Cuando Tete Leal (Málaga, 1982) era un niño soñaba con ser arquitecto y tocar el saxofón. A los siete años empezó a estudiar solfeo en la banda Miraflores-Gibraljaire bajo la disciplina espartana de José María Puyana. La experiencia le marcaría profundamente. El artista, criado en el seno del Conservatorio de Málaga, es hoy día uno de los grandes referentes y divulgadores del jazz en la provincia.
El presidente de la Asociación de Jazz de Málaga fundó en 2014 el Centro de Arte y Música Moderna donde, además, dirige la CAMM Wind Symphony Orchestra. "La escuela se conoce a nivel andaluz y ha venido mucha gente de fuera, pero es una labor interminable", reconoce en una entrevista con EL ESPAÑOL de Málaga antes de la presentación de su primer disco enmarcada dentro del Festival de Jazz.
Estructurado en cinco números que representan las cinco fuerzas de la naturaleza (fuego, aire, tierra, agua y éter), y con un evidente carácter innovador, Five elements aúna las bondades del quinteto de jazz con los sonidos electrónicos y un coro de voces clásicas creando una simbiosis única entre estos mundos. El proyecto está inspirado en melodías de culturas ancestrales, totalmente transformadas y llevadas a un formato musical ecléctico.
El saxofonista interpretará el ambicioso trabajo este martes en el Teatro Cervantes junto al trompetista Julián Sánchez; Toni Vaquer a los teclados; el contrabajista Bori Albero; el batería Juanma Nieto; el percusionista Adrián Jiménez a la batería; Alejandro Levar (electrónica); y el coro Five Elements donde estará el prestigioso barítono Carlos Álvarez. El jueves lanzará el álbum en plataformas digitales.
En primer lugar, ¿cómo ha ido este año y medio de pandemia?
Ha sido bastante duro para todos. No ha habido conciertos ni espectáculos en vivo. El mundo de la cultura se ha resentido mucho. No suelo tener una actividad frenética en mi día a día. Soy una persona muy casera. Me he dedicado a componer y a poner en marcha otros proyectos. El Centro de Artes y Música Moderna de Málaga (que él mismo creó) se tuvo que reinventar y dimos clases online.
Para grabar su primer trabajo, Five elements, lanzó una campaña de micromecenazgo. ¿Cuánto ha luchado para sacar adelante este proyecto?
Imagínate. Llevo tres años desde que empecé a componerlo. Lo he grabado con el ingeniero de sonido Manolo Toro en el Puerto de la Torre. Son proyectos autofinanciados. Hay que tener en cuenta que el sistema está montado de tal manera, que si tú quieres hacer algo por tu cuenta, tú tienes que apostar como creador y económicamente por él. Si no, no sale. Este disco lleva detrás una producción grandísima. Es curioso el mundo de la música. Si luego funciona, empiezan a llamarte. La gente se adhiere después, no cuando necesitamos apoyo verdaderamente. Me he dejado muchísimo dinero de mi bolsillo en este proyecto.
En España, desde luego, ser músico es una profesión de riesgo...
Sí. He vivido en diferentes países y lo he constatado. La autoestima de un músico en Alemania o en Bélgica es comparable a la de un ingeniero; aquí no. La gente fuera tiene una buena percepción del músico y su estatus social. Ya sólo eso hace mucho. Si eres pequeño y te quieres dedicar a la música, los padres en otros países te dicen: "Qué guay. Tiene salidas y cuenta con apoyos institucionales". Aquí directamente te preguntan si vas a estudiar otra cosa mientras cultivas tu faceta como músico. Ahí ya la estás cagando. Para ser músico profesional debes formarte durante 14 años y luego además si quieres estudiar jazz, debes realizar más estudios. Esto tampoco se trata de una carrera mecánica, sino creativa, con lo que ello conlleva. Se trata de educación. Cambiar esa concepción puede tardar generaciones.
Se trata de un encuentro entre jazz, música sinfónica y la experimentación contemporánea. ¿Este disco podría resumir su carrera?
Puede resumir parte de mi experiencia musical, pero no toda. Porque es mucho más rica con respecto a todas las músicas que he podido tocar y compartir con otra gente. He bebido de la música clásica, sinfónica, el conservatorio, la banda, el jazz, la música brasileña, el flamenco. Es un proyecto que tiene que ver con la electrónica, el jazz, la música sinfónica. Quería componer para un quinteto de jazz simplemente, y tirando del hilo me encontré con que necesitaba un coro lírico y una máquina que hiciera efectos sonoros. A la hora de componer, no tengo una idea preconcebida. Se trata de una labor de búsqueda. En esa búsqueda musical aparece este trabajo.
Su álbum se inspira en melodías ancestrales. ¿Hoy día, en lo que a música se refiere, nos hemos olvidado de nuestras raíces, de quienes somos?
