Once años tenía cuando colgué por primera vez una túnica en casa. Recuerdo aquella tarde en el patio de la cofradía como si fuese ayer. Los nervios, la ilusión y el peso de la bolsa cargada de camino a casa. Esa misma tarde se la enseñé a mi abuela y jamás olvidaré sus ojos llenos de felicidad.
Un día fui una niña entre filas nazarenas y desde entonces tengo cada noche del Jueves Santo una cita ineludible.
Y es que somos eso; eslabones que se engarzan con desvelos, esfuerzos, anhelos y amor a la historia del Nazareno del Paso y la Virgen de la Esperanza.
¡Cuántas historias! ¡Cuántas personas! Y un único punto común en los caminos de la vida.
La significación de esto; algo que nos configura, que nos modela y nos hace ser quienes hoy somos, es tal que marca los días y el calendario de nuestras vidas.
Esta que escribe sabe bien eso de “modelar” y “configurar” la vida en torno a esto. Y es que si de algo mi familia no sabía era de cofradías. La certeza estaba marcada en rojo en el calendario; el Jueves Santo.
Siempre he pensado que en esto de “las Cofradías” mis padres siempre han debido de preguntarse: “¿Y esta niña de dónde nos sale ahora con esto?”.
¿El culpable? Mi abuelo paterno, al que la vida y la enfermedad no quisieron que yo recordase. Él dejó un legado – ¡y qué importante son los legados familiares! – él sembró, quizá pensando que esto de tener a la Virgen en la vida era lo mejor que podría dejarnos. Y vaya razón tenía, vaya Madre nos dejó.
Siempre me ha encantado escuchar hablar de él; una persona trabajadora, casado con la mujer más buena del mundo y un enamorado de su Virgen de la Esperanza.
Corrían los años 40 cuando, haciendo la mili, le pudo el sueño mientras hacía guardia. Al llegar el relevo lo encontraron dormido, acusándolo de falta grave y al verse a las puertas de un tribunal que lo juzgase se encomendó a la Virgen de la Esperanza.
Le prometió ponerle su nombre a la primera hija que tuviese, como agradecimiento. Y así fue. Mis abuelos se casaron en la Iglesia de Santo Domingo, con la Virgen de la Esperanza como testigo. Poco tiempo después nació su primogénita, una niña, y mi abuelo no dudó en ponerle Esperanza. Desde entonces, mi familia ha estado ligada a la Virgen y al Nazareno, sin faltar ni un solo año el Jueves Santo.
Como mi abuelo llevó a mi padre, mi padre me llevó a mí. Y parece que entonces la semilla archicofrade floreció y fui la primera de mi familia en entrar en la nómina de hermanos. Cada vez que me dicen que mi abuelo estaría contento de ver cómo he continuado cerca de la Virgen, a mí se me alegra el corazón.
Y yo segura de que mi abuelo Paco ve bien desde el cielo todo lo bueno y bonito que me ha dado la Virgen, feliz de saber que no hubo mejor herencia en vida que la de ser esperancista, ni mejor tierra fértil para sembrar la semilla archicofrade que la de su familia.