El viernes y sábado pasado, el Centro Cultural de la Malagueta fue por primera vez sede del festival anual Jane’s Walk. En esta ocasión la psicóloga Adriana Linde, que lleva celebrando este acontecimiento en Málaga desde el año 2016, presentó la visita titulada Los árboles NO nos impiden ver la ciudad, para celebrar un paseo por el monte Gibralfaro al día siguiente, con todos aquellos que quisieron unirse.
Acudo con frecuencia a las conferencias del Centro Cultural de la Malagueta que tiene una programación absolutamente fabulosa, así que ser invitada a contextualizar la figura de Jane Jacobs, para a continuación dar paso a Adriana Linde para que explicase en qué consiste el festival, fue para mí un inesperado y gran regalo.
Jane, que nació en 1916 y murió en 2006 con 90 años, fue una activista que se hizo famosa por paralizar en los años 60 el proyecto del ingeniero Robert Moses sobre el barrio de Greenwich Village de Manhattan. Éste era un distrito central bien situado y con una estructura urbana de media densidad y mezcla de usos, que estaba degradado… o así lo entendían quienes propusieron demolerlo para trazar un tramo de autopista por encima y construir nuevos edificios de viviendas más modernos y más altos.
Aunque Jane no fue la primera en denunciarlo, sí fue la más perseverante en la lucha y la que consiguió concienciar a la sociedad de su tiempo sobre el valor de la diversidad urbana y de la sociabilidad que se da en los barrios caracterizados por la complejidad urbana.
Es decir, aquellos barrios donde hay personas paseando por las calles, comercios a cuyos tenderos saludas, espacios públicos de calidad para conversar con los vecinos y vecinas, y ventanas y balcones llenos de ojos y oídos que hacen de las calles espacios seguros. Esto es algo que ahora nos suena bastante, porque el lenguaje de la vida hace tiempo que pasó al escenario de lo técnico y de lo político. Pero no siempre fue así.
Durante la primera mitad del siglo XX, el modelo urbano que se proponía era el de ciudades que funcionaban como máquinas, en las que la segregación de usos era la base de una organización espacial en la que el coche era el protagonista del espacio público. Hoy nos escandalizamos de este modelo, pero debemos recordar que la ciudad a la que esta propuesta pretendía dar respuesta era la ciudad industrial del siglo XIX en la que las fábricas, y toda la contaminación que producían, convivían con barrios obreros llenos de viviendas hacinadas sin infraestructuras ni servicios.
Para evitar que las personas que acudían a las ciudades a trabajar muriesen de enfermedades vinculadas a la falta de higiene y a la contaminación, era necesario separar el tejido industrial del tejido residencial, y para conseguir que cientos de miles de personas llegasen desde los barrios de viviendas a las fábricas a la misma hora, la única opción era favorecer el transporte en coche, para lo cual eran necesarias grandes infraestructuras de comunicación como las autopistas. Es decir, que el pobre Moses no hacía más que lo que se había dicho que había que hacer para que la ciudad fuese un lugar mejor.
La cuestión es que el mundo nunca para, y lo que en un momento dado es una solución a los problemas de ese momento histórico, en la siguiente etapa puede convertirse (y con frecuencia lo hace) en el problema a resolver.
No lo sé, porque no viví en el mundo de los años cincuenta, pero me imagino que para esas personas nacidas en el albor del siglo XX que no habían conocido más que la pobreza del campo o la miseria de una ciudad hacinada y llena de hollín, vivir en una casa con habitaciones amplias, ventiladas, con cuarto de baño y con un jardín en el que respirar aire puro mientras ves jugar a tus hijos, era un gran logro social e histórico, aunque eso supusiese pasar más de una hora en el coche para acudir a las zonas de la ciudad donde estaba las fábricas o las oficinas.
Las mujeres que después de la Segunda Guerra Mundial se vieron relegadas al ámbito doméstico, cuando los hombres volvieron de la contienda y quisieron recuperar los puestos de trabajo que ellas se vieron obligadas a ocupar para que la economía no se parase, empezaron a experimentar la parte negativa de un modelo que a priori no parecía tan perverso. Vivir aisladas en barrios residenciales sin comercios, ni calles llenas de gente, ni espacios culturales ni de relación, empezó a pasar factura en aquel modo de vida tan idílico.
De repente, barrios como el Greenwich Village, en plena isla de Manhattan, con un modelo muy parecido al de la ciudad mediterránea compacta que todos conocemos, empezó a ser concebido como un espacio generativo de un modo de vida mucho más interesante que el de los barrios suburbiales. En lugar de espacios degradados, algunas personas empezaron a ver este tipo de barrios como espacios de oportunidad. Y ahí entra Jane Jacobs, que desde su tribuna periodística comenzó a hacer ver la importancia de este modelo de ciudad y a denunciar la agresión de las propuestas de renovación urbana propias de aquella época.
