El nervio que Arturo Díez Boscovich (Málaga, 1979) despliega cuando salta a la tarima, batuta en mano, no desaparece fuera de los focos. Se puede palpar en cada gesto, en cada palabra que suelta y, sobre todo, en su meteórica carrera. 

Con 44 años, ha dejado su impronta en la Filarmónica de Málaga, en la Orquesta Nacional de España o la Sinfónica de Barcelona. Ha desplegado sus tablas en coliseos como Les Arts de Valencia, el Liceo de Barcelona o Teatro de la Zarzuela. Ha dirigido Los Miserables, Disney in concert o La la land in concert. Le ha puesto música Urubú, el primer largometraje de terror de Alejandro Ibáñez. 

Ahora trabaja mano a mano con Antonio Banderas como director musical del Teatro Soho CaixaBank, donde en los últimos días saltan chispas con los últimos preparativos de los conciertos de Semana Santa de la Sinfónica Pop.  

Es director de orquesta y compositor. Sobre todo compositor, aunque en eso se le vaya la vida. 

Arturo Díez Boscovich, durante la entrevista en el Teatro Soho CaixaBank.

Arturo Díez Boscovich, durante la entrevista en el Teatro Soho CaixaBank. Amparo García

¿Cómo llegas hasta aquí? ¿Fuiste un niño que decía que quería ser director de orquesta y compositor? 

Empecé a estudiar música muy pequeñito, con 11 años y, a partir de ahí, fui ganando bagaje. Tuve una gran influencia musical por parte de mi padre y de mi abuelo, Luis Díez, que fue director del Orfeón Universitario de Málaga. Había un ambiente muy musical en mi familia, así que se puede decir que sí, que había respirado esto mucho y simplemente fui yo el que pedí seguir el camino. Fue algo natural, poco a poco me di cuenta de que lo que más me gustaba era la dirección y la composición más que tocar el piano, que es una cosa que hago pero como herramienta para componer y para estudiar.

¿Qué encontraste en la música para que te cautivara? 

Cuando empecé a estudiar música me encontré con una parte de mí que me gustaba. Digamos que no tenía muy claro a qué quería dedicarme hasta ese momento y cuando empecé a estudiar me sentí a gusto con lo que hacía, me gustaba ir a clase, me gustaba tocar con los compañeros. Además, yo ya por entonces era una persona muy melómana. 

¿Qué música escuchabas de pequeño? 

En mi casa escuchaba sobre todo rock, música electrónica, rock progresivo, Pink Floyd, Jean-Michel Jarre y Mike Oldfield. Luego, con mi abuelo, escuchaba música clásica, también con mis tías que son violonchelistas.  

Has crecido y te has formado influenciado por diferentes estilos. 

Estuve estudiando en un conservatorio elemental antes de pasar al superior, aunque lo que realmente quería lo encontré fuera con un profesor particular. Estudié dirección de orquesta con Miquel Ortega y fue con él con quien aprendí realmente la profesión. También estudié composición con Francisco Martín Jaime, un compositor malagueño que ganó el Premio Reina Sofía. Y, luego, al margen de estos dos maestros, estudié mucho por mi cuenta porque yo creo que hay una parte del músico que tiene que ser autodidacta. La parte de la formación que tiene que ver con analizar partituras, eso lo tienes que hacer solo en casa. 

Eras un adolescente que se tiraba horas y horas entre hojas de notas en vez de en la calle con amigos. 

Totalmente, eso ha sido monotema, las 24 horas del día. 

¿Eras el rara avis de tu grupo de amigos? 

No, porque casi toda la gente con la que me he relacionado tienen vínculo con la música. La verdad es que no he tenido amigos que no sean artistas… Creo que no tengo ninguno. Así gente normal, que no esté relacionada con la música no, creo que porque no me entenderían. Tienen que tener así como un poco un cable pelado. 

¿Hay mucha endogamia en el sector?

Sí, sí, demasiada. Genes cruzados. 

Saliste de España pronto. ¿Qué aprendiste al irte? 

Otra visión, otra manera de ver las cosas. Con Mario de Rosas, en Viena, aprendí mucho del oficio y de sobre todo de la ópera. A partir de ahí dirigí indistintamente tanto música sinfónica como ópera o musicales. Eso es algo raro en mi profesión porque normalmente la gente se especializa mucho en una cosa y yo he hecho de todo: he dirigido a Puccini y luego musicales como Los Miserables o lo que estamos haciendo aquí en el Soho. 

