Nació el sol, nació la luna, y poco más tarde nació la lluvia para marcar el tiempo del movimiento. Nació el cuerpo y vio girar a la Tierra. Le gustó, y lo intentó. Giró, giró y giró. Pero cayó. Fue consciente así de que necesitaba practicar. Fue consciente así de que tocar el aire era sencillo, a pesar de que sentirlo en la piel llevaba tiempo. Se dejó deslizar entre las gotas de la lluvia, y permitió que estas resbalaran por su piel. Ahí, justo ahí, descubrió lo que era sentir. Y nació la danza.
“Mamá quiero ser bailarina”. Cuatro palabras mágicas y un camino de felicidad. La puerta del conservatorio de danza de Málaga permanecía abierta durante todo el día. Cada media hora una oleada de niñas y algún que otro chico hacía su aparición. Las medias rosas y los moños eran cubiertos por mochilas que superaban el tamaño de algunos de los cuerpos. Corrían sonrientes, y algún que otro día algo cansadas, sobre todo aquellas de más edad. Más años, más sacrificio. Aunque también mayor satisfacción.
“Hay muchas trabas en el camino, pero el camino hay que recorrerlo”, refuerza Cecilia Montenegro, bailarina y profesora del conservatorio. “Nosotros no formamos bailarines, antes formamos personas, y por consecuencia formamos bailarines”. Porque de eso depende: de mantener la constancia, de trabajar duro, de no rendirse y perseguir los objetivos, pero sobre todo de disfrutar de una profesión vocacional que te transforma, que te hace progresar admirando al otro.
Como dice Cecilia a sus alumnas: “Para llegar a ser una gran estrella hay que tener siempre en cuenta al prójimo, admirarlo, nunca envidiarlo. La competencia debe ser con uno mismo, no con los demás”. En la danza estas palabras no se las lleva el viento, se quedan adheridas a los pies, para que cuando los talones tocan el suelo la fuerza las lleve dentro.
“Quiero sentirme libre bailando, expresarme moviéndome, quiero levantarme por y para bailar. Vivir para bailar. Quiero ser yo misma”, expresa Sara García, alumna de danza contemporánea del conservatorio de Málaga, que con solo doce años ya tenía claro su objetivo. La danza contemporánea es una técnica donde el bailarín se expresa con su cuerpo utilizando los distintos niveles espaciales, haciendo uso del suelo como un elemento más, explorando el espacio. Es una técnica específica que parte de la disciplina del ballet clásico, pero que rompe con algunas limitaciones de este.
Sara García, Iriel López y Paula Vera son algunas de las muchas niñas que llevan a cabo su carrera dancística en la provincia malagueña. Se levantan cada mañana, van al instituto, llegan a casa y comen rápido para volver al conservatorio un día más y ensayar hasta que la luna sale. Una media de tres a cuatro horas diarias. Y la salida de la luna no las salva de las tareas al llegar a casa. “Llevar el instituto y los estudios del conservatorio a la vez a veces me cuesta mucho, depende del momento. Sin embargo, repetiría ochocientas veces y eso es poco”, se sincera Paula.
Clase tras clase, hora tras hora, ensayo tras ensayo. Y según las profesionales, la danza sigue sin valorarse como se merece. “Creo que los bailarines deberían unirse, y que eso no sucede. Debemos dar el golpe en la mesa, unirnos y trabajar todos para que reconozcan nuestro trabajo y sacrificio”, así lo percibe Cecilia Montenegro, y así lo perciben las niñas que ponen todas sus ganas en luchar por su sueño mientras ven cómo la gente de alrededor no le da verdadera importancia a lo que hacen. Aunque pese a todo, ellas continúan.
"La gente no valora lo que hay detrás de un espectáculo de danza, porque no se informa del tema, porque no está visibilizada. Porque lo consideran fácil y no un trabajo”, Sara dice esto último y en la mirada se le refleja el coraje, que baila alrededor de ella. Es cierto que se ha avanzado mucho en los últimos años, los bailarines y bailarinas pelean por su profesión, y ahora a través de las redes son muchas más las demostraciones de su trabajo. Aun así no es suficiente. Son muchas las veces que preguntan a estas niñas: “Pero, ¿qué vas a estudiar?”, a lo que ellas ya no saben qué responder, porque lo dijeron en alto y lo repiten con y sin música de fondo: “Quiero ser bailarina”.
Laura Lizcano es profesora de contemporáneo en el conservatorio, y no son pocas las veces que ha repetido a las estudiantes: “Bailar duele”. Y tampoco son pocas las veces que las alumnas han llorado a causa de la frustración. La danza tiene un trabajo técnico muy específico, requiere mucha condición física y conciencia corporal. “No obstante, la técnica en el caso del baile es un medio, no un fin en sí mismo. Es un medio para la expresión”, dice la bailarina Cecilia Montenegro. En eso se diferencia del resto de deportes, en los que la técnica sí es el fin.