No nos hemos olvidado de nuestras raíces. Aquí en Andalucía, cuando voy a mirar subvenciones culturales, veo muchas partidas dedicadas a festivales de flamenco y de cante. El flamenco, nuestra música tradicional, se exporta bastante al extranjero. Lo que no veo es infraestructura y consideración hacia otras músicas como el jazz y la música clásica. Le damos mucha importancia a nuestras músicas tradicionales. Si te quieres salir un poco ahí es difícil. Es difícil ver un concierto de música sinfónica con orquestas de primer nivel mundial en Málaga. El Festival de Jazz lo ha conseguido porque ha traído figuras súper potentes. Pero son fogonazos muy concretos, no se trata de un plan de las instituciones públicas a largo plazo para divulgar jazz. Son muy pocas las oportunidades. Si quiero ver un director de música de clásica me voy a Berlín o a París. Me paso tres días allí.
Después de vivir en Barcelona, Madrid y Bruselas regresó a la ciudad. De hecho, hace justo diez años fundó la Asociación de Jazz de Málaga. ¿Ha dejado de ser un páramo esta ciudad en ese aspecto?
Hay muchísima más gente interesada por esa música. Hay locales que también apoya este género en directo. Ha habido evolución en un terreno que antes era totalmente árido donde no había nada para ver jazz. Te tenías que ir a Granada, que en los años 90 había cierta inquietud por el género. Cualquier cosa que plantes en ese terreno da sus frutos. Málaga está muy lejos de otras ciudades como Barcelona. Ya no se trata de ser músicos, sino de poner un bar donde programar música en directo. Está todo en la cuerda floja. Málaga hasta hace un par de años no introdujo unos estudios superiores de jazz en el conservatorio. Esto significa gente que se queda durante cuatro años. Las plazas son muy limitadas. En Málaga estamos a años luz de Barcelona y Madrid en cuanto al jazz. Hemos hecho muchas cosas con la escuela y la asociación. Aquí en Málaga se lleva a cabo todavía una labor altruista, que denota que dentro de la ciudad no hay una infraestructura clara que apueste por ello. Nosotros como músicos, divulgadores y programadores podemos incentivar el interés por el jazz, pero si eso no está apoyado por dinero de las administraciones... Como ocurre con las agrupaciones de cofradías o las asociaciones de las casetas de la Feria. Al final siempre se destina dinero a las actividades que más beneficio genera. Si las administraciones públicas invirtieran dinero en el jazz sería igual de rentable que la Feria o las procesiones. Incluso pienso en partidas destinadas a actividades extraescolares o conciertos didácticos para niños. Al final, si no tenemos una infraestructura pública que apoye el género todo nace y muere muy rápido.
Por no haber, no hay ni una sala estable de conciertos en el centro.
Antes estaba el Clarence, que tuvo que mudarse a Torremolinos. Se encontraba situado detrás de la Catedral. Iban a hacer alguna operación especulativa con el edificio, al igual que lo que está ocurriendo en el centro. Ellos estaban de alquiler. Claro. Quien se aventura a este tipo de cosas no son fondos de inversión. Se trata de gente normal que con un poco dinero y un crédito se meten en un proyecto así.
Reabrió el club Clarence en Torremolinos, una sala de jazz con dos plantas y un aforo de 500 personas. ¿Es un milagro que exista algo así en la provincia?
Totalmente. El club está increíble y es ya un sitio de referencia. El dueño, Javier, ha tenido perseverancia y paciencia. Está programando muy guay. Pero claro está en Torremolinos y hay que desplazarse ahí. ¿Por qué abren tantas discotecas por el centro? La gente sale y consume. Podría pasar igual con la música. Hay gente que tiene ganas de ver música en directo.
Le marcó profundamente su experiencia con la banda Miraflores-Gibraljaire, dirigida por José María Puyana. ¿Qué aprendió allí?
Allí aprendes a ser riguroso y a desempañar el oficio con seriedad. Pero sobre todo genera un sentimiento de identidad muy fuerte. Eso es lo más importante y lo más bonito: el sentimiento de pertenencia. Perteneces a una banda de música, vives tus primeras experiencias musicales en directo, sales de viaje, ensayas todas las semanas, haces amigos y te echas tus primeras novias. Empodera a una persona y eso es muy valioso en esta época donde hay tantos problemas con la autoestima y con la soledad, a pesar de estar conectados todo el día.
¿Cómo vive estos tiempos donde la gente no escucha discos, sino listas de música, y no pertenece a tribus urbanas?
Este tiempo es para los jóvenes. Nosotros ya nos dirigimos hacia algo que nos gusta. No creo que no exista ese sentimiento de pertenencia. Existe otra manera de vivir la música. No lo localizamos porque tenemos otra edad. A mí me gusta tener una banda y contacto físico con las personas. Hoy día uno se siente parte de una red social o de una comunidad en internet. Si le preguntamos a los chavales, seguro que se sienten identificados con muchas cosas.
Espero que no sea uno de esos músicos que va rajando del reguetón, un fenómeno ya mundial...
Si está ahí es por algo. El reguetón forma parte de la cultura. Lo que cabe preguntarse es si este género pasará el filtro de los años, algo que demuestra si la música trasciende o no más allá de modas. Veo una tendencia de consumo rápido y fabricación rápida en este sistema capitalista a todos los niveles. Ocurre también con las relaciones y la comida. El reguetón no es más que una música de consumo rápida. No le vas a prestar atención cinco minutos al tema. El género me retrotrae a rituales de apareamiento entre seres humanos a través de la música. Ha pasado siempre.