Aunque, mira, yo pienso que en España hay mucho complejo, ¿no? De que el tema de la música clásica no nos pertenece y es una cosa realmente poco cierta porque si tú analizas la música que hay de los maestros de capilla de la Catedral de Málaga del siglo XVII y principios del siglo XVIII y ves que son compositores de un nivel altísimo. Todas las partituras que hay demuestran que ha habido una tradición musical bastante fuerte en nuestra ciudad mismamente.

Arturo Díez Boscovich, durante la entrevista en el Teatro Soho CaixaBank.

Arturo Díez Boscovich, durante la entrevista en el Teatro Soho CaixaBank. Amparo García

¿Hay alguna forma de digerir el éxito tan joven? 

Nunca se está contento, yo creo que la satisfacción en el mundo artístico no viene nunca, uno siempre quiere seguir mejorando lo que hace. Yo sigo estudiando, todavía pienso que tengo cosas que mejorar y estoy en esa búsqueda siempre. Veo grabaciones mías o música de hace muchos años y veo la frescura de la juventud, pero ahora lo hago mejor evidentemente. 

¿Eres muy autoexigente? 

Autoexigente, sí, sí, sí, sí. Soy enfermizamente autoexigente. 

¿Qué reto te queda por conseguir?

La plenitud nunca viene. Yo creo que la plenitud no está relacionada con el trabajo, aunque nunca la he experimentado, me imagino que es un estado ajeno a todo eso, algo que viene de dentro y es con uno mismo. 

¿No has sentido en ningún momento que el éxito te estaba absorbiendo?

No, yo lo que noto es que la música me absorbe demasiado y que ya ni siquiera tengo vida personal. 

Tienes tu yo compositor y tu yo director. 

Ahí está el problema en mi caso. 

¿Cuál es el problema? 

El problema es que la composición necesita aislamiento y muchas horas, más que la dirección, porque una vez que ya adquieres la técnica, estudiar una partitura te lleva tiempo pero no es lo mismo. La composición es una cosa muy de locura, es muy de encerrarte a escribir y no siempre puedes hacerlo. Es más sufrido, es muy absorbente y muy obsesivo, pero también es más gratificante porque es, en cierta manera, una forma de dejar una impronta, una huella en algo. La dirección también lo es, pero es más algo que se lleva el viento. 

¿Te sientes más compositor o director? 

Yo me siento más compositor, siempre lo he sentido Lo de la dirección me encanta y amo mi profesión como director, pero me siento compositor antes que director. Pero bueno, ha habido algunos casos de directores que son también compositores, muchísimos. 

¿Cuáles son tus referentes en ese aspecto? 

Hay dos grandes figuras que son Gustav Mahler y Leonard Bernstein, que han sido compositores y directores. Ellos te animan en momentos que uno ya piensa que va a desfallecer porque ves que hay gente que ha podido llevarlo o compaginarlo.

¿Crees que ese sacrificio el público lo aprecia? 

Creo que no, pero que no debe hacerlo. El sufrimiento tiene que estar con el artista, es como el deportista de élite: la gente que ve un partido de fútbol no piensa en las horas de entrenamiento, va a divertirse. En el caso de la música es algo muy parecido y así debe ser. El público no tiene por qué entenderlo, ni se pretende. 

¿Pero sientes que se valora tu trabajo como director en una orquesta? 

Ahora ha habido una polémica con una entrevista con Ara Malikian. El violista comentaba algo así como que los directores eran todos como músicos frustrados, solistas frustrados. Una cosa tremenda. A mí me molestó mucho porque sí, parece que un tío ahí con la batuta no hace mucho, como que es más bien algo coreográfico y ya, ¿no? Pero es una profesión difícil y que requiere de muchas cosas. Para empezar, el nivel de exigencia debe ser alto con uno mismo y con los músicos que te rodean. Hay que intentar sacar lo mejor de ellos, aunque, por supuesto, también hay músicos con los que es imposible. Es una profesión complicada por el trato humano, que no es fácil. 

Arturo Díez Boscovich, durante la entrevista en el Teatro Soho CaixaBank.

Arturo Díez Boscovich, durante la entrevista en el Teatro Soho CaixaBank. Amparo García

¿Cómo describirías la misión de director? 

