimiento relata que casi todo el mundo que ha entrado llevaba el tapabocas, pero que ellos han optado por quitárselo: "Estamos en una zona en la que hay mucha corriente, por lo que no es tan necesaria. Nuestros compañeros que están en la planta de arriba sí que las siguen llevando".
Preguntada sobre la sensación de estos primeros momentos, responde de manera rápida y directa: "Libertad absoluta. Nosotros siempre estamos cargando libros y cajas, por lo que se agradece muchísimo".
La situación es distinta en los transportes. Allí, las caras de la gente siguen fraccionadas de la mitad hacia arriba. Tocará esperar un tiempo (¿cuánto?) para que la gente pueda subirse a un autobús o tren sin necesidad de llevar cubierta la nariz y la boca. Pero la excepción no quita la expectación de un día en el que las barreras empezaron poco a poco desaparecer y la normalidad definitiva comenzó a recuperar su lugar.