La escritora Sara Torres (Gijón, 1991) en una imagen reciente.

La escritora Sara Torres (Gijón, 1991) en una imagen reciente. Alba Ricart

Cultura

Sara Torres: "Me recuerdo de adolescente pidiendo perdón y rezando a dios por las noches porque deseaba"

La profesora, autora de uno de los fenómenos literarios del año ('Lo que hay'), coordinará el ciclo de poesía del Museo Thyssen de Málaga este año. 

8 junio, 2022 05:00
Málaga

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El primer recuerdo de Sara Torres (Gijón, 1991) asociado a la escritura está íntimamente ligado a los hoteles. Allí tomaba nota de forma obsesiva sobre lo que observaba cuando se iba de vacaciones con sus padres. La poeta, autora de uno de los fenómenos literarios de este año (Lo que hay), tenía un sueño de pequeña: visitar todos los paradores de España, "lugares misteriosos y de fantasía", y escribir un libro.

Su primera novela, publicada este año en el sello Reservoir Books, arranca con una poderosa imagen: una madre muere en una cama de hospital mientras su hija hace el amor con una mujer. La escritora reflexiona sobre la perdida de un ser querido, el duelo, la herida y el deseo femenino en este libro autobiográfico marcado tremendamente por su mirada poética.

La profesora de estudios culturales con perspectiva de género y literatura comparada coordina este la nueva edición del ciclo de poesía en acción del Museo Carmen Thyssen de Málaga, previsto del 22 al 24 de junio. A través de lecturas y performances, creadores de primer nivel como María Sánchez, Alejandro Simón Partal, Juan José Ceba, Lola Nieto y Pink Chadora invitarán al público a afianzar la costumbre de compartir el acto poético desde diferentes perspectivas y a reconsiderar con ello la propia idea de costumbre.

La poeta en otra foto.

La poeta en otra foto. Alba Ricart

¿La literatura debe incomodarnos y perturbarnos?

Al final depende un poco de qué entendamos por cada palabra. A mí la expresión perturbar no sé si me gusta mucho. Quizá remite a una especie de desorden del ánimo. La literatura debe incomodar siempre. Cuando nos sentimos incomodadas necesitamos reacomodar la postura para encontrar una más fácil. Todo cambio de postura es idóneo en la vida. La incomodidad nos sirve para darnos cuenta de los lugares mejorables y transformables de la vida. Lo ideal es que sea un movimiento doble: que perturba e incomoda pero luego reacomoda en otras posibilidades de acción. No me interesa que no ofrezca alternativas.

La protagonista se permite desear, reír o sentir alegría aunque su madre esté enferma. ¿Por qué creemos que la enfermedad de un familiar puede anular nuestros deseos?

Ese tipo de amor a la larga produce identificaciones muy fuertes con esas vidas. No es un otro completamente fuera de nosotros para nada. Lo que somos atraviesa lo que son. No enferman las personas solas aunque los efectos materiales de la enfermedad estén primero en ese cuerpo. Los cuerpos muy cercanos acompañan sin saber muy bien, pero sí enferman de otros modos con ella. Yo tardé mucho en darme cuenta de que mi hipocondría, mi ansiedad o mis problemas de salud mental tenían que ver con el amor que siento hacia mi madre. Temes la enfermedad y la muerte porque amas a tu madre, que ha vivido estas cosas. Cuando lo comprendes dices: "Qué formas más misteriosas toma el amor". Algunos signos de nuestra personalidad que jamás relacionaríamos con la enfermedad en los otros son signos de amor. No tenemos a nivel cultural y social unas estrategias de acompañamiento, ni nos educan para ser buenas compañías de los cuerpos que se trasforman y que enferman. Muchas veces no sabemos cómo hacerlo bien y simplemente hacemos ese acompañamiento por somatización.

La protagonista se pregunta "por qué nadie nos enseña a reconocer y acompañar a un cuerpo que muere". ¿Cuándo dejará de ser tabú la enfermedad y cuándo abrazaremos la muerte como algo natural?

