Andan sus señorías municipales un tanto revoltosas estos días. Supongo que no es de recibo incluir a todos los ediles en un mismo rango protocolario (y máxime cuando no es siquiera el que les corresponde), pero la generalización forma parte de los errores cognitivos aceptados en el contrato social.
El pasado miércoles, durante la celebración del Pleno, el Partido Socialista llevó a debate una moción pidiendo que se aportara toda la documentación relativa a las presuntas irregularidades que se podrían haber cometido en la construcción del aparcamiento Pío Baroja. Hasta ahí, todo correcto. Zonas comunes, buena voluntad y una intención general de conocer los hechos. Eso se podría pensar cualquiera que leyera esto con voz solemne. Con voz de consenso.
Pero el Perú, aquí también, se acabó jodiendo pronto. Concretamente cuando llegó el momento de abandonar el guion escrito y dejar a las dotes improvisativas que tomaran los mandos del debate. Salieron los recuerdos del caso Villas del Arenal, las peticiones de dimisión y el archivo de la causa. Y claro, ante ese olimpo de vivencias, el dedo se acaba calentando. A unos para acusar y a otros para hacer la peineta. La peseta, la higa o como quieran decirlo.
Aquello rezumó a patio de colegio, por mucho que la expresión haya sido usada hasta el hastío en los artículos periodísticos. No es el único elemento carente de originalidad en todo esto. Uno puede (uno debe) esperar más de los representantes públicos cuando se encuentran haciendo uso de sus funciones. No me refiero al talante y a la compostura, sino a la búsqueda de fórmulas creativas a la hora de discutir.
Se me viene a la cabeza esa ocasión en la que, según cuentan, Ormiston Channt le dijo a Winston Churchill: "Si yo fuera su esposa, le echaría veneno en el café". A lo que el viejo Primer lord del Almirantazgo respondió: "Si yo fuera su marido, me lo bebería". No conozco la literalidad de la anécdota, pero está tan incrustada en el imaginario colectivo que podemos empezar a darla por válida. Al menos como recurso estilístico.
Por unos minutos eché en falta a una suerte de Winston Churchill resucitado e impregnado del carisma mediterráneo, echándole imaginación a un enfrentamiento verbal que acabó quedando en una riña de acusicas. Me recuerda a aquella frase de Julio Camba: "El español es poco amigo de pensar, pero si piensa no hay otro pensamiento más que el suyo"
Yo la verdad que prefiero estas fórmulas Churchillianas, especialmente pensando (valga la repetición) en los míos, que encontrarán más jugosa la retórica sarcástica que la basta gesticulación. Especialmente a la hora de plasmar lo sucedido en una crónica política.
P.S: Hay algo fascinante en todo esto. Resulta que la señora Ormiston Chant pretendía imponer la ley seca para los ingleses, pero los galanes británicos dijeron que no, que por ahí no pasaban. No descarto entonces que también se hubiera llevado un corte de mangas, una peseta, una peineta o cualquiera de sus formas. La fina ironía también tiene sus límites.