Duele. Duele y mucho. Pero eso solo lo saben quienes lo viven, porque ahí reside la belleza. Cuerpos que expresan, que sienten, que transmiten y conmueven. Cuerpos que aparentan ser marionetas idealizadas ante focos de colores. Por eso es arte. Aunque la realidad es diferente. La realidad es que esos profesionales ensayan día a día para desarrollar capacidades físicas y mentales capaces de provocar emociones en quienes los ven. La realidad es que “bailar duele”, solo que más duele no hacerlo si lo que quieres es dedicarte a ello.
“Bailar te cura, por un momento eres otra persona distinta. Es como tener dos vidas”. Sara García admite que se estresa bastante al estar tan ocupada y que los problemas se multiplican por dos al estar en el conservatorio además de en el instituto. “Piso mi casa para comer, me voy, me recogen, llego y ceno, hago la tarea y me duermo; y en el fin de semana hago más tareas. No tengo vida social. Es vivir entregada al baile, pero a tope, aquí seguimos”, se ríe y Paula e Iriel le siguen la gracia mientras asienten. “Así es, si te gusta de verdad, te sacrificas”, refuerza Iriel López.
Cuatro años de enseñanzas elementales, seis años de enseñanzas profesionales y cuatro más para superiores. Y aún se sigue cuestionando la danza como estudio y profesión. “La danza debería estar mucho más protegida. Málaga tiene una movida cultural muy fuerte, con un movimiento de danza muy bueno, aunque como en todas partes, debería de haber más apoyo”, Cecilia da voz, porque ella vive dentro de este mundo y porque además trabaja con las nuevas generaciones de artistas.
El Conservatorio Profesional de Danza Pepa Flores, de Málaga, abre sus puertas cada día a más de 500 alumnas y alumnos que persiguen un mismo sueño: bailar. La danza contemporánea es una de las cuatro especialidades que imparte el centro, siendo las otras tres: clásico, danza española y flamenco. Como dice Montenegro, agarrada a su experiencia: “Todas las técnicas van de la mano”. Porque el baile es eso, unión, en todos los sentidos.
Son las seis de la tarde. La puerta del aula dieciocho está entornada, la música suena. Trece cuerpos: doce chicas y un chico. El ritmo es propio de un ritual, y las bailarinas permanecen de rodillas en el suelo. Mueven los brazos marcando una secuencia, sin un compás fijo. Se escuchan entre ellas, perciben sus respiraciones, sus movimientos. Conforman una burbuja, y la unión las mantiene flotando. En equilibrio. Danza contemporánea en su plena esencia, porque reflejan en sus ojos lo que transmiten con sus cuerpos, y porque ofrecen con sus cuerpos todo aquello que provoca luz en sus ojos. Porque para ellas bailar contemporáneo es eso: libertad.
“Si de verdad te gusta bailar se convierte en tu forma de vida, es lo que hace que te levantes cada mañana, para mí es eso”. Paula Vera formaba parte de esa burbuja humana del aula dieciocho, y le brillan los ojos cuando declara su verdad. “Cuando bailas y algo te sale bien, te da la mayor sensación de satisfacción que te puede dar en la vida”. Sara García es otra de las trece alumnas que bailaban esa tarde mientras flotaban. Si algo tienen en común estas bailarinas con el resto de sus compañeras, y con el resto de alumnado del conservatorio, es que son felices bailando. Cierto que hay días que entran con cara de cansadas por la puerta principal, no obstante, a la tarde siguiente vuelven a ir. Y a la siguiente, también.
No son los estudios más valorados, ni la profesión mejor reconocida, pero tiene algo que vale más que todo eso: hace feliz a toda persona que se dedica a ello.
- Bailar es como estar en un espacio paralelo al mundo exterior, admite Paula mirando a Sara.
- Es como tener dos vidas, Sara mira también a su amiga, a quien sonríe cómplice de su pasión.
El Conservatorio Pepa Flores cierra a la noche. Porque sale la luna, y las alumnas tienen que hacer esas tareas que no han podido hacer a lo largo de la tarde. Cierra también porque es ese el momento en el que las estudiantes sueñan con los ojos cerrados. Iriel López sueña con ser coreógrafa para expresarse a través de otras personas, Paula Vera quiere bailar por el mundo e influir, Sara García lucha por crear algún día su propia compañía, y cada niña tiene un sueño guardado en un corazón que danza.
Cecilia Montenegro entra al aula, entorna la puerta y pone la música. Pide a sus alumnas que improvisen siguiendo unos patrones dados. Y todas acaban en el centro de la clase.
Se mueven con delicadeza sin tocarse la piel pero tocándose el alma. Se miran, se escuchan, se bailan. La canción acaba y se escucha cómo respiran: con fuerza. Con la misma fuerza que persiguen sus sueños, esos que un día comenzaron con un: “Mamá quiero ser bailarina".
María Cabello es estudiante de la facultad de Periodismo en la Universidad de Málaga y participa en la sección La cantera periodística de la UMA a través de la cual EL ESPAÑOL de Málaga da su primera oportunidad a los jóvenes talentos.