Es muy complejo. Muchas mujeres diagnosticadas de cáncer no se sienten enfermas en absoluto. Y en ese momento se tienen que creer lo que una tecnología externa a su cuerpo dice de ella. Es tan complejo el proceso que luego no tenemos tampoco herramientas desde lo animal para evaluar en qué situación está el cuerpo del otro y cómo acompañarlo. Nos fiamos de diagnósticos y de cosas abstractas, verbales, en vez de lo que está ocurriendo enfrente de nosotras. Preferimos un mensaje optimista o pesimista que una sensación o una intuición. En el fondo si tenemos recursos para saber cuándo verdaderamente un cuerpo está en proceso avanzado de una enfermedad. No nos atamos a tener conversaciones sobre estos temas. Es como la vejez. Preferimos no enterarnos de que existe hasta que ya no ocurre y no tenemos tiempo para organizarnos. Quizá podríamos pensar con antelación sobre la posibilidad de planear vivienda compartida con amigas. Todo esto no lo hacemos y esperamos a que nos encontremos lo suficiente mal como para no poder tener agencia sobre nuestras decisiones. Un mundo más deseable sería un mundo que partiese de la vulnerabilidad radical de los cuerpos y el reconocimiento alegre de su finitud. La vulnerabilidad del cuerpo, la muerte y la transformación no son súper bienvenidas en un mundo tan guiado por la idea de productividad, de la imagen perfecta y de la idealización de la juventud.

Portada del libro 'Lo que hay' de Sara Torres.

Portada del libro 'Lo que hay' de Sara Torres.

"Solo el presente puede ser el tiempo del amor, empiezo diciéndoles. Pero no el presente de la productividad y la seducción en un mercado competitivo profundo", escribe. ¿Hay una lógica contra la que el capital no puede luchar, no? Me refiero a la lógica de los afectos y el amor. 

Total. Los afectos de alguna forma también los capta y los organiza el sistema. Nuestra fuerza afectiva es nuestra en bruto, en el cuerpo, y hay miles de posibilidades de utilizar ese afecto como fuerza de trasformación y de asociación en el mundo. Lo que pasa es que la norma y el capital organizan ese afecto y determina qué usos se pueden o no a esos afectos. Un movimiento político fundamental, del cual todas debemos partir, es la reapropiación de la fuerza afectiva y la reflexión sobre qué modos o qué usos le queremos dar a esos afectos.

También reflexiona sobre el deseo entre dos mujeres. ¿Tenía miedo de contar el deseo femenino desde esa perspectiva heteronormativa masculina que nos han impuesto durante siglos en la literatura?

No sé cómo me posicionaría en el relato del deseo si fuera una mujer heterosexual. Nunca lo he pensado. Mis compañeras tienen el reto de narrar o reinventar el deseo en lo simbólico manteniendo la relación entre dos cuerpos que se identifican como sexos y géneros opuestos. Luego ya sería una relación más queer donde no importaría tanto el sistema sexo género. Mi punto de partida es que no hay tanto imaginario previo. Porque no nos educamos en la sexualidad con la idea de lo sexual fuera de la heterosexualidad. Hablar del encuentro entre mujeres tienen un puntito más sencillo de creación en la medida en la que no tenemos tantos referentes. Hay más vacíos. Y en los vacíos a veces es más fácil hacer una actividad simbólica nueva. Para las mujeres que desean a otras mujeres, a veces es difícil no desear a las mujeres desde la postura de un hombre. Como nos aprendemos esos dos roles al final en la película puedes hacer un rol u otro. Cuando deseas a mujeres a veces tu mirada tiene todo el peso de la tradición. Es el hecho de que las cosas que has leído sobre cómo se desean mujeres las han escrito hombres en su mayoría. De eso hablaba con Luna Miguel, del escritor macho, en una conversación reciente. Hay cosas en tu propia mirada que vienen de esa tradición. Lo fundamental es tener una actitud reflexiva y crítica siempre para mirar cómo deseamos. Eso no significa prohibir más el deseo u obligarnos a un deseo políticamente incorrecto. Si no simplemente tener la capacidad de reflexionar sobre las estructuras y también de atender con amor a las diferencias e invertir en las diferencias, y crear subculturas del deseo. 

Impacta mucho cuando la madre de la protagonista se opera para reconstruirse el pecho. Cuánto aprieta el canon de belleza que hasta enfermas nos quieren atractiva...

La imagen de un cuerpo de mujer que era normativo y que vive una transformación perturba a la gente. Sostenemos nuestra imagen y nos sostenemos estéticamente para mantener cierto equilibrio en la mirada del otro. Tememos que la otra persona se escandalice por vernos de forma cambiante. Sostenemos nuestra imagen cada día intentando que, como igual nos vemos el espejo, no nos vean otros. Corregimos la postura, miramos cómo hablamos. De forma ya inconsciente y totalmente aprendida, cada día es un ejercicio de contener el cuerpo para que no se escandalice a nadie. Parece que estamos ahí para que nos miren. Es el principal problema que hay que discutir a nivel social. Las mujeres no existimos para que nadie nos mire al pasar por la calle. La gente vive para vivir. Cuando enfermamos es mucho más difícil negociar con la transformación de la imagen. Entonces nos entra toda esta ansiedad y hay una serie de tecnologías sociales que nos ofrecen métodos para sostener la imagen cambiante del cuerpo enfermo. Nosotras a menudo aceptamos esos métodos porque va a ser algo que nos va a calmar la ansiedad. Es un tema muy duro, pero creo que reflexionando críticamente sobre ello se puede llegar a un lugar más cómodo, sobre todo no silenciando.  