Lo importante para mí en este caso no es la lucha entre el ingeniero al servicio de la administración de Manhattan Robert Moses, y la activista sin estudios Jane Jacobs, sino el modo en que emergen nuevos problemas sobre la base de soluciones anteriores, y la lucidez de quienes se anticipan a identificarlos.
Creo que tendemos a pensar que nuestra carrera, sea lo que sea aquello por lo que corramos, tiene un final y que después descansaremos. Es el modelo lineal de la cosmología occidental en el que todos hemos sido educados directa o indirectamente. Creemos que con nuestras propuestas urbanas o con nuestros proyectos vitales, llegaremos a un punto final en el que conseguiremos el éxito, la paz o la estabilidad deseada. Yo al menos, soy hija de esta educación y particularmente me ha costado toda una vida entender que soy un animal y que como tal, no hay nada seguro excepto que me moriré en algún momento.
Los animales saben que sólo podrán descansar y no tener que estar pendientes de cazar o ser cazados cuando bajan al río a beber agua. El resto del tiempo tienen que estar buscando alimento o pendientes de no convertirse en él.
Lo mismo pasa con la ciudad. Las medidas que se proponen van a tener muy poco recorrido exitoso. Si ocurriese la extraña situación de que acertásemos a la primera, el recorrido del éxito de la propuesta que hagamos será muy corto, porque lo que planteamos como solución, es muy posible y hasta probable que mañana sea causa de nuevos problemas.
Esta es la razón por la que muchas ciudades que llenaron sus centros de aparcamientos públicos, los están quitando porque ya no quieren que nadie entre en esos ámbitos tan limitados a los que todos queremos ir, ni siquiera aparcando bajo tierra. Considerando que en la actualidad somos el doble de personas en el mundo que hace 50 años, esta limitación parece inevitable.
El valor de Jane Jacobs para mí, no solo consiste en haber iniciado el proceso del cambio por el cual el lenguaje de la vida ha pasado a ser parte de la disciplina urbanística o del debate social e incluso político. El valor de Jane Jacobs es que lo hizo desde la periferia.
Jane comenzó muchos estudios pero no acabó ninguno. Sin embargo escribió Muerte y vida de las grandes ciudades, uno de los libros más relevantes para cualquier urbanista que se precie. También escribió sobre economía urbana cuando esta disciplina estaba en pañales.
En su libro La economía de las ciudades habló por primera vez de la importancia de las ciudades como motores económicos basados en la diversidad y la interconexión, y de los beneficios que este hecho tenía para empresas y trabajadores si se fomentaba la proximidad y la colaboración. Algo que tenemos muy claro ahora; la clave está en saber que ella publicó estas ideas en 1969.
Sin haber acabado ningún estudio formal, Jane Jacobs ejerció de periodista, urbanista reconocida y economista urbana, con tal impacto que el primer fin de semana de mayo (al igual que el día de la madre) se celebra en todo el mundo un festival en su nombre.
Hay un hecho de la vida de Jane sobre el que me gustaría poner el foco. Tal y como informa la Wikipedia, Jane estudió en la Escuela de Estudios Generales de la Universidad de Columbia durante dos años, cursando asignaturas de geología, zoología, derecho, ciencias políticas y economía. Era una mujer proclive a las conexiones libres de ideas que no encontró en la educación formal el cauce adecuado para desarrollarlas. Ella escribió, al respecto de esta etapa:
"Por primera vez me gustó la escuela y por primera vez tuve buenas notas. Esto fue casi mi perdición porque después de haber cosechado, estadísticamente, un cierto número de créditos me convertí en propiedad del Barnard College en Columbia, y una vez que fui propiedad de Barnard tuve que estudiar, al parecer, lo que Barnard quería que estudiara. No es lo que quería aprender. Afortunadamente, mis notas en el instituto habían sido tan malas que Barnard decidió que no podía pertenecer a él y, por lo tanto, se me permitió continuar eligiendo mis estudios."
Mi epitafio para Jane Jacobs rezaría así: “Jane Jacobs, la mujer inquieta que para desarrollar las ideas necesarias para poner en valor el lenguaje de la vida en el urbanismo y la economía urbana, tuvo que salir de la universidad para poder crear el gran legado que ahora se estudia en ella.”
No dejen de googlearla. Encontrarán mucha inspiración en ella.