El nombre de Málaga ha trascendido las fronteras españolas gracias a una larga lista de embajadores que, durante décadas, han hecho gala de la verde y morada por todo el mundo. Pablo Picasso, Antonio Banderas, Victoria Kent… Su legado (pasado y presente) es uno de los principales baluartes con los que cuenta la capital en el extrajero. Empero, el arte, la cultura y el derecho no tienen el monopolio de la internacionalidad de la Costa del Sol. La gastronomía es otro de los buques insignia con los que cuenta el Mediterráneo andaluz. En este caso, representado a través de Alba González, la chef que ha preparado gazpachuelo malagueño para la primera dama de Islandia.
¿El motivo de su viaje a Reikiavik? Ser una de las ganadoras del concurso ‘Escuelas de Cocina Bacalao’ del país nórdico. En conversación con EL ESPAÑOL de Málaga, esta cocinera de 25 años formada en las aulas de La Cónsula relata su paso por el certamen: “En un primer momento no quería participar, pero me animaron a que lo hiciera porque podía ganar”, destaca.
Junto a su profesor Miguel Núñez Tirado pusieron rumbo a Madrid tras haber sido seleccionada entre los compañeros de la Escuela de Hostelería. Pese al impacto inicial que supone competir contra academias de renombre, como Le cordon bleu, decidió olvidarse del concurso y hacer “lo que mejor” sabe: cocinar. “Me metí de lleno en el plato y dejé de lado el resto”.
Para ello, elaboraron una creación en la que la marca de Málaga coqueteaba con el producto islandés. Algo autóctono acabó adquiriendo un punto de complejidad gracias a la materia prima y la técnica: gazpachuelo de ibéricos con bacalao.
Aunque en este caso, la receta incluye algunas variaciones: “No hemos usado mayonesa, sino la tripa y grasa del pescado y cerdo para emulsionar”. ¿El resultado? “Les encantó a casi todos. Lleva una base de ibérico que a quién no le va a gustar”.
En esta primera edición del CECBI (Concurso Escuelas de Cocina de Bacalao de Islandia) participaron las mejores escuelas de hostelería y turismo de España, Italia y Portugal, con el patrocinio de la institución gubernamental islandesa, Íslandstofa.
Los ganadores de cada país fueron premiados con un viaje a Islandia para conocer de primera mano algunos de sus secretos: “Es un país muy diverso y rico; lo que más me llamó la atención es cómo se centran en promover el producto nacional. Cuidar que todo sea por y para el país, importando lo mínimo posible. Es una apuesta clara por el slow food y el kilómetro cero”, destaca.
Esta visita ha contado con la participación de la ministra islandesa de Alimentación, Agricultura y Pesca, Svandís Svavarsdóttir, la mujer del presidente de la República de Islandia, Eliza Reid, reconocidos chefs islandeses y personalidades vinculadas al sector pesquero, así como medios de comunicación.
No obstante, en esta ocasión, los concursantes fueron los protagonistas de los acontecimientos, ya que tuvieron la oportunidad de visitar los restaurantes y conocer a los chefs más importantes del país, además de compartir con ellos las recetas que fueron premiadas en el concurso: “Me enamoro muy rápido de los sitios; cuando saco algún billete de avión, mi madre siempre me dice que no sea por más de 15 días porque entonces me quiero quedar. Eso fue lo que me pasó”.
¿Qué hay del bacalao islandés? González relata que la experiencia le ha permitido conocer distintas texturas y elaboraciones, pero subraya que no es un producto demasiado utilizado allí: “Casi todo lo exportan. Recurren más al cordero; es muy peculiar porque tiene un sabor ahumado muy suave, más parecido al pavo”.
Incluso se atreve a plantear alguna propuesta en clave local con la denominación de origen de esta república europea: “Tiene mucho protagonismo en Málaga, por lo que podríamos usarlo para hacer un potaje de cuaresma o la clásica ensalada malagueña”, propone.
Un futuro en la restauración
Pese a que su formación se debe a una de las escuelas de hostelería más prestigiosas, la genética también marca el ritmo de los fogones: “Siempre intentaba imitar las recetas de mi madre y mi abuela; les pedía que me dejaran hacer los platos. Nunca me salían iguales, así que intentaba hacerlas mejor”, declara.
La clave de la formación recibida, explica, reside en la especialización conseguida en distintas áreas: “Sabía cocinar un poco, pero era todo nuevo. Nos han enseñado cosas básicas, como la diferencia entre verdura y hortaliza, y otras más complejas, como técnicas de preparación”.
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En julio comenzó sus prácticas en la taberna de Mike Palmer: “Él también fue alumno y hemos podido aprender de todo; entrantes, calientes, elaboraciones propias, postres (una de sus ramas favoritas), recepción de mercancías…”.
Sus retos futuros pasan por seguir estudiando y continuar creciendo en “un mundo infinito”. Ilusionada, asegura que ha elegido la profesión que más le conviene porque siempre quiere más. Ahora, tiene la vista fuera en el acceso a la Universidad. ¿El destino? La gastronomía o la tecnología de los alimentos.