La culpa atraviesa por completo esta historia. ¿No cree que está íntimamente relacionada con nuestra educación cristiana basada en la cultura del sufrimiento?

Sí. La narradora está atravesada por la culpa en todo momento. Lo primero que le causa culpa es poder sentir deseo o ser feliz cuando otras personas están sufriendo. No deberíamos sentirnos culpable por nuestra alegría, sobre todo si no está organizada voluntariamente en contra de nadie. Pero es inevitable. Está en el código de la educación de muchas personas. Tuve una educación muy cristiana y creo que la culpa que siento constantemente tiene su origen ahí. Me recuerdo de adolescente pidiendo a perdón dios por las noches rezando porque deseaba. Todo este acto de confesión y de pedir perdón de forma compulsiva con miedo a un castigo trascendental te tiene que dejar bastante tocada. Hay una cosa que puede ser hasta cierto punto bonita dentro de lo tremendamente negativa que es la culpa que creo que es el examen de conciencia. Es bueno reflexionar sobre qué efectos tienen nuestras acciones en los demás. Eso me parece fundamental para una vida en comunidad bonita. Ojalá nos quedáramos en el reconocimiento de las necesidades de los otros y en la reflexión sin martirizarnos. 

Sara Torres.

Sara Torres. Alba Ricart

La novela habla de la relación entre una madre y una hija. Lo describe casi como si hablara de una relación de amantes. ¿Qué ventajas y consecuencias tiene establecer lazos tan estrechos?

Esto de establecer lazos tan estrechos te hace vivir un viaje a las profundidades de los vínculos. Se aprende mucho de cómo satisfacer y entender a la otra persona. Al final cuando eras hija única de una madre que pasa mucho tiempo contigo observamos la cara de la madre como si fuera el dios de la hija. Lo que esa cara expresa, esas pequeñas reacciones a cualquier cosa, son infinitamente significativas. Esa intensidad nos da una educación emocional y nos enseña a ser mejores para la otra, a convivir y a recuperarnos de los conflictos. Al mismo tiempo, dentro de un sistema afectivo tan marcado por el romanticismo patriarcal las pasiones se canalizan en formas de posesión, de castigo y de recriminación. Tiene esa doble cara un poco peligrosa como el chantaje emocional de las madres de "yo te lo doy todo".

¿Es el amor tóxico amor?

No sé qué decirte. El término tóxico no lo utilizo porque me parece reduccionista. ¿A partir de dónde un amor es tóxico? ¿Hasta dónde nos sirve para evitar violencias? ¿Cuándo nos puede servir esta expresión para recriminarle a alguien que está triste porque le hemos hecho algo? Es un término muy amplio. Habrá personas que lo utilicen de forma muy productiva para evitar violencias y habrá otras que lo utilicen de forma violencia para negar la emocionalidad de los otros. El amor es un maremagno de cosas y como energía, como afecto en bruto, es una energía creativa que sirve para la belleza más absoluta. Cuando no está lleno de miedos, ni de angustia o ansiedad, el amor está ahí para hacernos vivir la mejor versión de nuestra vida. Debemos diferenciar el miedo o la angustia del amor. Muchas veces estamos sintiendo vulnerabilidad y entonces nos enganchamos a algo que decimos que amamos, y de alguna forma exigimos una entrega absoluta, exigimos ser lo único en su vida. Demandamos un determinado tipo de atención y respondemos violentamente si no existe. Ahí hablamos del apego, pero desde luego no hablamos del amor sino desde el miedo. Tenemos muy poca educación emocional. 

Habla del duelo, de la herida, del dolor. ¿Cómo se repone una de un golpe tan duro: la muerte de una madre?

El tiempo no cura nada de forma definitiva, pero si te permite que hagas tus ejercicios de adaptación a la perdida. El luto o el duelo no es un proceso gradual hacia un final feliz, sino que se convive. Es un estado que tiene distintas manifestaciones, pero que puede durar mucho. Al final lo importante es adaptar esa perdida dentro de las otras cosas de tu vida, y que puedas sobre todo convivir con lo perdido de forma no traumática. Con el tiempo se pueden asimilar las cosas.