Se acabaron los simulacros. La feria taurina de Málaga ha vuelto en todo su esplendor. Ciclo reducido, condensando en cinco festejos y una quincena (entre espadas y jinetes) de matadores que harán gala de sus habilidades enfrentándose al destino. Los primeros tres elegidos ya han cumplido con su deber.
Media plaza en los tendidos y el calor impregnado en los asientos. El respetable guardó un minuto de silencio en recuerdo de Manuel Ortiz. La tradición pospandémica de interpretar el himno nacional antes del inicio parece que sigue presente. Se ha convertido en norma no escrita; como si para que saliera un animal tuvieran que escucharse antes los compases de la marcha Real en vez de los clarines y timbales.
En cuanto al ganado, debutaba Reservatauro en una plaza de primera. Para más énfasis, en su propia provincia. La labor ganadera de Rafael Tejada recogió el fruto del trabajo en forma de un encierro bien presentado aunque desigual de comportamiento. Esto fue lo que pasó en el primer festejo de la feria taurina de Málaga de 2022.
José Antonio Lavado
El primero de los utreros que desfiló por el albero malagueño no terminó de humillar, pero fue de lo más potable de la tarde, junto con el cuarto y quinto. Lavado se encontró con él tras el segundo puyazo. El niño de Benamocarra, convertido en un hombre de valor frío y coraje a punto de ebullición, se enroscó el capote al cuerpo en un ramillete de chicuelinas. Manos altas, diluidas en una media a la cadera y una decena de pasitos airosos.
Brindó a su apoderado, José Germán, antes de recibir desde el tercio a su primer oponente por estatuarios. Por la derecha, varios muletazos erguido. Sonreía y miraba al tendido, donde se agolpaban los suyos. La alegría eclipsaba la desesperanza que produce no saber qué será de ti. Refugiado entre dos pitones de un bicho de 444 kilos. Varios circulares, un desplantes y la calidez del aire trasladada a las palmas.
El novillo había abierto la boca hacía tiempo; aun así, mantuvo algo de alma para pasar una decena de veces más en la distancia corta. Manoletinas de perfil, estocada atravesada y suelta. Un aviso, una petición insuficiente (aguante estoico de presidencia durante toda la tarde) y una vuelta al ruedo entre vítores.
En el cuarto del festejo, Lavado recibió una voltereta, reviviendo el reencuentro con la herida fresca que arrastra desde el 31 de julio y obligándole a pasar por la enfermería tras caer el último animal. Basó su toreo en el dominio encajado de la mano derecha. La música, esta vez sí, contribuyó a que la chispa quedara en algo más que meros destellos. También funcionó la izquierda, sobre todo en una trincherilla lacrada con el sello de la calidad. Cumplió su cometido: dominar al burel.
Prueba de la madurez que ha desarrollo Lavado es que supo medir los tiempos, sin dilatarse en unos terrenos en los que el trabajo ya estaba hecho. Tomó el estoque y le encajó otros derechazos. El de Reservatauro se los devolvió con un golpe directo al pecho. Replicó el pingarra con un molinete que sirvió como epílogo. Estocada entera y oreja con petición de la segunda.
Pablo Páez
Recibió a su primero por verónicas, el mismo palo por el que luego interpretó Romero el quite. Tenía poca fuerza el segundo en hacer plaza; ahogado en la embestida, perdido en el retranqueo. Cayéndose en su debilidad. El novillero de Ronda solo pudo dejar un natural (magnífico), difuminado como una gota en el océano. Algunos dijeron olé, pero no hubo más. Erró a espaldas y silencio.
Le cayó en gracia a Pablo Páez el mejor novillo del encierro. El más terciado de los seis utreros que se lidiaron aguantó en el tercio de varas (en el que fue volteado Lavado) y de banderillas, con sobresaliente actuación de Cándido Ruiz y Raúl Cervantes.
Una tanda de mano baja y trazo largo fue suficiente para que el público rompiera. Páez tuvo que enfrentarse a la buena condición de Jilgero II, que aguantó una faena breve pero intensa, repitiendo por bajo y al ralentí. Sin embargo, la espada emborronó una composición de algunos compases vibrantes. Pinchazo y varios descabellos dejaron todo reducido a saludos.
Jesús Romero
Volvía a Málaga el ganador del Certamen Internacional de Escuelas Taurinas en 2019. Tras el paso en blanco del año de la pandemia, y un 2021 señalado por la celebración de varios festejos testimoniales, el cariz novilleril resurgía en La Malagueta. Romero tenía la plaza ganada por sus propios méritos en el ruedo, pero la suerte no quiso aparecer el día D.
El primero de sus novillos no era capaz de aguantar un par de lances sin perder las manos, las patas y casi que el alma. Palmas al compás que se quedaron en eso. En palmas. Rebuscó en el clasicismo de la espalda recta y el medio muletazo, pero el de Reservatauro entraba con la cara suelta. Tampoco mejoró por el izquierdo, defendiéndose ante el trapo rojo.
Todavía no se entiende cómo, en la recta final de la lidia, Miraflores comenzó a interpretar un pasodoble. Con un animal sin futuro, Puyana hizo sonar los instrumentos. La pitada acabó callando la música. Tras un pinchazo y una estocada caída, hubo silencio.
Supo encontrarse con el último, correcto de comportamiento, sacándole la sustancia que contenían sus 460 kilos. Faena extendida, con gusto y en defensa del toreo clásico. No pudo culminar su obra con los aceros, dejando tres pinchazos y otros tantos descabellos.
José Antonio Lavado, de rosa palo y plata |
Vuelta al ruedo tras aviso | Oreja |
Pablo Páez, de berenjena y oro |
Silencio | Ovación |
Jesús Romero, de purísima y oro |
Silencio | Silencio |