Si el diccionario asignara una imagen para definir las palabras que lo conforman, junto al término "solidaridad" aparecería una fotografía de Marisa y Gema, dos madres malagueñas que ponen su granito de arena abriendo sus casas a los niños que lo necesitan mediante el acogimiento familiar. Lo practican desde hace, prácticamente dos décadas y, en estos años, han vivido todo tipo de situaciones. En el caso de Gema, incluso la muerte de una de las bebés en paliativos que acogió. Aún recuerda el dolor tan fuerte que vivió tras aquella pérdida que le es imposible olvidar. Sin embargo, ambas coinciden en que incluso merece la pena aguantar lo más duro por esos menores. “Nuestro único objetivo es hacer todo lo posible para que nuestras casas sean puentes hacia la felicidad, aunque en ocasiones no pueda ser así”, cuenta a este periódico Gema.

Marisa descubrió el acogimiento cuando apenas tenía 26 años. Iba por Mijas con unos amigos cuando se cruzó con un niño con parálisis cerebral. Su amiga le explicó que era un chico al que habían acogido. Cuando preguntó qué significaba eso, su acompañante le dijo que se trataba de una nueva modalidad, similar a la adopción, con la diferencia de que no se pierden los vínculos con la familia biológica.

Aquella explicación le llamó poderosamente la atención a Marisa, por lo que un mes después hizo un curso y acabó sumergiéndose, junto a su pareja, en el proceso de acoger. Ambos decidieron que el dinero que iban a gastar en un coche, teniendo ya una furgoneta, iban a destinarlo mejor a una labor social. Así fue como los dos primeros niños, Julio y David (todos los nombres de los niños de este reportaje serán ficticios), que eran hermanos, llegaron el 9 de febrero del 2000. 

En cuanto recibieron el aviso de que los dos hermanos iban a llegar a casa, ambos se pusieron muy nerviosos. Marisa le preparó con mucho cariño el dormitorio donde descansarían por las noches y compró varios juguetes que creía que podrían gustarles. Tenían 10 y 11 años. “El momento más bonito fue el día en el que los recogimos, era adentrarte en algo desconocido, no sabías que te ibas a encontrar”, recuerda.

Las primeras declaraciones por parte del pequeño fueron que a su hermano no le gustaba la cebolla ni la coliflor. “No lo voy a olvidar en la vida”, subraya entre risas Marisa. Ambos pequeños venían de pasar un año en un centro y algo más de un mes con otra familia que, por temas de salud, no pudo hacerse cargo de ellos. 

Pasaron dos años en su casa. En aquellos meses llegó al mundo Juan, el primer hijo biológico de Marisa. Su embarazo, asegura, fue “precioso”. Pese a que su mayor miedo era que los niños se pudieran sentir diferentes, se dio cuenta de que Julio y David le habían hecho ser mejor madre incluso. “Cuando llegó mi primer bebé biológico, yo ya tenía un máster en ser mamá. Ellos me habían enseñado a ser madre aunque no los parí”, cuenta, algo emocionada.

Y la siguiente que llegó a casa fue Naiara. Una pequeña de apenas dos años que aunque iba a quedarse de manera temporal con ellos, finalmente, pasó a ser una niña en acogida permanente. Cuando tenían que recogerla, nadie se presentó. “No es fácil gestionar estos casos. Ella se preguntaba por qué motivo si su madre venía a verla, con otro bebé en brazos, no la quiso a ella; en el proceso volvió a ser madre”, lamenta. 

Ahora Naiara tiene 23 años y ya está independizada, pero sobre todo, feliz. “Pasé un tiempo sin acoger después de su llegada. Estuvo en un centro desde que tenía ocho meses, son niños que no sienten el verdadero calor de una familia; es un regalo ver cómo llegan a casa y disfrutan tanto de una película y unas palomitas o de una cama cómoda y su propio cuarto, pero no es nada sencillo”, dice.

Marisa y sus niños de acogida en la playa.

Tiempo después de la llegada de Naiara, Marisa cambió de pareja y le propuso la idea de ser padres acogedores, como ella había venido siendo hasta ese momento. Como aceptó, pronto aterrizó en casa el pequeño Diego, de siete meses, y otros dos críos de 10 y 12 años, Marina y Hugo. “Mi corazón es de nueve. Yo no los siento diferentes. Todos deberíamos ser criados de esta forma, debería estar normalizado por todos los valores que aporta”, dice con una sonrisa.

En la actualidad hay varios tipos de familias de acogida. Por un lado están los acogimientos de urgencia, para casos extremos, normalmente, pequeños menores de seis años, que tienen una duración de entre 0 y 6 meses. Así, estos pueden finalizar o bien transformarse en acogimientos temporales (hasta dos años) o acogimientos permanentes, una vez superados esos dos años, por no ser posible la reintegración familiar, o bien cuando las circunstancias del menor y su familia así lo aconsejen.

Acogimiento especializado

Del acogimiento especializado, principalmente destinado a niños con necesidades especiales, bien sabe por experiencia Gema. En su caso, ella inició los trámites en 2005 y Matías, su primer niño en acogida, llegó en junio de 2006. También supo del proceso gracias a una amiga. Su pareja y ella eran separados y ambos tenían dos hijos respectivamente con otras personas, pero decidieron que querían seguir ayudando sin experimentar de nuevo la paternidad, a menos en ese momento. ¿Y cuál era la mejor opción? El acogimiento. Ambos tuvieron claro desde el inicio que tratarían de hacer la vida más fácil a niños con necesidades especiales.

