Un día cualquiera, entre semana o al final de esta, una persona decide comprar un boleto del Euromillón. Quizá por costumbre, quizá porque confíe en la suerte, o quizá como una rutina que le permite adentrarse en unos sueños que hasta el momento parecen imposibles de cumplir. Quién iba a decirle a ese individuo, que ese día compró el número que le haría ganar 66 millones de euros de la noche a la mañana.
En Málaga, Begoña Jiménez, propietaria de la Administración San Judas Tadeo desde hace diez años, no cabe en sí de la emoción: "Cuando un boleto es premiado, lo primero que hace la Delegación de Málaga de Loterías y Apuestas es avisar al propietario del punto de venta donde ha tocado". Begoña cuenta cómo al enterarse, los gritos de emoción recorrían cada habitación, cada pasillo de su hogar.
Hoy, al abrir las puertas de su negocio, la sensación no ha sido la misma de siempre. La ha invadido una ola de felicidad y orgullo: la primera, por haber podido dar la oportunidad a alguien de ganar tal cantidad de dinero y posibilidades; la segunda, porque se siente satisfecha de que su establecimiento haya repartido el segundo premio más grande en la historia del Euromillón en Málaga.
"Iría, dos o tres veces al mes, al psicólogo. Es un lujo que no todos nos podemos permitir"
Begoña recuerda cómo hace cinco años se premió otro de sus boletos, esta vez de la Primitiva, valorado en 28 millones de euros, la cifra más elevada de este sorteo repartida en Málaga dentro de esta categoría: "Nosotros somos de repartir premios grandes, nada de cifras pequeñas".
Mientras habla con EL ESPAÑOL de Málaga, el gentío de alrededor sueña y desea en voz alta todo aquello que harían si hubiesen sido ellos los premiados. La trabajadora del establecimiento, Mariló López, no se lo ha pensado al responder: "Lo primero que haría sería ayudar a un montón de personas que son cercanas a mí, intentar solucionar los problemas que tienen y que ahora mismo no pueden resolver". La lotera, asimismo, bromea con la sencilla pero agradable idea de dejar de trabajar si se le diese la oportunidad.
Entre los transeúntes que allí estaban, aguardando a comprar el billete que les brinde la oportunidad de ilusionarse, soñar e imaginar un futuro distinto al que tienen, las respuestas han sido variadas, y en algunos casos, inesperadas. "Yo no desperdiciaría mi dinero en contratar a alguien que me limpie la casa o me cocine, eso se hacerlo yo" dice una de las chicas que en la cola esperaba, llamada Natalia, que continúa: "Me compraría una casa que me encante, otra a mi madre, viajaría por Asia e iría dos o tres veces al mes al psicólogo. Esto último se considera un lujo que no todos nos podemos permitir".
Un anciano, llamado Manolo López, explica que a los 85 años ya no le queda mucho por hacer, pero si tuviese la oportunidad, se aseguraría de que a sus hijos y sus nietos, a su familia en general, nunca les faltase de nada. Además, aprovecharía para comprar una pipa de las antiguas, de las clásicas de coleccionista, para poder fumársela a gusto en un butacón y que su mente divague hasta imaginarse estar viviendo una vida, un largometraje en blanco y negro.
"Lo dedicaría a disfrutar y crear proyectos que me hagan ganar en calidad de vida"
Otros se han decantado por una de las respuestas más habituales: la inversión en inmuebles. Dedicar parte de ese dinero a la compra de casas, pisos o apartamentos para que generen una rentabilidad es uno de los pensamientos más repetidos. Por otra parte, hay personas que, al preguntarles qué harían con un premio que supone tal suma de dinero, se quedan pensativos, obteniendo como respuesta la incertidumbre.
De igual forma, ha habido respuestas como: "Yo invertiría diez millones de esos 66 en una pensión vitalicia y el resto lo dedicaría a disfrutar y a crear proyectos que me hagan ganar en calidad de vida", explica un chico que paseaba por la avenida, en dirección a comprar un boleto que le brinde la ocasión de fantasear con sus futuras posibilidades. "Si sueñas, loterías" es un eslogan que todo el mundo conoce. Sin embargo, nadie cuenta con que un día, esa frase tan escueta, pueda llegar a ser verdad.