Los primeros recuerdos de Mohamed El Morabet (Alhucemas, 1983) asociados a la literatura tienen como protagonista a su abuela contándole cuentos antes de dormir. "Cuando se cansaba de contármelos, me decía: "Esto es un cuento contado por un mulo". Y luego se callaba para ver si me dormía. Vengo de una cultura milenaria oral", cuenta el escritor, flamante Premio Málaga de Novela, al otro lado del teléfono.
Emocionado y algo aturdido tras el fallo del reconocimiento con una dotación económica de 18.000 euros, el autor de Un solar abandonado (Sitara, 2018) atiende a EL ESPAÑOL de Málaga recién llegado en AVE a Madrid, ciudad a la que se trasladó en 2002 para estudiar Ciencias Políticas. El galardón, dice, lo gastará moderamente a la vez que escribe, que sale "muy barato".
El jurado lo ha elegido por su obra Desierto Mar, una "novela de iniciación muy buena" entre los 27 manuscritos presentados donde el autor subraya los vínculos entre el mundo occidental y el mundo marroquí. En ella, El Morabet cuenta "una historia innovadora que mezcla diferentes géneros literarios y en el que el paisaje se convierte en materia narrativa de gran plasticidad, con un giro final inesperado".
¿Qué tal estos casi dos años de pandemia?
Los meses de confinamiento fueron duros. No fui nada productivo porque todo fue muy estresante. No podía conectar con la lectura ni con la escritura. Una vez nos desconfinaron progresivamente, he podido recuperar el ritmo. Empecé a escribir la novela tras el verano pasado.
Ha ganado el Premio Málaga de Novela con Desierto Mar. ¿Qué cuenta en ella?
Es muy difícil resumirla en unas cuantas frases. Hay dos historias entrelazadas que transcurren desde 1975, cuando se inicia la Marcha Verde, hasta 1992. Uno de los protagonistas es un joven panadero de Alhucema. El otro, una profesora de arte que se va a Tetuán para enseñar en la escuela de Bellas Artes. Coinciden ahí unos meses en 1983. Hay una relación afectiva. Conectan a través de la pintura. Cada uno de ellos tiene una visión bastante definida de cómo ve el mundo, cómo lo siente y cómo afronta los avatares que se presentan en el día a día. Ahí nace algo.
En su primera novela hablaba de la huida con el deseo de iniciar una vida nueva. ¿Y esta cuál es el motor?
Hay una relación de fuga y rapto permanentemente en esta segunda novela. Es una pulsión contra la soledad porque los dos protagonistas de Desierto Mar son muy solitarios. Cada uno de ellos afronta la soledad de una forma diferente y ambas son válidas.
Su novela lanza un mensaje muy potente sobre la cultura como nexo de unión entre mundos diferentes. ¿Cómo asiste a este momento de auge de la ultraderecha y el racismo?
La gente que ama la cultura ya está inmunizada contra ese discurso populista y facilón de la ultraderecha. El discurso de la ultraderecha no penetra en las personas que tiene contacto cotidiano y diario con la cultura.
¿Qué le parece el discurso xenófobo de Vox ante los migrantes?
Vox no ha descubierto nada nuevo. Este discurso existe y existirá. Lo que más me interesa es el otro discurso, que no es xenófobo, y cómo este está perdiendo fuelle porque es complicado frente al otro discurso emocional y facilón, sin mucha construcción intelectual. Es una moda. Pasará.
¿Y su campaña contra los menores no acompañados en el Metro de Madrid?
¿A qué ya se ha olvidado? Sinceramente yo lo he olvidado. No hay que prestar mucha atención. Además, ahora con la velocidad vertiginosa de las noticias pasa de largo.
Subraya los vínculos entre el mundo occidental y el mundo marroquí en la obra premiada.
Es el mismo mundo en realidad, la misma cosmovisión, las mismas preguntas esenciales o filosóficas que nos hacemos todos los humanos. La diferencia está en las respuestas. Pero tampoco se alejan mucho las unas de las otras. Por eso, las personas que se acerca a la cultura no ven grandes diferencias.
Usted ha nacido en el Rif marroquí, una región periférica y marginada. ¿Cómo le ha afectado esto a usted y en su literatura?
Vengo de Alhucemas, una ciudad muy pequeña de 60.000 habitantes. Es marginal en relación con Rabat, que es una ciudad de un millón de personas. Es como hablar de Mijas y Madrid. Esto existe en todas partes. Es una relación entre la metrópoli y la periferia. Subrayo unas palabras de Juan Goytisolo: "La mirada desde la periferia al centro suele ser más interesante que la mirada del centro a la periferia".
Tiene como lengua materna el rifeño. ¿Cómo se reivindica la lengua como signo de identidad sin caer en el nacionalismo?
La lengua sólo se puede reivindicar usándola, y usándola bien e intentando crear mundos a través de ella. Incluso los que pretenden destruir ciertas lenguas las enriquecen.
Le dan cabida y las nombran: existen.
Claro.
En esta obra mezcla géneros literarios como el diario y la epístola. ¿Se ha puesto alguna vez límites a la hora de escribir ficción?
El único límite es la imaginación. Y creo que la imaginación no tiene límites si una la ejercita.
El jurado ha hablado de lo lírico y sensorial que es la novela por momentos. Incluso captas los colores de Marruecos.
Ese aspecto lírico ya me lo señalaron en la anterior novela. No puedo negar ese aspecto lírico en mi forma de escribir. No puedo decir que sea intencionado. Sale así.
¿Cuáles son sus referentes literarios?
Una de mis gratas sorpresas esta vez es que soy forofo de dos de los miembros del jurado: los autores Antonio Soler y Luis Alberto de Cuenca. Estoy enamorado de su novela Sur y de la poesía de Alberto de Cuenca. Me gusta mucho el aspecto narrativo de su poesía. Tengo muchos más referentes.
Hace muy poco entrevisté a Luis Alberto de Cuenca. Me dijo que la cultura le había salvado de la depresión, la triste y cualquier cosa mala. ¿Y a usted?
La cultura me ha salvado de ser de Vox (ríe), por ejemplo.
Vive en la capital. ¿Le gusta?
Madrid es una ciudad dinámica y eso me permite conectar con distintas formas de ver el mundo a través de la literatura. La gente que vive en Madrid además es gente muy abierta.
¿Qué opina de la libertad de que hablaba Isabel Díaz Ayuso?
Llevo viviendo muchos años aquí y nunca me he sentido preso.
La mayoría de escritores novel sobrevive a duras penas. Recuerdo a Cristina Morales, Premio Nacional de Narrativa, que dijo que había vivido en precario hasta ganarlo.
Eso es verdad. La precariedad no tiene que actuar como freno para que uno pueda crear. He vivido momentos buenos y malos. Realmente intento no pensar en los momentos malos y pasados.