La disparidad entre los dos conciertos de este martes en el Brisa Festival de Málaga, el de Çantamarta y el de Mala Rodríguez, fue la diferencia entre algo gordo que se está cocinando y algo gordo ya cocinado.
Como en esa película de Shyamalan sobre una playa en lo que los protagonistas envejecen de golpe, los muchachos del grupo andaluz-caribeño comenzaron un poco expectantes, como chicos en una audición del coro escolar, y terminaron gritando "muchas gracias Málagaaaaaa" y abrazándose como si llevaran décadas girando con Bruce Springsteen. Apenas había pasado media hora larga entre un momento y otro.
Luis Lozano (voz y guitarra), Benito Casado (productor y bajo) y Omar Roldán (productor y percusiones) comenzaron su primer concierto con su canción más popular, Lluvia, y lo continuaron agarrados al ritmo imparable de Voy a mil para montar en su vuelo a un público que, si no les conocía, debió quedar revoloteado.
El espectáculo de este martes de Çantamarta tuvo la energía de las cosas que comienzan. El medio millar de personas que ocupó los asientos en el Jardín Botánico La Concepción no dejó de jalear en cada momento de pausa que hubiera en los nóveles. No fueron muchos porque la estamina fue protagonista.
Las melodías que habitualmente mezclan ritmos andaluces y caribeños se transformaron en muchos casos en líneas de rap que Lozano soltaba entre el desfogue y la emoción. Al comenzar Suena sabroso, asomó una lágrima y la voz quebrada que pudieron escuchar sus padres: le seguían desde Venezuela al otro lado de una videollamada en la primera fila del público.
El concierto alcanzó una cumbre poderosa con una versión acústica de Florentino que jugó con la spoken word y el juglarismo, y finalizó con dos himnos de su EP, Mariposas Amarillas y Amapolas. El trío que entró no fue el mismo que salió.
Çantamarta no dejó de decir "gracias" y Mala Rodríguez no dejó de decir "qué calor hace". Inevitablemente más versada en esas tablas, la leyenda del rap hispanohablante nunca ha dejado más claro el hilo que une sus barras con el flamenco que en esta gira de Lujo Ibérico Unplugged.
Con motivo de la celebración del 20º aniversario de su disco fundacional, la jerezana se presentó con dos sillas y solo acompañada de la guitarrista Mari Leona, cargadas de soluciones imaginativas para convertir los beats en rasgueo gitano.
A veces había una estimulante disonancia entre el espíritu de su espectáculo y el del disco en el que se basa, como cuando Mala susurró "Esto es un atraco, manos arriba", pero en otras las letras parecían hechas para ese recital semiflamenco: "Si vas a engañá, mírame con los ojos de engañá / Si vas a matá, mírame con los ojos de matá".
"No puedo invitaros al escenario porque está Covid Bryant", bromeó en un momento de pausa entre dos temas. No es sencillo lo de rapear en acústico, pero el show se sostuvo y Mala dejó que su voz llegara hasta roturas que en su formato más hiphopero solo se intuían. Oído entre el público: "Pon a Bad Gyal a cantar esto".
Las subidas y bajadas casi jazzísticas de Mari Leona en las cuerdas le dio un empaque al concierto que acabó con un bis que se hizo de rogar. "¿Aquí quién manda, Mala?", le gritaron entonces desde el patio de butacas. Ella se encogió de hombros, con expresión de inocente, y empezó a dejarlo claro con su tema Quién manda aquí. Como la rapera dice en su libro, lo suyo es cinético: se demuestra andando.