¿Qué sería de la Feria de Málaga sin las peñas, casas regionales y entidades recreativas? Quizá, en estos tiempos presentes, la pregunta tenga fácil respuesta. Sin embargo, hubo una época en la que las fiestas de la ciudad no se entendían sin el papel de estas entidades. Organizaciones vivas, arraigadas en el valor testimonial de las tradiciones, las familias y las gentes.
Esta defensa de la cultura, el deporte, las costumbres o el arte abrazaba una tesis capital: la idea de comunidad. Plantear la necesidad de establecer vínculos afectivos a través de gustos comunes. En ese entramado social en el que se movía la Málaga en blanco y negro, las anécdotas florecían con una facilidad pasmosa, dando lugar a imbatibles guiones para disfrutar de lo sucedido hasta el año siguiente.
En esta narrativa de historietas, las fiestas de agosto ocupan un lugar prominente. El libro Historia de las Peñas de Málaga (Ayuntamiento de Málaga, 2000), escrito por el periodista Francisco Fadón, recoge alguno de estos hitos que se repetían anualmente.
Basta con hacer un repaso a las más de 100 organizaciones para encontrar algún ejemplo. De todos los señalados, la simbiosis mantenida entre El Palustre y El Sombrero resulta digna de destacar. Esta primera corporación, arraigada intrínsecamente al distrito de El Palo, ha sabido mantener encendida la llama de la albañilería entendida como realidad cultural.
Prueba de ello es el concurso que llevan organizando desde 1966, el más antiguo y prestigioso de su sector a nivel nacional, al que las mejores cuadrillas de albañiles de toda España acuden para medirse y ver quién es el más hábil en su labor. El compromiso con este oficio alcanza tal magnitud que, para la construcción de la sede, los peñistas "trabajaban cuando el curro de cada día caía". Más los fines de semana: "El que no puede ir a trabajar, pone dinero para materiales", recoge la obra.
Precisamente, han sido El Palustre y El Sombrero dos de las peñas que han protagonizado una de las historias más bonitas de la feria. Vivencias que se repetían año tras año, ofreciendo una estrechísima vinculación entre sus integrantes. Ambas entidades fueron, durante mucho tiempo, fijas en la feria. El compromiso era tal que, en una época pasada, no habían faltado nunca a la cita. Esta antigüedad les permitió pasar por los recintos del Paseo marítimo, Polígono alameda, Arroyo del cuarto, El Viso, Teatinos y la ubicación estrenada a finales del siglo XX.
Así, el último día de feria, El Palustre y El Sombrero cumplían con una de las peculiaridades más hermosas. A las doce de la noche derribaban el tabique que separaba ambas casetas, consiguiendo un hermanamiento real entre los socios de una y otra peña. Esto dejó de ser posible una vez que se implementaron las casetas por paneles. Pero hasta que ese momento llegó, las herramientas de trabajo volvían a ocupar un lugar prominente en el seno de este grupo.
Una historia que recuerda, salvando las distancias, a lo que se vivió aquel mes de abril de 1983, cuando los vecinos de la humilde zona de las Cuevas decidieron derribar el muro de la vergüenza que les separaba de Miraflores de El Palo, la zona pujante del distrito.
Cabe recordar que estamos hablando de dos de las peñas más importantes que históricamente han conformado la Federación Malagueña. La popularidad que llegaron a alcanzar los del Sombrero se refleja en la lista de nombres ilustres que pasaron por su sede. Futbolistas de la talla de Pelé, Ricardo Zamora, Juanito o José María Otiñano encabezan una lista en la que figuran artistas de la talla de Marifé de Triana o Fosforito. Aunque quizá, la de mayor relevancia internacional, sea el ajedrecista Anatoli Kárpov. En este caso, el ruso no llegó a pisar el Real.