La misión del director es intentar revivir una obra que ya está escrita. El lenguaje musical tiene sus deficiencias. No todo se puede plasmar en una partitura y de ahí vienen precisamente los problemas y la justificación de mi profesión. Uno tiene que tratar de traducir todo lo que hay escrito y poner sonoramente en pie la obra que va a dirigir. En este caso, el autor siempre es lo más importante. Los intérpretes están muy bien, los directores también, pero lo más importante en la música son los creadores, a ellos nos debemos cuando representamos. Uno tiene que intentar pensar con la mentalidad de un compositor y analizar la partitura y luego ser lo más respetuoso posible, lo más fiel posible no a la partitura, porque eso es una estupidez porque es un medio imperfecto, sino al espíritu de lo que el compositor quiso trasladar en esa obra.

 Horas de estudio y mucha mano con componente humano. 

Sí, dicen que yo soy un poco duro, pero es que yo exijo a los demás lo mismo que me exijo a mí mismo. 

Pero has dicho que te exiges mucho.  

Sí, sí, pero no es una actitud de condescendencia, realmente soy igual de exigente conmigo que con ellos porque de lo que se trata es de dar lo mejor y de hacer lo mejor y de conseguir resultados artísticos. Porque tocar de arriba abajo una obra casi todo mundo puede hacerlo. Lo interesante es ir un poco más allá y poder intuir las cosas que el compositor quiere decir con la obra.

Aceptas entonces que te tachen de ser una persona dura. 

Ah, sí, lo tengo asumido. 

¿Qué hay de la parte del compositor? 

Es lo contrario del director. El director es hacia afuera y el compositor, hacia adentro. 

¿Cómo describirías ese proceso?  

Yo he ido cambiando a lo largo del tiempo porque lo vengo haciendo muy intensamente en estos últimos años. Ahora mismo tengo cierta facilidad para encontrar cosas que quiero, pero a la vez intento ir un poco más lejos y eso es lo que te lleva precisamente a darle mucha vuelta a las cosas. 

¿Qué buscas cuando te sientas a componer?  

Lo primero, que me guste a mí mismo. Todo compositor busca hacer la obra que a él le gustaría escuchar, en eso se basa la composición y de ahí viene el problema, porque el listón está muy alto en compositores que escuchas o que te gustan o que son tus referentes. Es complicado pero a la vez es satisfactorio cuando la obra cobra vida y se interpreta. Entonces compensa, compensa con creces.

¿Dónde buscas la inspiración? 

No sabría decirte. Influencias tenemos todos, de cero nadie ha creado nada. Todos vamos sobre hombros de genios. Además, en la música hay mucha cosa ya inventada, casi todo está inventado, pero dentro de eso intento tener mi propia voz. 

Desde pequeño hasta tu trabajo actual has ido mezclando ópera con musicales, la sinfónica con música de película. ¿Cómo te describirías dentro de toda esta amalgama de ámbitos? 

A mí es que me parece lo mismo. Por eso me sorprende mucho cuando veo a la gente de la profesión que ve como una música menor la música de cine. Yo es que lo veo igual. No veo que una obra de John Williams sea peor que algo de Puccini y al revés. Hay música considerada ligera que es maravillosa y música considerada culta que realmente es aburridísima y está muy mal hecha. 

¿Hay prejuicios o desconocimiento?

Hay prejuicios porque el mundo de la música clásica sigue anclado al principio del siglo XX, como muy tarde, finales del siglo XIX diría yo. Tanto el público como los propios músicos. La gente tiene un chip muy antiguo y muy cerrado, pero, en fin, todo esto viene también de los conservatorios, donde siempre hay un olor a naftalina que tira para atrás. 

¿Qué hace falta para cambiarlo? 

¿Detonar todos los conservatorios? [Risas] No, no sé cuál es la solución realmente. Hay mucho prejuicio de lo que es como elitistamente bueno y lo que no lo es, ¿y eso quién lo decide? Es un poco absurdo, a mí me parece una tontería. Hay canciones de Alan Menken que son mejores que algunas sinfonías del siglo XVII. No todo lo que hay clásico es bueno: hay cosas maravillosas y cosas insoportables.  

Arturo Díez Boscovich, durante la entrevista en el Teatro del Soho.

Arturo Díez Boscovich, durante la entrevista en el Teatro del Soho. Amparo García

Además de prejuicios, ¿crees que la música clásica se ha vuelto también elitista, lejana a la cultura popular? 

