En uno de cada cuatro hogares de Málaga hay una persona que vive sola. La mayoría de ellas son mujeres, tienen menos de 65 años y están en pequeños municipios. En total, son 178.081 personas que, de forma voluntaria o no, viven sin compañía. 41.841 más que hace tan solo una década. Y, según apuntan las previsiones, cada vez serán más: para 2035, el INE vaticina que cerca de uno de cada tres hogares será unipersonal.
En España, son más de cinco millones las personas que viven solas, un número que representa el 26,97% del total de los hogares del país. En Andalucía, son 823.848, el 25,4% y, de ellos, dos de cada diez residen en Málaga, según las últimas cifras del Instituto Nacional de Estadística referidas a 2021.
La provincia es la que más hogares unifamiliares tiene en toda la comunidad autónoma aunque, en proporción, se coloca por detrás de Granada (28,97), a un punto y medio por encima de la media andaluza, a una décima de la estatal y a 4,49 puntos por encima de las cifras de 2011.
Esta proporción varía sumamente al estrechar la perspectiva y colocar la lupa sobre cada uno de los municipios malagueños. La estadística únicamente recoge datos de aquellos que cuentan con más de 50.000 habitantes, pero la lista es suficiente para apreciar las diferencias.
En la capital, 54.869 personas viven solas. Los hogares unipersonales representan el 25,14 del total, una cifra por debajo de la media que solo comparten otras dos de las ocho localidades analizadas: Estepona (25,88) y Mijas (25,89). En las demás, el volumen de viviendas en las que reside solo un malagueño se dispara hasta el 34,85% de Torremolinos. En concreto, en Benalmádena representan un 32,15%, en Fuengirola un 31,11, en Marbella un 27,22 y en Vélez-Málaga un 26,91.
Las cifras de estos grandes municipios costeros están muy por encima de la media, pero en general son los pueblos más pequeños de la provincia donde se encuentran más viviendas con una sola persona. El número de habitantes actúa casi de forma inversamente proporcional al de viviendas unipersonales; es decir, cuanto más menos personas tienen, más viven sin compañía.
La estadística del INE no permite conocer el dato pueblo o pueblo, pero sí da una idea general en base al número de residentes. En aquellos municipios, con más de un centenar de habitantes y menos de 500, el 40% de las personas viven solas. En los que llegan a los 1.000, son el 38,11%.
La mayoría de estas personas tienen menos de 65 años, en concreto, el 61,38%. En esta franja de edad, son más hombres (62.502) que mujeres (46.807), en cambio, entre los más mayores, quienes superan los 65, son más ellas (46.575) que ellos (22.197).
En todos estos casos se entremezclan aquellas personas que eligen voluntariamente vivir sin compañía con aquellas que lo hacen por no tener alternativa. Muchas de estas últimas sufren lo que los expertos vienen llamando la “soledad no deseada”, una situación muy diferente al hecho de estar aislado y que sufren aquellos que tienen “menos relación social de la que le gustaría” o vínculos afectivos que “no le ofrecen el apoyo emocional que desea”.
Según el informe Loneliness in the EU. Insights from surveys and online media data publicado por la Comisión Europea, el 18,8% de la población española padeció soledad no deseada durante los meses de la pandemia, entre abril y julio de 2020. Pero esta realidad no se circunscribe solo a situaciones de emergencia.
Otro informe, en este caso fechado en 2021 y publicado por la Organización Mundial de la Salud (OMS), apuntaba que entre el 20% y el 34% de las personas mayores en China, Europa, América Latina y los Estados Unidos se sienten solos.
Este tema lleva siendo objeto de investigación médica desde hace años, a pesar de que ocupa un lugar muy discreto en el debate público. Los científicos se han encargo de poner negro sobre blanco los perjuicios que la soledad tiene en la salud. Según alguna de estas investigaciones, este sentimiento eleva alrededor de un 30% el riesgo de mortalidad e incrementa la posibilidad de sufrir enfermedades cardiovasculares, ictus, demencia o depresión.
Ante esto, en algunos países se han activado las señales de alarma y han comenzado a tomar medidas. Reino Unido, por ejemplo, impulsó en 2018 una Secretaría de Estado para la soledad. La entonces primera ministra, Theresa May, reivindicó esta iniciativa para hacer frente a ese sentimiento y ayudar a sus ciudadanos a construir “relaciones más sólidas”. Tras la pandemia y ante el preocupante número de suicidios, Japón siguió este ejemplo y creó en 2020 un Ministerio para la Soledad.