Matías llegó a casa de Gema con una sordoceguera total muy delicada. Apenas tenía unos meses, pero logró robarle el corazón a su madre acogedora. Sus tres primeros años de vida los pasó, prácticamente, en el interior de un hospital. Cada vez que el pequeño sufría una complicación y tenía que pasar por el quirófano, Gema y su pareja tenían que pedir una serie de permisos y notificar a la Junta de Andalucía, algo bastante engorroso. Por lo que a los seis meses de su llegada, el pequeño Matías ya tenía los apellidos de la familia. Decidieron adoptarlo.

Gema estaba convencida de que todo merecería la pena, porque iba a ser un valiente y ellos se asegurarían de que no le iba a faltar nunca nada. Ahora llevan 18 años ya con él y se ha convertido, confiesa con una gran sonrisa, en “un tiparraco de 60 kilazos”. Matías ha madurado mucho neurológicamente. Por el lado derecho ni ve ni oye, pero por el izquierdo ha mejorado bastante. Puede escuchar y ve de cerca. 

“Es un granujilla”, dice su madre, que asegura que vive a cuerpo de rey. “Ya quisiéramos mucho la calidad de vida que tiene. Su piscina, su fisio, sus campamentos con la ONCE, sus excursiones en el cole…”, explica, en tono jocoso. 

Algunos de los niños de Gema.

Matías fue su “niño bomba”, ese niño que, asevera, "te engancha al acogimiento". “Con el primero o lo dejas, o te enganchas. A mí me enganchó. Ayudar es muy bonito”, dice. Por su casa han pasado casi una treintena de niños, con sus pertinentes historias. En estos momentos solo viven con ella Matías, de 18 años; Ainara, su hija biológica, con 13; Marta, de 10, que llegó hace dos meses y medio de urgencia; y Dani, de dos años. El pequeño Dani padece una lesión cerebral y autismo severo. También está en acogida permanente especializada. “Creo que se quedará… Y yo encantada. Me tiemblan las piernas pensando en si Dani se va”, reconoce con honestidad.

De los 28 niños que ha tenido en acogida, el 90% presentaba necesidades especiales, algunos han entrado en su casa con traumas muy duros por sus situaciones familiares. Los restantes, en gran parte, fueron acogidas de urgencia. No es fácil vivir así, pero Gema no se arrepiente. Sus hijos son tan maduros, asegura, gracias a todo lo que han vivido. De hecho, su hijo mayor quiere convertirse en padre acogedor en cuanto pueda antes de ser padre biológico. “Lo tiene clarísimo, han normalizado el acogimiento y la discapacidad”, expresa su madre, orgullosa de los valores que les ha dado.

La Junta de Andalucía les remunera por cada niño en acogida y afirma que la cantidad “no está mal”, pero no le permite centrarse totalmente en la acogida. “Yo no me puedo venir de mi trabajo, ¿qué pasa entonces de mi jubilación? El dinero que dan está bien, pero reconozco que lo que se le da a las familias con niños con necesidades especiales se puede quedar escasa. Yo he pagado audífonos, terapias… Estos niños vienen con una mano atrás y otra delante”, lamenta.

Infania

En el proceso, entidades como Infania les facilitan el camino. Los equipos de apoyo les ayudan, por ejemplo, con las citas médicas o los calendarios de vacunación, así como de los plazos de matriculación en los colegios. "Beti de Infania es una maravilla, nos trata genial siempre, jamás nos ha dado ni un problema", dicen ambas madres, a la par que lamentan que no todas las familias tienen esa suerte. "Yo ha habido etapas donde no me he sentido acompañada, todo depende de la entidad y la situación; ahí hay que mejorar", reconoce Marisa.

"Los tiempos, en ocasiones, se alargan más de la cuenta, unos meses para un crío de dos años es mucho tiempo. Estamos muy agradecidos con los representantes que tenemos, Ruth Sarabia, delegada de Inclusión Social, Juventud, Familias e Igualdad de la Junta de Andalucía y Jaime Aguilera, jefe de Servicio de Protección de Menores de la Junta de Andalucía en Málaga", indica Marisa, quien además dirige la Asociación Acógeles, una entidad que trabaja para el respaldo y acompañamiento de las familias de acogida.

Gema, con uno de sus niños.

Para Gema, lo mejor de ser madre de acogida es ver cómo son capaces de normalizar sus nuevas vidas en el colegio o en su casa nueva, con las dificultades que un paso así conlleva. Marisa complementa su idea con que "es precioso hacerlos parte de tu hogar". Lo peor de ser acogedora, para Marisa, sin lugar a dudas, la incertidumbre y las dudas en el camino; para Gema, la pérdida de la bebé que acogieron en paliativos. "Falleció con nosotros, nos despedimos de ella, es lo más complicado que he vivido nunca", dice.

Ambas inciden en la necesidad de que más familias se animen a acoger a menores de edad. "En Málaga hay niños menores de seis años que duermen en centros, eso no se puede normalizar", dice Marisa. A comienzos de este 2024 unos 900 niños estaban a cargo de la Junta de Andalucía en Málaga. Algo más de la mitad están con familias como la de Marisa o Gema, que además son familias colaboradoras (se comprometen a compartir periodos de tiempo como fines de semana con niños que viven en un centro de protección de menores). Puedes encontrar información sobre todo ello aquí.

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