Claro, hace muchos años que la música clásica es una especie de museo anquilosado, donde nada ha evolucionado. Los conceptos siguen con los mismos protocolos, no se puede aplaudir entre movimientos. ¿Tú crees que es normal que al público se le imponga dónde aplaudir? ¿Eso quién lo puede soportar? Pero, claro, yo formo parte de ese engranaje. 

Pero desde dentro tienes el poder de ir cambiando cosas. 

Sí, he intentado hacer todo lo posible, pero cambiarlo va a ser complicado. Desde luego, yo en mi vida personal como músico sí que lo intento, pero cambiar el protocolo es muy complicado.  Es una cosa que evoluciona muy lentamente. Por ejemplo, la mayoría de orquestas tocan música ya de hace muchísimos siglos y poca de compositores de ahora. ¿Por qué? Muy fácil: porque los compositores de ahora, casi todos los que han hecho música contemporánea han hecho un lenguaje que ha alejado al público de las salas de conciertos. Han creado un lenguaje incomprensible hasta para ellos mismos, que es música supuestamente moderna, atonal, que no tiene ningún sentido. 

¿Crees que han sido los propios compositores quienes se han ido alejando del público? 

Claro, desde principios del siglo XX, desde la escuela de Viena, los compositores intentaron romper la tonalidad, buscar un nuevo lenguaje, pero el resultado no conectaba con la gente Imagina un concierto para clarinete y cinta electromagnética, una hora escuchando eso. Te quieres morir, eso no le gusta a nadie, ni al compositor que lo ha hecho.  

Tienes una visión bastante disruptiva. ¿Cómo lo plasmas en el Teatro del Soho? 

Este teatro es una maravilla. Lo que se hace aquí es una maravilla. Antonio y yo tenemos una forma de pensar bastante parecida, si no exactamente igual. Con él tengo una conexión maravillosa y nos entendemos a las miles maravillas. Este teatro, como él dice, es su teatro y eso es lo que me encanta. Una de las mejores cosas que me ha pasado en mi vida es conocer a Antonio y formar parte del Teatro del Soho. Su iniciativa de tener una orquesta propia me parece muy valiente y muy atrevida y el discurso artístico-musical que se ha hecho aquí muy interesante, muy bonito y muy pasional. No he visto a una persona que se deje más la piel en el escenario cada día como Antonio, es impresionante, una persona fogosamente creativa, un no parar. Tiene una capacidad infinita, nos va a enterrar a todos. 

¿Hay una brecha grande entre esto y el público jóven? 

Puede ser.  En Málaga la tradición de asistir a conciertos no tiene tantos años, se ha ido haciendo con el tiempo, pero me encantaría saber que hay gente que se aficiona a venir aquí al teatro, a venir a conciertos. 

En alguna entrevista hablaste hace años de los prejuicios de Málaga como destino de sol y playa.

Cargamos con ese sambenito y no es verdad. Aquí la ópera tiene su público y es una ciudad que tiene actividad artística. Málaga es una ciudad en la que hay de todo, pero es verdad que la gente piensa que estamos aquí todo el día tomando sol.  

¿Y en ese sambenito tienen algo que ver el modelo de ciudad basado en el turismo? 

Yo creo que hay una gran parte de la ciudad que está dedicada a eso y entiendo que es una de las formas de entrada económica, pero se me escapa un poco la actividad que se realiza para fomentar la parte cultural. 

¿Puede Málaga morir de éxito? 

Morir ahogada entre la feria y el turismo sí [risas]. Pero, mira, creo que es algo que los que somos y vivimos en Málaga pensamos que va a ocurrir pero que igual no ocurre nunca. Una de las gracias de Málaga es que es capaz de convivir con eso [el sector turístico] y también con representaciones operísticas.  

La última: ¿qué tienes en tu lista de Spotify?  

Uy, pues yo es que no lo uso, yo uso Tidal. No me gusta el sonido de Spotify. Y tengo de todo, de todo de un género concreto, que es sinfónico.  

¿No escuchas a Bad Bunny?  

No sé qué es. ¿Bad Bunny no es un conejo? 

¿Rosalía? 

Sé quién es, pero no he escuchado una canción suya nunca. 

¿Nunca has escuchado una canción de Rosalía?

A lo mejor en la tele, no sé. 

Pero ves poco la tele, ¿no? 

Pues no, no la he escuchado nunca. Quizá en la calle, de manera indirecta, pero eso no es escuchar música.