La Feria de Málaga supera el primer envite. Tres días, con un festivo por medio, y un único objetivo: sobrevivir. La fiesta se expande por todos los rincones de la ciudad. El Centro ha muerto. ¡Larga vida al Centro! El casco antiguo sobre el que se construye la historia de la ciudad se transforma por unos días en una suerte de escenario, atrezo preciosista creado ex profeso para acoger la celebración de la capital. Siete días por delante y una vida para recordarlo.
Las calles adyacentes a la plaza de la Constitución (Cisneros, Especerías...) son un páramo en la tarde del lunes. Recuerdan a los pueblos fantasmas del viejo oeste, vigilados por mil ojos que se esconden tras las puertas dobles. No hay un tumbleweed rodando por los suelos marmóreos, pero poco falta. Aquí no hay sheriff, sino policías asegurándose de que todo se desarrolla con "normalidad". Tampoco suena música de Ennio Morricone, sino sevillanas y rumbas que ambientan al mogollón.
Desde la lejanía se aprecia cómo el horizonte se ha convertido en una gran bola de discoteca: la lentejuela de los sombreros refleja un sol justiciero que no hace presos. Los centenares de personas que disfrutan de la juerga se cobijan a la sombra que ofrece la plaza de las Cuatro Calles, creando un carril de claroscuros que pareciera ideado por Gordon Willis.
En uno de los laterales, yace un soldado caído. No es el único. Son las cuatro de la tarde y el Cartojal no distingue entre aliados y enemigos. Hay un honor que salvar, pero la única morfina de la que disponen sus acompañantes es un abanico. Aires que resucitan a muertos.
Vasos de plástico, bailes vencidos por la ausencia de ridículo... En todo el meollo, un grupo de chaveas se atreve a llevar camisa. Son de los pocos en un recinto vallado cual corral ganadero. El único con pantalón largo sigue siendo el cronista. "Estáis como en los toros, a la sombra. ¡Sois los VIP!", bromea en voz alta el cantante del grupo que anima la jornada.
Calle Larios se convierte en una lucha descarnada de sonidos. Dos mundos unidos por una misma vía. Camina por ella un tipo con mocasines de ante, calcetines, sombrero cowboy y una botella de Cartojal en la mano. Un malaguita de toda la vida, ¿no?
Dejando la broma a un lado, el grupo de verdiales que espera su turno para actuar en uno de los escenarios sigue representando ese sentimiento localista que pervive en los panderos y los violines. Mientras llega el momento de cantar, un grupo de sevillanas deja claro que aquí se holdea de verdad: "Por la mañana en el Centro, por la noche al Real", reza la letra.
Algo cambia conforme la vista se desplaza hacia la plaza del Obispo. La hegemonía de la sombra invita a cerrar algún botón, aunque no demasiados. Aquí si hay pitillos y vaqueros que cubren los tobillos: "¡Somos Mr. Proper y espero que disfruten!", grita el vocalista de la banda. Brindis al cielo; manos al aire. Jarana. Jaleo. Joda.
La música no se desvanece tampoco en calle Carretería. Junto al Colmado se cantan temas de Nacha Pop, Danza Invisible y Pereza. Son las 16:30 de la tarde. El día no ha hecho más que comenzar. Aunque para mañana no se haya descartado lo de currar.
Bajón de afluencia
Estas escenas pueden dar la sensación de marea humana dispuesta a pasar el resto de sus días en los círculos más bajunos de Dante. Sin embargo, la realidad es bien distinta. Ya sea porque es el último de los festivos, ya sea porque la propia vita se ha desplazado al Real, lo cierto es que la afluencia de público en el Centro es menor que en otros años.
Plaza Uncibay parece (con distancia) la misma glorieta de siempre. La Merced, ídem. Igual ocurre junto al Teatro Cervantes. Hablamos de una bajada de la participación percibida de forma empírica. El DJ de una de las discotecas de la zona comenta que este arranque de Feria ha sido "un desfase", pero que en resto de bares había "poquita gente". "Está bastante mal", en lo que a la masificación respecta.
De hecho, subraya que ahora se aprecia un ambiente más familiar, con actividades para los niños: "Quizá está siendo algo más tradicional, con un toque más folclórico", defiende.
Los datos, sin embargo, confirman la realidad ya sabida: la capital acaba de dejar atrás los tres días de mayor ocupación hotelera de agosto; un 94% frente al 88% que se espera para el resto de semana.
Las visitas a las oficinas turísticas también corroboran la idoneidad de Málaga como destino. Solo en los dos primeros días han atendido a más de 7.000 personas, registrando el primer viernes un 25% de aumento con respecto a las mismas jornadas de la última feria celebrada.